Terror ante la pandemia por COVID-19: Cuando el miedo se contagia más que el virus. Primera parte

Por Karina Velasco Cota

Recientemente nos hemos visto sacudidos por la propagación de la COVID-19, que eclosionó en China en diciembre de 2019 y sobre el cual nunca imaginamos que cobraría la magnitud que ha alcanzado, y a la que nos enfrentamos hoy en día en el nivel global. Los medios de comunicación han dedicado bastante tiempo y espacio para hacer de nuestro conocimiento la serie de medidas y restricciones que debemos tomar para prevenir el contagio y disminuir la propagación. No obstante, de forma paralela, las redes sociales, pese a su intención de informar, también han contribuido a generar un efecto de pánico en ciertos sectores de la población.

Si observamos con detenimiento, podemos advertir una amplia gama de reacciones psicológicas y emocionales en la gente y en nosotros mismos frente a esta situación. Algunas de éstas contribuyen a cuidarnos mejor, mientras que otras interfieren con las buenas prácticas que las autoridades nos piden mantener. ¿A qué me refiero? Sentir un poco de miedo no solamente es normal, sino útil, pues la angustia tiene una función de prevención: nos pone en alerta y, en las condiciones necesarias, nos motiva a actuar frente a un contexto en el cual nuestra integridad y la de nuestros seres queridos se ve amenazada, como sucede ahora con la pandemia del coronavirus. Sin embargo, también puede llegar a ser desorganizadora, provocar confusión, así como respuestas irracionales y poco efectivas.

Cuando nos encontramos ante la posibilidad de perder algo que valoramos, como la vida, la salud, los seres queridos, la estabilidad y la rutina, las personas lidiamos con la angustia y el dolor a través de diferentes modos defensivos. Psicoanalistas como Sigmund Freud y Melanie Klein estudiaron este fenómeno a profundidad. Describieron diversos mecanismos de defensa, entre ellos algunos muy intensos y omnipotentes, como la negación. Esta defensa afecta el juicio de realidad de forma importante y es la responsable de que una persona, bajo el argumento “a mí no me va a suceder”, sea capaz de llegar a exponerse a un posible contagio y exponer irresponsablemente también a otros.

En otra esfera, mucho más frecuente, se encuentran los estados de manía que van desde minimizar el asunto, por ejemplo, como sucede con las personas que, a pesar de las evidencias reportadas en otros países, piensan que no es para tanto o que se está exagerando, hasta cierto grado de euforia que se percibe nítidamente en las compras de pánico o en los chats de WhatsApp, en los que se comparten diversos memes que, como lo estudió Freud con los chistes, permiten la emergencia de un contenido inconsciente incómodo y angustiante, imposible de confesar si no fuera mediante esa vía.

Otra forma que nos ayuda a aliviar la aflicción, mucho mejor aceptada socialmente, es a través del control de cada detalle: ordenando, haciendo listas o bien, escuchando obsesivamente cada noticia y cada nuevo dato referente a la pandemia. Todas estas estrategias que he descrito y que, por supuesto, escapan a la consciencia, nos dan la posibilidad de sortear un escenario que en el fondo es preocupante y doloroso.

Ahora bien, si la omnipotencia y la indiferencia pueden ser potencialmente letales en cualquier circunstancia que implique una amenaza real, ¿qué sucede cuando el miedo nos sobrepasa? En el mejor de los casos, una persona movida por el temor podría, por ejemplo, mantenerse informada y apegarse a las recomendaciones sanitarias, mientras que otra, presa del pánico, podría comenzar a experimentar fuertes síntomas de angustia, insomnio, terrores nocturnos, labilidad emocional, aumento o disminución del apetito, pensamientos catastróficos, etcétera.

A decir verdad, el funcionamiento psíquico difícilmente es uniforme; la mayoría de nosotros oscilamos de un estado mental a otro y en un momento de tanta incertidumbre, como el actual, no sería raro que nos hayamos sentido indiferentes en un principio, para después estar mucho más aprensivos y ansiosos. Pero ¿de qué depende que una persona pase de la preocupación al terror?

Responder esta pregunta implica el abordaje tanto de aspectos sociales como individuales, por lo que partiré de los primeros y, en la subsecuente parte de este artículo, avanzaré a los segundos. En los últimos meses hemos visto un fenómeno que nos ha dejado perplejos: la escasez de papel higiénico. No se necesita un profundo análisis para comprender que dicho producto no juega un rol elemental para protegerse del contagio o afrontar la pandemia, entonces ¿por qué los consumidores actúan de una forma tan irracional?

Muchos teóricos estudiaron el comportamiento en masa, siendo Sigmund Freud uno de los más sobresalientes en esta área. En su libro Psicología de las masas y análisis del yo (1921), explica que “en una masa, el individuo experimenta, por influencia de ella, una alteración a menudo profunda de su actividad anímica. Su afectividad se acrecienta extraordinariamente, su rendimiento intelectual sufre una notable merma” (p. 84). Esto quiere decir que, dentro de la colectividad, somos proclives a perder la autonomía, la posibilidad de cuestionar las razones por las cuáles hacemos una u otra cosa y, por el contrario, simplemente nos vemos impelidos a repetir un comportamiento como si se tratara justamente de un contagio. Esta manifestación es evidente en los festivales de música, encuentros deportivos, en las grandes congregaciones religiosas, entre otros.

Por ejemplo, hace más de diez años, en un colegio católico del Estado de México, cientos de alumnas adolescentes perdieron la capacidad de caminar, al ser examinadas, nos encontró ninguna afección orgánica que explicara su síntoma, por lo que el hecho fue calificado como una “histeria colectiva”. De acuerdo con Freud, la identificación es uno de los mecanismos más tempranos de la vida anímica, que nos permite asimilar aspectos o atributos de otros, haciendo que nos parezcamos en menor o mayor medida a estos. Este proceso psicológico podría explicar porque las emociones se “contagian” tan fácilmente, dejando fuera la posibilidad de un discernimiento racional e individual. De manera que la gente que está comprando desesperadamente grandes cantidades de papel higiénico, geles antibacteriales o tapabocas, difícilmente podría explicar por qué su decisión es sensata, más bien son presas de un pánico colectivo y una conducta imitativa.

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