Sobre la inmediatez y fugacidad del amor y la intimidad en nuestros tiempos

Por Gabriela A. Cardós Duarte

 

Ser psicoanalista es saber que todas las historias

terminan hablando de amor.

Julia Kristeva

 

Definir de manera conceptual el amor es siempre complejo pero, ciertamente, la consulta de los psicoanalistas está plagada de historias de personas que sufren por amor, que consultan luego de la ruptura de una relación, que dependen de una manera patológica del otro, que no encuentran la forma de hacer pareja o que no logran alejarse de un vínculo que les genera dolor; hablan, también, de los placeres del amor, del amor entre padres e hijos, del amor hacia los amigos, de la soledad y del desamor.

 

¿Cómo podemos entender al amor en tiempos como los que vivimos? Nos encontramos en un momento de grandes cambios culturales y de avances en la tecnología que nos impactan de muchas maneras. Podemos pensar en los progresos de la medicina y en cómo ha mejorado la calidad y expectativa de vida de las personas, en la posibilidad que tenemos de acceder con inmediatez a la información de noticias, en la viabilidad de estar conectados en tiempo real con personas que se encuentran en diferentes lugares y, entre otras cosas, en el impacto que ha tenido la tecnología en cómo nos vinculamos.

De acuerdo con Zygmunt Bauman (2003), las relaciones actuales funcionan igual que otros productos en el mercado, es decir, son de consumo inmediato, para un uso único y descartables. Entonces, los fracasos amorosos se minimizan y alivian buscando con rapidez otro, como quien reemplaza un artículo roto por uno nuevo, sin que implique un compromiso o un gran esfuerzo. Es así que, en consulta, escuchamos a hombres y mujeres que se sienten frustrados, adoloridos y que se preguntan qué es lo que hace que sea tan complejo enamorarse o encontrar a una pareja “para toda la vida”. En palabras de este autor, anhelan relacionarse pero, a la par, desconfían de hacerlo y más si eso implica un “para siempre”, pues lo viven como una carga que no están interesados en soportar, ya que les restaría libertad.

Marta, una mujer joven que había aceptado ser “amiga con derechos y sin ningún compromiso” de un chico con el que mantenía encuentros sexuales, cuenta cómo, un tiempo después, se sintió celosa, excluida y empezó a demandar más de la relación, a pesar de que entre ellos acordaron que no debían involucrar sus sentimientos. Julia, por su parte comenta: “Mientras menos conozca al chico con el que me doy en el bar, mucho mejor. El problema es que, si me tocan, ya siento que los amo”.

 

Se hace evidente que asistimos a una época en la que, si bien, la sexualidad se experimenta de una manera más libre, hay una gran confusión entre ésta y lo que es el amor, al punto en el que han quedado divorciados ambos términos. En palabras de Carlos Tabbia, los jóvenes buscan amor pero, en su lugar, encuentran excitación y descarga. Y aunque hay pocas restricciones para experimentar relaciones, lo que no han encontrado es una vivencia de intimidad (Tabbia, 2020).

 

Ruggero Levy (2017) define la intimidad como aquella experiencia que promueve el contacto emocional con uno mismo y con el otro, a pesar de la turbulencia que implica el encuentro entre dos subjetividades, misma que deberá ser pensada y simbolizada, y que dará por resultado el conocimiento de nuestro mundo interno, así como el de la otra persona.

 

En todo caso, la capacidad para establecer relaciones íntimas depende del estado mental que predomine en la mente del sujeto. Si lo que prevalece es un estado infantil, podemos esperar una forma de relación rápida, utilitaria y con una cualidad de urgente que aparece con intensidad, pero que se desvanece de forma inmediata para dar paso a una nueva búsqueda que llevará, de nueva cuenta, a la frustración. Por su parte, en el estado mental adulto, el otro es amado, discriminado de uno mismo y reconocido como un objeto para ser descubierto; finalmente, la experiencia emocional que provoca el encuentro permite el desarrollo mental.

 

Es importante mencionar que muchos autores coindicen en que la experiencia analítica podría promover, en algunos casos, la capacidad de descubrir al otro, de aceptar su alteridad y, en última instancia, de amarlo por aquello en lo que se diferencia de nosotros.

Si quieres conocer más sobre este y otros temas interesantes, te esperamos en el diplomado “Amor y soledad. Psicopatología, clínica y terapia”, que dará inicio en septiembre y tendrá lugar en línea, los jueves, de 18:00 a 21:00 h.

 

Referencias:

Bauman, Z. (2003). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Editorial Paidós Ibérica.

Kristeva, J. (1987). Historias de amor. Siglo XXI editores.

Levy, R. (2017). Intimidad: lo dramático y lo bello en el encuentro y desencuentro con el otro. Psicoanálisis, 39(3), pp. 363-391.

Michelena, M. (2016). El amor en los tiempos de Google. De la pasión (pre)edípica a la levedad de los vínculos. Revista de psicoanálisis, (77), pp. 113-139.

Tabbia, C. (2021). Clínica del significado. El vértice Bion / Meltzer. APA editorial.

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