¿Amor? ¿Enamoramiento? ¿Dolor?

Por Ingela Camba

La vida del ser humano está habitada por el trinomio amor-desamor-odio. Con el psicoanálisis esta consideración va aún más allá, puesto que la mente misma se construye desde el amor y el odio. En la sesión analítica, como reflejo de la vida humana, se escucha acerca de y se viven esas emociones. Como lo plantea Kristeva (1986): “El sujeto recurre al análisis a causa de una falta de amor. Y es mediante la restitución de la capacidad amorosa en el vínculo transferencial –antes de tomar distancia del mismo– como conduce su experiencia analítica.”

Respecto a este tema, encontramos en términos coloquiales conceptos como el amor y el enamoramiento. Para poder pensarlos es necesario hacer algunas puntuaciones. Por un lado, el enamoramiento es un estado emocional altamente valorado por el ser humano, ya que acompaña a todo el ser, lo atraviesa por completo –el psiquismo perforando un cuerpo–, podría decirse que casi se siente físicamente.

Freud (1914: 2018-29) en Introducción al Narcisismo describe cómo “la libido objetal nos parece alcanzar su máximo desarrollo en el amor, el cual se nos presenta como una disolución de la propia personalidad en favor de la carga de objeto.” Es decir, la persona enamorada parece empequeñecerse, mientras que el sujeto amado es sobrevalorado, como resultado de la libido (esta energía de vida no exenta de sexualidad) que se deposita de manera masiva en ese otro.

El amor como emoción y el amor como vínculo

Cuando hablamos de enamorarse, estamos hablando la mayoría de las veces de la emoción que acompaña el vínculo. Para Otto Kernberg (1995): “la capacidad para enamorarse es un pilar básico de la relación de pareja [pues] supone la capacidad para vincular la idealización al deseo erótico y el potencial para establecer una relación objetal profunda…”. El vínculo es la relación en sí, es el amor mismo. El vínculo se expresa de muchísimas formas: los miedos que lo acompañan, los gestos que lo acercan y el dolor que parece que no cicatriza.

Es común que las personas en una relación amorosa se angustien cuando dejan de sentir la emoción del enamoramiento, como si esto marcara el fin del amor. El hecho de que la emoción inicial se desvanezca, no debe significar que acabó la poesía. La emoción muda de forma pero lo que permanece ahí es el vínculo. El amor está transformado o representado de otras maneras probablemente menos bellas y sublimes, como el control, la identificación, la ambivalencia, los celos, la rivalidad, etc.

Quien más te quiere, ¿te hará sufrir?

El vínculo con el otro está determinado por la propia estructura y es en las relaciones más significativas que se despliega lo más profundo del ser. Es decir, dan muestra de la manera como uno se relaciona y se entiende con el mundo. Desde este punto de vista, la relación puede ser controladora, cruel, absorbente e identificatoria, de envidia, de gratitud, de reconocimiento, con ansiedades de separación o cualquier combinación de estas modalidades.

En ese sentido, la mente inconsciente es poco libre y, además, no reconoce su falta de libertad. Por eso el psicoanálisis es fundamental para eliminar la rigidez de los patrones que uno no conoce de sí mismo. Retomando a Kristeva (1986): “A partir de ser el sujeto de un discurso amoroso durante los años del análisis, toma contacto con sus potencialidades de transformación psíquica, de innovación intelectual e incluso de modificación física (…) el espacio analítico es el único lugar explícitamente designado por el contrato social en donde hay derecho de hablar de las heridas y de buscar nuevas posibilidades de recibir nuevas personas, nuevos discursos.”

En ninguna de estas relaciones queda fuera del psiquismo ni la pasión ni la intensidad de los sentimientos, pero su expresión si puede variar. En ocasiones una corriente tan intensa pero contraria se apodera de toda la emocionalidad y la cubre apareciendo algo parecido a la inhibición o un aplanamiento afectivo. El sujeto puede pensar que no se interesa por nada, cuando se trata en realidad de la mente defendiéndose de su propia pasión.

¿El fracaso de la relación se debe a una mala elección de pareja?

Otro tema clave es el de la elección de pareja, pues en este aspecto hay muchos rasgos narcisistas. La otra persona puede ser elegida porque tiene lo que a uno le falta, porque su presencia podría completar algún ideal sobre nosotros mismos o coincide con la vida que creemos necesitar cumplir –éxito, inteligencia, belleza, status, conocimiento, fuerza, etc.–.

Además, cuando escogemos al «otro», esta elección se encuentra determinada en su mayor parte por lo que cada persona es, no tanto por lo que el «otro» es. Hay una proyección inconsciente en lo que buscamos de los otros y esto ocasiona que pongamos en ellos expectativas de realización propias. De aquí, podríamos imaginar cómo sigue la historia, porque en primer lugar la elección de la persona es producto de elementos inconscientes.

Conviene distinguir otro tipo de elección de objeto, cuando, por ejemplo se realiza pensando más en un papá que cuida o en una mamá que consiente y alimenta con detalles. Ciertamente, esta forma de seleccionar parece pertenecer más al orden de lo edípico y da muestra de una preocupación mayor por el vínculo con el otro, que por la proyección de fantasías propias. Se trataría de un amor en mayor relación con el otro, que con uno mismo.

No hay amor perfecto, ni hay posibilidad de planificar el amor dentro de un vínculo. Pero quizá si cabe preguntarse: ¿Cómo amamos? ¿Reconocemos desde qué lugar se escoge al compañero? ¿Hay algún tipo de vínculo al que no podemos renunciar?

Referencias.

  • Freud, S. (1914). “Introducción al narcisismo”. En, Obras Completas, tomo II. Barcelona: Biblioteca Nueva, 1980.
  • Kernberg, O. (1995). Relaciones amorosas. Normalidad y patología. Buenos Aires: Paidós.
  • Kristeva, J. (1986). Al comienzo era el amor. Psicoanálisis y fe. Buenos Aires: Gedisa.
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