¿Quién es el hermano al que le tocó menos? La fantasía inconsciente de la rivalidad

Por Nadezda Berjón M.

 

Desde el estudio psicoanalítico, la relación fraterna es compleja y ambivalente, en tanto que los padres son el centro de la sensación de pertenencia, amor y seguridad. Aunque se quiera a los hermanos, en la mente persisten fantasías en torno a quién es el favorito, el más querido o el que recibe lo mejor.

Por una parte, los hijos deben enfrentar sentimientos de dolor, exclusión y celos hacia la relación de los adultos, a la cual, en general, no tienen acceso. Es decir, ya se siente bastante enojo porque mamá y papá están juntos, desde un tiempo prehistórico (al menos, en el sentido de la propia existencia). A esto, se le suma la llegada de más bebés, que son vividos como rivales ante, principalmente, la madre (primera figura identificada por el sujeto).

Donald Meltzer (1999) señala que, pocas veces, los hermanos se quieren unos a otros, y que mantener una buena relación interna con la pareja parental facilita el cariño entre estos. Cuando se puede tolerar un poco más que los padres se quieran, quizá se aguante que los padres amen a cada uno de los hijos de forma especial.

Para entender más sobre la relación y rivalidad fraternal, pensemos qué representa ese otro, nacido de los propios padres. Por ejemplo: pensar que ése es el hijo que deseaban, porque se parece a la madre o al padre, o simplemente porque es como ellos querían (“Es el favorito de mamá porque son iguales, yo no me parezco a nadie.”); o lo tuvieron porque no quedaron contentos con un solo hijo (“¿Por qué tuvieron otro hijo? ¿Hacía falta? ¿Qué hice mal?”); la idea de que el hermano mayor recibió todas las bondades porque fue hijo único en un momento dado, tuvo a los padres más jóvenes y con más ganas de experimentar (“Las primeras veces de todo fueron con mi hermana, conmigo no hubo la misma sorpresa.”). Hay pacientes que, incluso, narran con tristeza que sus padres ya estaban muy cansados cuando los tuvieron: son el último, el pequeño para el que ya no hay tiempo. Para otros, puede ser que el menor sea privilegiado porque fue planeado con calma y va a recibir la crema y la nata de la relación parental. Todo esto como algo que el sujeto imagina en torno a sus deseos y frustraciones.

En general, puede existir la sensación de que el hermano quita algo que se podría recibir. Una mujer narra que, cuando la madre llegaba con fruta a casa, tomaba todo lo que podía y lo escondía, para que sus hermanos no la dejaran con las manos vacías. Después, lo olvidaba, y la fruta se pudría, pero para ella era tomar todo o nada de mamá.

Sin embargo, no todo es lío, pues también calma ver que los padres desean repetir y que el interior de la madre está intacto; que, por más que se quiera agarrar todo de los padres, estos sobreviven y son capaces de generar y desear más vida. Además, los hermanos pueden unirse en contra de los padres o criticándolos, haciendo cosas a sus espaldas; es decir que, pueden ser aliados, pues comparten el mismo dolor de la exclusión de la relación parental. Además, pueden tomarse de manera defensiva para lidiar con las emociones dolorosas ya mencionadas, a modo de “hijitos” o “parejita” unos de otros. Es como querer más participación en algo que resulta muy enojoso.

La psicoanalista francesa Françoise Dolto (1994) narra que cuando nació uno de sus bebés, el que lo precedía, al verla dar el pecho: “Se inmoviliza, se pone púrpura, violáceo, se encoge un poco, los ojos desorbitados, mudo de emoción. Después de una pausa, con un nudo en la garganta, dice: ‘No comer mamá’ con voz angustiada”. Ésta puede verse como una fantasía oral: el bebé viene a comerse a mamá completa. No se le puede amar si existe esa amenaza. Poco a poco, podrá calmarse con la ayuda de los adultos.

En ese sentido, Dolto recomienda no regañar a los hermanitos por su rechazo al nuevo miembro de la familia, sino tolerar estos afectos y ofrecer mucho cariño para todos. Por ejemplo, es importante dejar que cada niño, sin importar su lugar en la familia, sea lo más independiente del otro. Que cada uno sea responsable de lo suyo, pero no de lo de todos, a su ritmo y estilo. Vestirlos igual, como “marca de fábrica paterna”, en vez de respetar la individualidad, acrecienta la rivalidad.

Si se logran comprender dichos conflictos, se pueden aprovechar los beneficios de la relación con otros (solidaridad, compañerismo, semejanza, pertenencia, desarrollo, etcétera).

 

Referencias.

Dolto, F. (1994). El hijo único. ¿Cómo educar a nuestros hijos? (pp. 19-29), Paidós.

 

Meltzer, D. (1999). Ana. Diálogos clínicos con Donald Meltzer. Psicoanálisis, 21(1/2), Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, pp. 41-64.

 

Urman, F. y Franco, P. (2021). Cómo no construir nuevos “nosotros”. Cartografías sobre los vínculos fraternos. Controversias en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes, 29, pp. 44-51.

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