‘Doctor Pasavento’ o la dificultad de no ser nadie

Por Laura Irene González

Sólo sé que me fascina escribir sobre el misterio de que exista el misterio de la existencia del mundo.

Enrique Vila-Matas[1]

En una estación de tren de Sevilla, un escritor español de cierta fama ve cómo un desconocido lo suplanta y aborda el taxi que estaba destinado a llevarlo a dar una conferencia sobre la desaparición del sujeto moderno. Tras recuperarse de la sorpresa, decide aprovechar para no presentarse en dicho acto y simular durante once días su propia desaparición, como alguna vez hiciera Agatha Christie; sin embargo, contrario a sus pronósticos y a lo que ocurriera con la escritora inglesa, a él nadie lo busca. Comienza así una fuga sin fin que tiene tanto de personal como de literaria; un intento por borrar su pasado, su escritura y su propia personalidad, así como la huella que ha dejado en el mundo.

Ésta es la historia de Andrés Pasavento, escritor tímido que decide alejarse de los reflectores, ser un cero a la izquierda y vivir en el anonimato para huir del “mundanal ruido”, como diría fray Luis de León. Y al mismo tiempo, el protagonista de esta novela se pregunta cómo sería empezar de nuevo: ¿qué escribiría si escribiera?

Finge entonces ser un doctor en psiquiatría que se ha retirado de la consulta y está comenzando una vida de escritor. Posesionado plenamente de su papel, el doctor Pasavento le “confiesa” a otro psiquiatra: “Fui psiquiatra para ganarme la vida, pero en realidad siempre quise ser escritor para explicar que, aunque no entendamos nada, la literatura le da sentido a todo”.

Se trata, durante toda la novela, de la cuestión de la identidad. De cómo un escritor, al hacerse medianamente famoso, ha traicionado sus principios, su “fuerte voluntad de ocultamiento y de desaparición en el texto”. Ahora ese personaje decide empezar de nuevo, pues, por una parte, la mirada de los otros es tan impositiva y penetrante que no le permite desarrollar su escritura privada y, por otra, desea probar una vez más lo que se siente ser principiante. Para ello decide crearse una segunda identidad.

Será éste un reencuentro con el escritor principiante que alguna vez fue, y que no aspiraba a la fama sino a escribir para apartarse. La construcción de su nueva personalidad como psiquiatra retirado lo conducirá por diversas reflexiones y lo llevará a varios intentos de autodefinición y constantes preguntas sobre la identidad: “¿Quién era yo? ¿Alguien que se daba a sí mismo por desaparecido? ¿Alguien con un sombrero de fieltro? […] ¿Estaba loco? ¿Había muerto? ¿Era un muerto que estaba loco? ¿Había simplemente bebido demasiado?” O más adelante: “No era un héroe [… era] un odiador profundo de la grandeza, de esa obligación de tener que ser alguien en la vida, un odiador del poder. Un amante de los escritores de rostros secretos y de la discreción en la literatura”.

Y aunque parece que todo gira en torno a la identidad y la desaparición, y en gran medida así es, en el fondo esta novela trata, como ha explicado su autor, “de la dificultad de no ser nadie”. El protagonista de esta historia quiere seguir los pasos del escritor suizo Robert Walser, quien nunca aspiró al éxito ni a la grandeza y, más bien, trató de ir haciendo sus textos cada vez más pequeños, su trazo cada vez más tenue y diminuto, para deslizarse, lentamente y sin ser notado, hacia el silencio.

Por más de cuatro décadas, Enrique Vila-Matas, autor de este libro, ha reflexionado de muy diversas maneras sobre la escritura y el oficio de escritor, la vida y la obra de otros autores y todo lo concerniente a crear dispositivos narrativos que no pueden encasillarse en un solo género, y ésta no es la excepción. Dentro de tal andamiaje, esta novela-ensayo gira en torno a varios temas o preocupaciones vitales del autor: “la soledad, la locura, el silencio, la libertad. Y también la impostura, la idea de viajar y perder países, la muerte, la desaparición, el abismo. Y la bella infelicidad”.

Pasavento se irá enredando poco a poco en su juego de doble personalidad hasta que se da cuenta de que lleva tiempo escuchando una voz que lo cuestiona y se burla de sus intentos de desaparecer, que no son sino reflejo de un profundo deseo de ser encontrado. “La pasión por desaparecer es al mismo tiempo un intento de afirmación del yo”, le ha insinuado esa voz interior, el doctor Ingravallo, quien también le advierte que, “por muy lejos que uno se encuentre en un sentido físico (aunque esté en una isla desierta o encerrado en una celda solitaria), descubre que está habitado por otros”.

Eso es precisamente lo que descubrirá Pasavento, que está habitado por otros, y, entre juegos literarios y confusiones de personalidad reales, el protagonista desarrollará otros personajes, como el doctor Pynchon o Pinchón, y llegará incluso a tener algunas alucinaciones auditivas que no sabrá si atribuir al cansancio, al alcohol o a la locura. Más adelante afirmará:

Que estaba loco no tenía por qué ponerlo demasiado en duda. Bastaba con ver que yo creía que un doctor habitaba en el interior de mí mismo y encima a ese doctor lo imaginaba con un peinado moderno que imitaba las formas de un radiador y con andares de oso babeante –porque así empecé a imaginarlo–, todo un señor especialista en neuroquímica del cerebro.

Contrario a lo que pueda pensarse, esa locura que apenas comienza (y que también puede ser solamente un juego literario del escritor protagonista) no le impedirá en ningún momento un pensamiento lúcido plagado de ideas de otros autores que, como este personaje (y como también el propio Vila-Matas), han escrito largo y tendido sobre las contradicciones del sujeto moderno:

¿Acaso yo mismo, por ejemplo, no llevaba desde el pasado 16 de diciembre queriendo desaparecer, pero al mismo tiempo sintiendo a veces nostalgia de mi mundo anterior y hasta de vez en cuando deseando más bien lo contrario, es decir, reaparecer? En psicología social todo esto se conocía desde hacía años con el nombre de disonancia cognitiva, aunque otros la llamaban compartimentación. Algunos, como Francis Scott Fitzgerald, habían llegado a decir que era el indicio más claro del genio. Walt Whitman («¿Me contradigo? Muy bien, me contradigo») consideraba que actuar así era un estimulante síntoma de que uno es amplio y contiene multitudes. Para el aforista estadounidense Yogi Berra era llegar a una desviación en el camino y tomar las dos direcciones.

A ese contradictorio doctor Pasavento le gustaría hacer un pacto con Mefistófeles para que borre la juventud de Andrés y así él pueda consolidar su nueva personalidad. “La identidad es una carga pesadísima, y hay que liberarse de ella”, se dice a sí mismo. Poco a poco le irá construyendo una biografía al doctor Fausto Pasavento, la cual pondrá a prueba con antiguos conocidos y nuevos desconocidos, ya en Nápoles, ya en París, o escondido en un anónimo cuarto de hotel fingiendo que escribe desde algún lugar remoto.

Sin duda es ésta una fascinante novela en torno a la identidad y las personalidades múltiples, en la que una de las reflexiones centrales es aquella idea de Borges acerca de una pregunta vital común a todos los seres humanos: “La verdad es que morimos cada día y que nacemos cada día. Estamos continuamente naciendo y muriendo. Por eso el problema del tiempo nos toca más que los otros problemas metafísicos. Porque los otros son abstractos. El del tiempo es nuestro problema. ¿Quién soy yo? ¿Quién es cada uno de nosotros?”

Referencias

González Mendoza, L. (2011). El juego de la desaparición: metaficción en ‘Doctor Pasavento’ de Enrique Vila-Matas. México: UNAM. Tesis de Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas.

Vila-Matas, E. (2005). Doctor Pasavento. Barcelona: Anagrama.

[1] Todas las citas de este artículo provienen de la novela, a excepción de la afirmación de que trata “de la dificultad de no ser nadie”, procedente de la web del autor.

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