¿Somos jueces o analistas?

Por Javier Fernández

Al inicio del tratamiento analítico, se hace énfasis en que el paciente no será juzgado, con la finalidad de que el consultorio le signifique un espacio de despliegue emocional sin restricciones, y que el contenido de su discurso fluya sin tapujos, para que contacte con aquello que habita en su mente. Es interesante porque el paciente, sin dificultad alguna, comprende la propuesta, e incluso entiende que, al no ser evaluado, podrá sentirse con más confianza para compartir sus pensamientos, temores y preocupaciones.

Cabe mencionar que esto no sucede con facilidad; en principio, no es algo que tenga que ver con un aspecto de comprensión intelectual, sino con las fantasías que habitan en el mundo interno del paciente. Una de las principales es la que indica que el terapeuta representa una figura de conocimiento que puede proporcionar la cura para su malestar, lo cual se convierte en un pedido directo del paciente: “Dime qué hacer”. Si el terapeuta responde a la demanda, se convierte en una especie de juez que hace una valoración inquisitiva de lo que está bien y mal en la vida del paciente. De ahí la importancia de no aconsejar o guiar, sino de permanecer neutral y mantener una actitud analítica.

Una de las labores principales del terapeuta es entender qué le representa a su paciente y, desde ahí, interpretar lo que sucede en la dinámica de las relaciones que existen dentro de su mente. Dichas dinámicas están matizadas por deseos y fantasías inconscientes que acaban siendo proyectadas y reflejadas en las relaciones que entabla en el mundo externo y, por tanto, dentro del espacio analítico.

En la primera parte del proceso, el terapeuta tiene que hacer una labor activa para construir el método. El paciente llega con preconcepciones, expectativas y prejuicios de lo que será la relación. La tarea inicial es clarificar este desconcierto. Como lo mencioné, el terapeuta tendrá que oponerse a representar e interpretar los roles que, con frecuencia, bloquean la comunicación. Buscaré aterrizar y visualizar dentro del consultorio estos aspectos teóricos, tomando como base los fragmentos de la sesión analítica de un joven que, a sus veinticinco años, acude a psicoterapia por no poder tomar decisiones. Se percibe presionado y exigido por sus padres, y siente que no tiene deseos, sino que “vive su vida en automático”, de acuerdo con los estatutos sociales y culturales.

Llegó a sesión. Hacía pocos días que comenzaba un nuevo trabajo y, angustiado, refirió:

“Hice una conversación en mi cabeza de lo que seguramente me dirás cuando termine de hablar. Pensé: “me va a reventar, a dar con todo”. Del trabajo, estoy muy nervioso, porque siento que no sé nada, que no voy a poder. El único infierno es el que hago en mi mente, todos los escenarios horribles yo los invento. Por ejemplo, pienso en el juicio final, no le he echado suficientes ganas para tener un buen juicio.”

En el contenido de su discurso, está inherente la representación que tiene de mí en ese momento: la imagen de un juez despiadado que lo enjuiciará. Mi intención no es convencerlo de que “no lo voy a reventar”, lo que para este joven sería “darle con todo”, regañarlo y juzgarlo. Entiendo que, para él, lo que ha sucedido en el proceso terapéutico probablemente ha sido vivido/sufrido como un proceso judicial, y eso es lo que me interesa mostrarle. Así, surge mi intervención:

“Abres la sesión diciendo que te voy a reventar, me parece que tomas lo que te digo en terapia como un juicio. Conviertes en un juzgado todo lo que pasa a tu alrededor; tus relaciones se viven en el marco de un tribunal de justicia, como sucede acá conmigo: soy un juez que te va a declarar culpable de ser un chiquito que no puede con el trabajo”. 

Como terapeuta, la forma en que son recibidas mis intervenciones acaba siendo un enigma. En realidad, no podemos saber a “ciencia cierta” la reacción que nuestro paciente tendrá. Dicha incertidumbre hay que aceptarla y, en el caso particular de este joven, no contribuir a que el ambiente se convierta en un juzgado, ni pensar si mis palabras fueron correctas o incorrectas dependiendo de su respuesta, porque si así lo hiciera, ahora mi paciente sería el juez.

Su respuesta fue:

“Me resuena en la cabeza qué me dirán si me salgo del trabajo, como si tuviera que pedirle permiso a mis papás. Cuando era niño, sentía mucha ansiedad de no querer hacer lo que me pedían. Y lo peor es lo que yo me digo: “¿Por qué no aguantas?”. También con mis amigos, al ir a cenar y hablar del trabajo es como si el restaurante se convierte en un juzgado, donde seré enjuiciado por todos”.

Hasta ahora, podría pensar que la sensación con la que llegó al inicio dejó de ser depositada en mí, en la figura del terapeuta, pues quien se está “reventando” y se “da con todo” es él mismo. La finalidad es ir disipando la neblina que se genera en la mente del paciente para que se responsabilice de sus fantasías y no las desperdigue por todos lados.  

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