Los padres ante la adolescencia

Por Mariana Castillo López

Al hablar de adolescencia existe una tendencia a centrarse en los conflictos por los que atraviesan los jóvenes en dicho momento de la vida. La crisis adolescente, al igual que todo fenómeno psíquico, no puede pensarse de manera aislada, ya que los jóvenes son miembros activos de un medio familiar y de convivencia que se ve impactado por su pubertad.

En la práctica psicoanalítica nos topamos con que la mayoría de las veces el adolescente llega a consulta por medio de los padres, son ellos quienes hacen el primer contacto con el analista, movilizados, en apariencia, por la crisis que enfrentan sus hijos en edad adolescente, mostrando temores y confusiones con respecto al lugar que deben tomar ante la volatilidad emocional, el constante cambio y el desafío característico de los jóvenes. Se sienten a veces ansiosos y rebasados por las conductas, necesidades y exigencias del púber. Confiesan con dolor una incapacidad para comprender lo que les sucede a sus hijos. No saben si deben convertirse en amigos y confidentes de los jóvenes o, si es que deben mantener distancia, ¿hasta qué punto?

Si partimos de la idea de que en la mente del adulto existen a su vez dificultades y conflictos propios que reaparecen y se intensifican con fuerza con la adolescencia de sus hijos, podemos preguntarnos: ¿qué conflictos internos se despiertan en los padres? ¿Por qué es tan difícil tolerar la adolescencia?

El conflicto entre las generaciones jóvenes y la generación de los padres es un elemento que se puede rastrear históricamente, siendo que éste se repite de manera circular cada vez que la generación a la cual pertenecen los padres debe enfrentase con su inminente desplazamiento y el arribo de la novedad.

A pesar de que los conflictos entre generaciones se estudian desde los ámbitos social y cultural, el psicoanálisis nos ayuda a comprender dichos fenómenos como la expresión de los conflictos internos presentes en todo ser humano. Freud, a partir del descubrimiento del inconsciente, pone sobre la mesa la existencia de poderosos deseos sexuales que dan vida y organizan la manera de ser y de interpretar el mundo. El complejo de Edipo, entendido como un deseo erótico hacia los padres, está presente en la mente del niño, del adolescente y del adulto.

Es fácil observar expresiones edípicas, por ejemplo, en las relaciones entre jefes y subordinados, en los niños enamorados de sus maestras o en los conflictos de celos cuando las parejas pasan por situaciones de infidelidad en las que un tercero forma parte del cuadro.

En el niño, los deseos edípicos producen angustia y son acotados cuando los padres le ayudan a limitar sus intenciones, también influye la capacidad del niño para comprender y renunciar a ellas. Por ejemplo, cuando los pequeños quieren dormir en la cama de los padres y ambos ejercen su función diciéndole que ahí no hay lugar para él. En la adolescencia el Edipo reaparece con la diferencia contundente de que el joven cuenta ya con un cuerpo biológicamente apto para la sexualidad. Esta condición desata en el adulto muchas ansiedades, ya que en los padres el Edipo también está activo.

Desde esta perspectiva, las diferencias generacionales provienen de la necesidad de mantener una relación asimétrica que marque diferencias sobre aquello a lo que el hijo no puede tener acceso. Así como al niño se le limita en el deseo de dormir con la madre, al adolescente tampoco se le permite. Durante este momento los adolescentes se muestran seductores, algunas jóvenes toman el papel de “Lolita”, pero es tarea de la generación adulta ubicar las diferencias y poner un freno.

Con ello podemos reflexionar acerca de cuál sería el lugar de los padres ante la adolescencia de sus hijos. Algunos autores coinciden en que la estructura de las figuras parentales, expresada en parte por su capacidad para limitar los deseos y alcances de los jóvenes, en realidad ayuda a calmar las ansiedades al ubicarlo dentro de un contexto en el cual los padres se convierten en representantes de un orden y una serie de reglas o leyes a las todos estamos inscritos. Lo anterior no quiere decir que el camino sea fácil, ya que lo propio del adolescente siempre será cuestionar y poner a prueba la palabra de los adultos.

Los padres también enfrentan emociones y experiencias que se despiertan ante el florecimiento de la sexualidad de sus hijos. Una de ellas es la envidia. Esta emoción, presente en todos nosotros, aunque en distinto grado, ha sido arduamente estudiada y descrita por autores como Melanie Klein y sus seguidores, y se refiere a la experiencia que se despierta cuando alguien más posee algo de lo cual carecemos y que motiva un deseo de poseerlo a toda costa, aunque eso tan anhelado se destruya en el intento. Esta emoción se despierta comúnmente en los padres, ya que no es fácil presenciar la belleza y vitalidad de los adolescentes, cuando al mismo tiempo ellos se van acercando poco a poco al decaimiento.

La envidia se expresa, por ejemplo, en madres que critican activamente a sus hijas. Recuerdo el caso de una joven notablemente hermosa a quien su madre le decía que era fea y que la ropa le quedaba muy mal, en alguna ocasión no le permitió salir con sus amigas maquillada, argumentando que se veía ridícula. Algunas madres y padres logran lidiar de una manera menos intensa con la belleza y vitalidad de sus hijos, pudiendo tolerar los sentimientos dolorosos que genera ceder el lugar a las nuevas generaciones. Una madre contaba divertida que ahora tenía que aceptar que los piropos de los hombres en la calle estaban dirigidos a su hija y ya no a ella.

Desde otras perspectivas se piensa que la adolescencia no es sólo una etapa que transcurre para dejarse atrás, sino que ésta queda siempre en la mente como una manera de funcionamiento. Es decir que no podríamos definirla por la edad cronológica, sino como una manera de ser. Existen muchos padres que en realidad siguen siendo adolescentes, lo cual dificulta en gran medida la relación con sus hijos y crea confusión entre los lugares generacionales. En consulta, un adolescente se quejaba amargamente de que siempre que iba al antro de moda terminaba topándose con su mamá y las amigas de ella, y que no podía entender cómo, habiendo tantos lugares para ir en la ciudad, ella decidía divertirse en el mismo que él; esto lo vivía como una intrusión.

Algunos padres han optado por convertirse en “amigos” de sus hijos, pero en ese intento de mostrarse comprensivos pueden llegar a confundir su lugar. Hay que recordar que el adolescente requiere de espacios privados e íntimos que le ayudan a ir construyéndose, en esta tarea también deben buscar nuevas relaciones fuera de la que tienen con sus padres, lo cual es parte del proceso adolescente. Es decir que los padres se enfrentan también con muchos sentimientos dolorosos al dejar de ser el centro de la vida de sus hijos, quienes los miran diferente de como lo hacían cuando eran niños, dejan de ser ese padre y madre todopoderoso, la más hermosa, el más fuerte, para empezar a ser juzgados y cuestionados. Tampoco les resulta fácil ir dando espacio y permitiendo de a poco que los hijos exploren otros horizontes, renunciando así a tener libre acceso a la mente de sus hijos.

Se puede concluir que el adulto enfrenta la adolescencia a partir de sus propios conflictos, que influyen de manera activa en la manera en que se arman las relaciones entre hijos y padres.

Referencias

Anthony, J. (1970). Cap. 14: Las reacciones de los progenitores frente a los adolescentes y a su comportamiento. En Anthony, J., y Benedek, T. (Comps.), Parentalidad. Buenos Aires ASAPPIA / Amorrortu.

Klein, M. (1957). Envidia y gratitud. En Obras completas, 3. Buenos Aires: Paidós, 1997.

Meltzer, D. (1973). Estados sexuales de la mente. Buenos Aires: Kargieman.

Ortiz Frágola, A. (2001). Crisis en la familia: la rebelión de los adultos. Psicoanálisis, APDEBA, 23(2): 357-367.

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