Imaginarios colectivos en la terapia: consumo, progreso económico, ideales. Salud y patología

Por Karina Velasco y Patricia Bolaños

En la actualidad, sabemos que ninguna persona, por más aislada que se encuentre, es ajena a un grupo social, incluso aunque su sujeción a dicho grupo consista en ostentar un comportamiento aparentemente indiferente al proceder de la sociedad. En la película Nomadland (2020), dirigida por Chloé Zhao, observamos la historia de Fern, una mujer de mediana edad que, después de perderlo todo, opta por llevar una vida nómada para alejarse del congestionado ritmo de la cotidianidad. Sin embargo, no tarda en formar vínculos con otros que, como ella, se han aventurado en el mismo viaje y han conformado una incipiente comunidad que cuenta, incluso, con un líder que se encarga de transmitir los valores y los ideales de dicho estilo de vida.

 

No hay actividad humana que no exija la colaboración entre individuos. De hecho, para psicoanalistas como Wilfred Bion, el pensamiento no puede gestarse en solitario, sino que es producto de un vínculo diádico que, en primera instancia, se da entre la madre y su bebé. Así, la identidad se construye a partir del vínculo con otros, de las identificaciones, es decir, de procesos psicológicos complejos a través de los cuales una persona asimila aspectos de otra, transformándose, total o parcialmente, sobre el modelo de ésta (Laplanche y Pontalis, 2008). Dicho fenómeno es saludable y necesario para el funcionamiento mental; se encuentra, por ejemplo, detrás del desarrollo del lenguaje, la intimidad, el trabajo, la cultura, la educación, la civilidad, etcétera. No obstante, como todo, posee también una vertiente patológica.

 

Sigmund Freud estudió con detenimiento la identificación como el proceso detrás del funcionamiento en masa. El autor explica que, una persona que es parte de un grupo abandona su propia individualidad y pierde su capacidad para pensar y discernir, actuando como una especie de autómata, subordinado a los valores e ideales de dicho grupo. En concordancia con Freud, Bion sugiere que, en un grupo, las personas volvemos a usar mecanismos mentales primitivos (como sucede en una fuerte regresión) que nos empujan a abandonar nuestra autonomía. El culto a las marcas, la acumulación de riqueza, la adhesión a una ideología, el alivio exprés al dolor físico y emocional, a través de medicamentos o sustancias psicoactivas, son ejemplos comunes de este fenómeno, que impera en nuestra época. Sin embargo, en el polo contrario, encontramos expresiones en donde se pierde el contacto con la realidad; tal es el caso de los linchamientos, o bien, de la última estampida ocurrida en Seúl, a finales del año pasado, en la que murieron más de 150 personas.

 

Estos tipos de pensamientos primitivos están ligados a lo que Bion denominó supuestos básicos, mismos que imperan en el funcionamiento y la conducta grupal. Pueden definirse como las fuerzas inconscientes que surgen como una defensa ante las ansiedades primitivas que se viven al interior de un grupo y que están al servicio de proteger la vida o sobrevivencia de del mismo. Son creencias dotadas de una gran fuerza emocional que, aunque están fuera de la consciencia, se traducen en actitudes que sirven de base para la conducta, anulando la capacidad del individuo para pensar, quedando, así, condenado a ir en la misma dirección del grupo, sin la posibilidad de cuestionarse dicho actuar.

 

Para Bion, dichas creencias son, en realidad, protopensamientos vinculados a lo no simbólico, lo normativo, lo externo, lo fáctico y lo cuantitativo, que quedan disfrazados y encubiertos por falsos conocimientos o pseudocertezas; estos, al no poder ser pensados, tienden a obstaculizar el desarrollo emocional. Desde esta perspectiva, todo ser humano, por muy neurótico que sea, se enfrenta con un funcionamiento mental primitivo, conformado por aspectos no pensados y carentes de significación emocional, es decir, un funcionamiento que no responde a la expresión de un conflicto, sino a una modalidad caracterizada por lo no simbólico, muchas veces para evadir el dolor que provoca entrar en contacto con la realidad interna y externa.

 

En nuestros consultorios, los terapeutas recibimos diferentes tipos de personas aquejadas por algún tipo de sufrimiento emocional, pero la mayoría de las veces están más interesados en obtener un alivio rápido, casi inmediato, que por la idea de comprender su mundo interno, sus conflictos, sus deseos, sus fantasías, sus sueños, etcétera. En el caso de algunos pacientes, la imposibilidad de sufrir la experiencia emocional es una característica central de su estructura de carácter, misma que se encuentra relacionada con una intensa dificultad para tolerar la frustración, por lo que tienden a resguardarse detrás del funcionamiento grupal y los supuestos básicos.

 

Recuerdo a una paciente que, al final de las entrevistas, me comentó que no podía comprometerse a asistir con regularidad a las sesiones, porque viajaba constantemente alrededor del país para buscar propiedades en las cuales invertir y que, por ese motivo, prefería que le fuera prescrito un medicamento para no estar triste y poder dormir.

 

En contra de algunos de los valores e ideales actuales, el psicoanálisis apunta hacia la intimidad, la vida emocional y la incertidumbre. Hoy por hoy, un tratamiento psicoanalítico no busca únicamente la cura de los síntomas, o hacer consciente lo inconsciente, sino que también trata de promover el desarrollo total de la personalidad, lo cual implica que el paciente pueda mantenerse en contacto con su realidad interna, así como ser capaz de transformar aquello que le pasa y lo que siente en experiencias dotadas de sentido. Se trata de un método apasionante, en el que paciente y analista son llamados a la búsqueda de la verdad.

 

Pero esta labor no está exenta de dificultades, ya que, además de lidiar con lo que Freud denominó resistencias, el terapeuta se enfrentará, inevitablemente, a las áreas psicóticas de la personalidad ―tanto del paciente como de sí mismo―, mismas que podemos entender como un funcionamiento primitivo que tiende hacia el desconocimiento, la evitación y la mentira.

En nuestro próximo Encuentro Científico «Imaginarios colectivos en la terapia», exploraremos el apasionante tema de los imaginarios colectivos en la terapia, a la luz de las teorías de autores clásicos y contemporáneos, así como de la exploración de diferentes ejemplos de la vida cotidiana e interesantes viñetas clínicas. ¡Te esperamos!

 

Referencias:

Laplanche, J. y Pontalis J. (2008). Diccionario de Psicoanálisis. Paidós. (Obra original publicada en 1967).

 

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