¿Se puede pensar en la propia muerte?

Por Mariana Castillo López

 

“El hombre ya no pudo mantener lejos de sí la muerte, pues la había probado en el dolor por el difunto”.

  1. Freud, 1915

La muerte es sin duda uno de los problemas más complejos con los que el ser humano se ha enfrentado. Resulta imposible pensar en la vida sin que aparezca la muerte como un par inseparable. El arte, la filosofía, el cine y, por supuesto, el psicoanálisis ha intentado dar forma al fenómeno de la finitud. Todos estos esfuerzos por explicar, plasmar o describir son solo aproximaciones imaginativas sobre algo que nos es completamente desconocido: al final del día no existe nadie que nos pueda dar fiel testimonio de lo que pasa al morir. Existe una infinidad de teorías que surgen de las religiones, las cuales toman muy en serio el problema de la vida después de la muerte y la incorporan como parte fundante de su estructura; vemos así que el cielo, el infierno, las rencarnaciones o el nirvana dan muestra de la preocupación y la dificultad del hombre para asumir su propia finitud y se defienden de un dolor impensable a través de las creencias.

Freud se ocupó del tema de la muerte, tomó como marco el dolor de la primera guerra mundial y publicó en 1915 “De guerra y de muerte: temas de actualidad”. Freud no podía tener más razón, pues la muerte está siempre vigente: basta con echar una mirada a lo sucedido en la humanidad con la más reciente pandemia que se ha llevado a millones. En este texto Freud expone la dificultad del hombre para representar psíquicamente su propia muerte: “En el fondo nadie cree en su propia muerte, o lo que es lo mismo, en el inconsciente cada uno se nosotros está convencido de su propia inmortalidad”. El inconsciente opera con su propia lógica y no hay posibilidad de hacer una construcción sobre un fenómeno del cual no existe huella ni experiencia. Por otro lado, el yo no puede representar su propio deceso, pues esto equivaldría a la muerte psíquica.

Posteriormente, en “Lo Ominoso” (1919), Freud hace alusión a otra suerte de fenómenos que ejercen una dificultad representativa y producen una angustia particular, proveniente de una experiencia que nos parece extraña y terrorífica, pero que al mismo tiempo capta la atención y el interés al confrontarnos con algo ajeno a la razón o la lógica. Esta tendencia natural del psiquismo es explotada por el cine y la literatura; el éxito rotundo del género de terror radica en un interés por investigar aquello incomprensible. Freud retoma algunas ideas de Otto Rank, quien estudia el fenómeno del doble, el cual se sustenta en una necesidad de negar el sepultamiento del propio yo: una desmentida del poder de la muerte que nos protege del aniquilamiento. Rank observó en la idea del doble un sustento psíquico para la creencia en el alma, que con su existencia nos asegura una vida después de la muerte. Este mismo fenómeno se torna siniestro y nos acecha. Basta con pensar en la experiencia de ver a alguien idéntico a ti caminar por la calle: surge una emoción indescriptible parecida al horror.

 

Si tomamos como verdadera la irrepresentabilidad de la propia muerte, ¿cómo damos cuenta de ella? En todo caso, termina haciéndose presente y la podemos vivenciar en el dolor de la pérdida de otro; es la única aproximación que tendremos hasta el momento en que nos toque experimentarla en carne propia. Al respecto, Freud describe el trabajo psíquico al que nos enfrentamos cuando alguien cercano muere. La manera en que nos relacionamos con otros adopta una dualidad: amamos y odiamos al mismo tiempo. Esta ambivalencia es natural y está presente en todos nuestros vínculos, aunque es mucho más difícil reconocer el odio que nos lleva a enfadarnos y a desear inconscientemente la muerte de alguien.

Freud (1915) construye la figura de un hombre primordial, modelo que todo ser humano lleva impreso a manera de herencia ancestral. Este hombre, al igual que nosotros, se mantenía incrédulo ante su propia muerte, pero al ver morir a algún ser querido, su madre, su esposa, su hijo, se enfrentó a la posibilidad de morir él mismo. Ante ello se resistió, pero fue difícil porque cada sentimiento hacia cada persona perdida posee la misma dualidad: el deseo de muerte y el amor. Para el autor este conflicto entre amor y odio es lo que nos lleva a investigar los enigmas de la vida y la muerte y lleva también a construir teorías más alentadoras que ayuden a lidiar con el dolor de la pérdida, que en su desenlace dan muestra de la misma ambivalencia: “Frente al cadáver de la persona amada, inventó los espíritus, y su conciencia de culpa por la satisfacción entreverada con el duelo hizo que estos espíritus recién creados se convirtieran en demonios a los que temer”. Concluye entonces que en nuestro inconsciente la muerte se enfrenta de la misma forma en que lo hizo este hombre primordial.

 

Referencias

Freud, S. (1915), “De guerra y de muerte: temas de actualidad”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. 14.

Freud, S. (1919), “Lo ominoso”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. 17.

 

 

 

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