Soledad después de la separación

Por Nadezda Berjón M.

Dentro de los motivos de consulta más comunes se encuentra el de la separación y lo que se produce después de esta, es decir, los sentimientos dolorosos, el aislamiento, la frustración, el enojo y la desesperanza. En este texto, quiero que pensemos en las separaciones amorosas, aunque el término puede abarcar cualquier tipo de distanciamiento o pérdida.

La soledad o los sentimientos de soledad ―ya lo dijo Melanie Klein (1963/1975) ― estarán vinculados con la posibilidad de acompañarse internamente, a través de las identificaciones introyectivas, es decir, poder acompañarse dentro de la mente sin tener que estar en presencia de la persona en concreto. En el mismo tono, Donald Meltzer (1967/1987) comenta ―de una manera muy linda― que la dependencia hacia los objetos externos debe transformarse en dependencia hacia objetos internos, o en otras palabras, debemos poder recurrir, en una especie de diálogo inconsciente/consciente, a las representaciones de las relaciones con otros significativos. Con esto, se crea la capacidad de acompañarse a uno mismo en presencia o ausencia del otro.

La soledad es vista como un estado subjetivo que da cuenta de la realidad interna. Sin embargo, cuando se trata de una ruptura amorosa, el estar lejos de la persona amada causa una invariable sensación de pérdida. Para Sigmund Freud (1914/2012), aquello que se había colocado en el otro, que denominó libido, ahora tiene que ser recolocado en uno mismo, para después volver a querer y volver a interesarse por algo o alguien más. Es así que la separación da pie a replantear el amor, el vínculo.

En un escenario ideal, después de cierto tiempo, se puede volver a querer a otro, o a interesarse por algo que resulta importante y vitalizante. Sin embargo, la pérdida puede resentirse, cayendo en lo que Freud (1914/2012) denominó melancolía, que implica no poder superar aquello perdido, por identificación. Todo esto es una breve introducción, con algunas nociones teóricas, pero en términos prácticos, podemos pensar que cuando una persona sufre una separación, experimenta sentimientos de soledad y pérdida.

Ante esta separación, surge la rabia y el rechazo hacia aquello que se plantea como la nueva realidad. La pérdida, que Freud (1926/2012) vincula con la sensación de desamparo en el recién nacido e idealmente será temporal, es algo por lo que uno no quiere atravesar. Ante ella, pueden surgir sensaciones de aislamiento, como de quedar incomunicado, al margen de todo contacto humano: “Nadie me va a mirar otra vez”, “Mi historia se ha perdido”. También, puede corresponder con ansiedades muy tempranas de no existir, de morir, de caer en pedazos, y dichos pensamientos distorsionan la posibilidad de recuperarse de la ruptura. En esos momentos, se tiene la certeza de que la situación no cambiará nunca, pues la mente es dirigida por la confusión y la ansiedad.

Es relevante notar que, dependiendo del tipo de conflictos psíquicos que uno padezca, es como se vivirá esa separación y la soledad que conlleva. Por ejemplo, en la mencionada melancolía, la soledad es permanente y la sensación de pérdida también. Así que la persona puede estar en pareja, pero siempre se siente sola o acompañada de alguien o algo que le cae mal, o a quien le hace daño: “Está conmigo por lástima”, “Nadie me va a querer nunca”. Es decir, no hay un buen vínculo.

Si pensamos en el narcisismo como cuadro psicopatológico, se puede negar la soledad, al menos como situación dolorosa, e incluso enaltecerla. Casi como una especie de autoenamoramiento, en el cual se cree que no se necesita al otro. En ese sentido, puede reducirse el impacto de la separación, ya que el sujeto perdido carece de valor: “Estoy mejor así, solo”.

En algunas situaciones donde la mente es frágil o se ha construido de manera deficitaria, las separaciones pueden vivirse como desastres mentales, en los que la persona siente que cae a pedazos, que muere, que pierde su sentido de cohesión, como si el otro le brindara una estructura de la cual carece: “No sé vivir sin él/ella. Siento que muero”. Entonces, la soledad no se tolera y es posible que la persona se adhiera inmediatamente a otros, a objetos, a sustancias, u opte por anestesiarse de alguna manera (comida, compras compulsivas, adicción al trabajo, ejercicio extenuante, marihuana, etcétera).

En la mejor de las circunstancias, ante una separación, que puede ser temporal o permanente, la identificación de los sentimientos de soledad brinda un puente hacia el interior, hacia lo que se ha construido, para acompañarse por las presencias, ahora ausentes, que cumplen funciones en la mente. Por ejemplo: la esperanza, el trabajo, la verdad, el reconocimiento de la belleza de las cosas, etcétera.

Todos podemos transitar brevemente por unos u otros estados ante una ruptura, pasar del desamparo a la confianza, o del vacío al recuerdo con regocijo. La soledad, después de la separación, implica un gradiente, que va de la sensación de devastación y desolación (más que de soledad), hasta la compañía de los llamados objetos internos.

Referencias

Freud, S. (2012). Introducción al narcisismo. Obras completas (vol. 14). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1914).

Freud, S. (2012). Inhibición, síntoma y angustia. Obras completas (vol. 20). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1926).

Klein, M. (1975). Sobre el sentimiento de soledad. Obras completas. Envidia y gratitud y otros trabajos (vol. III). Paidós. (Obra original publicada en 1963).

Meltzer, D. (1987). El proceso psicoanalítico. Hormé. (Obra original publicada en 1967).

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