Mascotas: del cuidado y el cariño hacia la confusión

Por Andrea Méndez

 

“…y consigues explicar los motivos por los que se puede

querer a un animal…con tanta intensidad; se trata de un afecto

sin ambivalencia, de una simplicidad de una vida liberada de los

casi insoportables conflictos de la cultura, de la belleza

de una existencia completa en sí misma.”

Sigmund Freud (en Steadman, 1979)

 

Tener mascotas brinda muchos beneficios, desde la compañía, la sensación de protección y el aprender a cuidar de otros, hasta funciones de asistencia personal en casos de ansiedad, estrés postraumático, narcolepsia y otros trastornos.

En la actualidad existen cada vez más servicios pet friendly, los cuales implican la aceptación de animales de compañía en restaurantes, plazas comerciales, aerolíneas y hoteles.

Esta tendencia, que va en aumento, podría responder a la concientización por el cuidado de las mascotas, pues no es raro aún escuchar historias de maltrato y abandono animal, pero ¿cómo saber si este vínculo está motivado por un interés genuino de cuidado y cariño o si tiene como telón de fondo aspectos de confusión y omnipotencia depositados en los animales?

A lo largo de la historia ha habido mascotas famosas: algunas ficticias como Lassie, la collie inteligente, o Rocinante, el caballo de Don Quijote. Otras han sido conocidas por el renombre de sus dueños, como Babou, el ocelote de Dalí; Lump, el Teckel (Dachshund) de Picasso; Snowball, el gato de Hemingway, y Jo-Fi, la chow chow de Freud, que se quedaba dentro del consultorio mientras él atendía a sus pacientes.

Para Freud era intrigante la manera en que los animales son leales no solo a sus dueños, sino a sí mismos: “los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos; muy diferente a las personas, que son incapaces de amor puro y siempre mezclan el amor y el odio.”

Este gran psicoanalista nos legó el interés por ahondar más allá de lo visible. Tomando en cuenta esto, podríamos plantear algunas de las motivaciones desde lo más consciente hasta lo más inconsciente y profundo que puede existir detrás de un aparentemente simple “me gustan los perros”.

Quien tenga un vínculo cercano con su mascota seguramente ha notado que responden al tono emocional de su dueño, a los gestos, a la presencia y la separación, así como a la pérdida. Por ejemplo, un perro puede acurrucarse junto a uno si percibe que está triste.

Dentro del entorno familiar la mascota puede influir en los patrones de interacción y generar distintos tipos de vínculo y apego con cada uno de los miembros de la familia. Hay autores que establecen que los niños en etapa preverbal pueden identificarse rápidamente con la mascota, pues estos animales también tienen una comprensión limitada del vocabulario (Roth, 2005).

Tener un perro o un gato desde que son cachorros hasta el final de su vida permite acceder a la comprensión del paso irremediable del tiempo, así como a entender cómo otro puede depender totalmente de uno. Si yo no le doy de comer o no lo saco a pasear, no hay nada que él pueda hacer por sí mismo.

Ahora, si profundizamos, tal vez encontremos motivaciones más inconscientes; por ejemplo, aspectos narcisistas y omnipotentes, donde puedo hacer lo que quiera con el otro sin tener que tolerar la espera, o bien, depositamos en la mascota aspectos de nosotros mismos que nos cuesta trabajo reconocer, o también hay deseos de poder reparar en el otro el daño que hice en lo real o en mi mente a otros.

Desde lo narcisista, podríamos pensar en aquellos que meten a sus mascotas a concursos como una forma de espejear una imagen positiva de uno mismo, como si el animal representara aquello que quiero en mí; por lo tanto, no es extraño escuchar que hay quienes le tienen un guardarropa completo. También pensemos en la persona adinerada de la tercera edad que prefiere dejar toda su herencia a la mascota en lugar de a su familia.

Siguiendo esta línea de lo narcisista y lo omnipotente, podemos pensar en los que, en lugar de tratar a las mascotas como animales a los que se les tiene cuidado y cariño, son sus hijos, los famosos “perrhijos”. Esto puede entenderse, en algunos casos, como una forma de borrar la espera, el aguantar que no se puede tenerlo todo, pues “hago con él lo que yo quiera”. Para tener a un hijo necesito de otro, esperar los nueve meses, aguantar que cambie mi cuerpo (en el caso de la mujer), mis tiempos y mi ritmo de vida. En cambio, adquirir a un perro puede tardar de días a meses y aunque es cierto que implica una responsabilidad, no es la misma que la crianza de un hijo.

También es muy común que se coloquen en la mascota aspectos difíciles de tolerar de uno mismo. Todos necesitamos de cierto cuidado, compañía y atención, pero para algunas personas esto puede vivirse como humillante y encuentran otro en quién ponerlo, generalmente en alguien más vulnerable, como pueden ser los niños, alguien con una situación de salud o económica precaria o, en este caso, las mascotas: “no soy yo quien necesita cuidado y atención; es el animal”. Pienso en una persona que recogía perros y gatos de la calle y los metía a su casa a pesar de que no tenía recursos para ellos, demasiados para un espacio reducido, con poca higiene y cuidado. Al final, esto no era un acto de protección y cariño, sino una forma de sentir que los sacó rápidamente de una situación peor. Detrás de esto había una fantasía de que alguien más hiciera algo similar por ella, que la acogiera y le resolviera sus problemas, sin esperar nada a cambio.

Conocí a alguien que, después de un accidente automovilístico, tenía que dar seguimiento a su rehabilitación, pero constantemente cancelaba las citas porque tenía que atender a un perro que había “salvado” y que estaba maltratado y débil. De esta manera, era el perro el que necesitaba la atención, el que se vivía como vulnerable y, por lo tanto, esta persona quedaba del lado opuesto, como el salvador.

Tampoco es raro escuchar casos en los que alguien rescata perros de la calle, los baña, les da de comer y les busca una casa. ¿A quién representan estos perritos a los que hay que darle un mejor espacio y atención?, ¿serán los hermanitos a los que en la infancia uno atacó? Con esto no me refiero a que realmente le hice algún daño irreparable a mis hermanos en lo concreto, sino que todos, en la fantasía, alguna vez deseamos deshacernos de ese hermanito molesto, sensación que después puede regresar a manera de culpa, por la que uno busca alguna forma de resarcir el daño.

Desde esta misma línea, volverse veterinario puede ser una forma de poner en el animal los aspectos dolientes de uno mismo o de aquellos a los que vivo como más vulnerables y puedo hacer del cuidado hacia el otro una profesión. Melanie Klein planteaba que ese primer objeto bueno que me cuida, me alimenta y me protege fue en un inicio mamá (o quien haya cumplido sus funciones), pero después puedo identificarme con ella y entonces ser yo el que brinda protección y cariño a los otros. Así, al albergar figuras buenas y protectoras dentro de uno, nos permite ser bondadosos.

Temperley (2015) menciona la historia de Roubicek, el personaje principal de La vida con una estrella, de Jiry Weil, un judío en la Praga nazi que busca la manera de sobrevivir y que se ayuda del recuerdo de su amada. Después encuentra a Tomás, un gatito al que cuida y al cual promete que en algún momento podrá encontrar de nuevo la felicidad: “Espera, ¿cómo podré explicarte en qué consiste la felicidad? Grandes tazones de leche para ti, Tomás… Todo esto existe. Me has de creer” (p. 92). Esta es una forma de ser ahora uno quien puede cuidar a los otros, así como una mamá cuidó de nosotros.

Como conclusión, el tener mascotas puede tener como objetivo sentirnos mejor, ya sea por estar acompañados o por encontrar a alguien en quién depositar nuestro cariño, pero también puede ser una forma de deshacerme de aspectos vulnerables o poco tolerantes. Pienso que en cada caso es interesante ver cuáles son las motivaciones que hay detrás para así conocernos mejor.

 

Referencias

Temperley, J. (2015). La posición depresiva. En Bronstein, C. La Teoría kleiniana: una perspectiva contemporánea. Madrid: Biblioteca Nueva.

González, S. (febrero 20, 2012). El vínculo con las mascotas. Sociedad psicoanalítica de México. Recuperado de: https://spm.mx/el-vinculo-con-las-mascotas/

Klein, M. (1937). Amor, culpa y reparación. Obras Completas, 1, pp. 310-340.

Roth, B. (2005). Pets and Psychoanalisis: A Clinical Contribution. The Psychoanalytic Review, 92, No. 3, pp. 453-465.

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