Los sueños y el proceso creativo. La mirada de Hanna Segal.

Por Rossana Navarro

 

Hanna Segal es reconocida por ser una de las representantes más destacadas del pensamiento kleiniano. Su historia de vida la llevó a explorar y abrir su pensamiento a otros ámbitos como la estética, la política y la literatura, en los que también sobresalió de manera importante.

 

Hanna Poznanska, mejor conocida como Hanna Segal, nació en 1918 en Lodz, Polonia; sus padres eran descendientes de familias judías acomodadas. Su padre, lingüista, practicaba la abogacía y fue quien la introdujo a la literatura y al arte. En su biblioteca, tenía obras de Freud, mismas que Segal leyó. Su familia se mudó a Ginebra cuando ella tenía 13 años, lo que le permitió estar en contacto con diversas culturas y situaciones políticas. A partir de ese momento, debido al clima político y a la llegada de la guerra, se vieron en la necesidad de moverse de una ciudad a otra: París, Varsovia, Londres y Edimburgo, hasta establecerse finalmente en Londres, donde se casó con Paul Segal, de origen francés. Hanna inició sus estudios de medicina en Polonia, pero es en Londres, donde se graduó como médico.

 

Segal inició su formación de analista en el Instituto de Psicoanálisis de Londres donde, después de mucho insistir, logró que Melanie Klein fuera su analista y, posteriormente, su supervisora. En 1947, mientras esperaba a su primer hijo, expuso su primer trabajo ante la Sociedad Psicoanalítica Británica, A psychoanalytic approach to aesthetics [Un enfoque psicoanalítico de la estética], publicado en 1952. A los 29 años, Hanna Segal se convirtió en el miembro más joven de dicha Sociedad.

 

Freud, amante del arte, estaba interesado en los conflictos y las fantasías inconscientes representados en una pieza artística. En 1908, escribió: “¿qué es lo que hace el poeta para producir emociones en las personas, aun cuando estas no se creen capaz de sentirlas?”. Segal decía que si hubiera otras preguntas que se pudieran hacer —como qué factores llevan al artista a producir una buena pieza de arte— nos ayudarían a comprender mejor el valor estético de la obra.

 

En La interpretación de los sueños (1900), Freud inició el estudio del pensamiento y el lenguaje oníricos, que van mucho más allá́ de comprender los sueños nocturnos; incluso, llegó a considerar la interpretación de estos como el camino real al inconsciente. Su gran descubrimiento fue que el inconsciente reprimido se expresa en ellos, lo que implica mucho trabajo psíquico. Esto es, hay que desarrollar todo un lenguaje para tener un sueño, los símbolos tienen que ser encontrados y las cosas tienen que ser unidas.

 

Al retomar la idea de Freud —que el sueño es uno de los medios de expresión del inconsciente y una producción puramente psíquica— Segal señala la diferencia entre un sueño nocturno y un sueño diurno (ensoñación). En el primero, hay una presión psíquica para solucionar un problema; es un esfuerzo que hace la psique contra lo que la realidad interna o externa le plantea y que debe descifrar. El segundo es defensivo; se niega el problema y se crea un mundo ilusorio ideal en el que se vive; es una alucinación, un delirio. Es la locura.

 

¿Cómo se relacionan los sueños con el proceso creativo de los artistas? Segal dice que entre el soñador –el loco– y el artista hay una gran diferencia. El soñador niega los problemas, mientras que el artista los enfrenta, tratando al mismo tiempo los problemas que encararía en el sueño: una gran ansiedad inconsciente. 

 

El artista puede tener un sueño o una fantasía inconsciente y darle una expresión simbólica. Al ser consciente del mundo interno que debe expresar y del material externo con el que trabaja, con toda conciencia puede usar el material para expresar sus fantasías. Podría mostrar, con él, las dificultades de la depresión no resuelta, así como la constante amenaza del colapso de su mundo interior; pero tiene mayor capacidad para tolerar la ansiedad y la depresión. Cuando un artista es capaz de esto, puede llegar a producir una buena obra y, tal vez, lograr que el público se sienta impactado por ella. Un buen cuadro no solo es producto de una buena técnica o de la conjugación adecuada de elementos estéticos. Esto va más allá y se vincula con el procesamiento de las emociones y del dolor mental que impone la vida a todo ser humano.

 

Cursar el Doctorado en Clínica Psicoanalítica en Centro Eleia es, entre muchas otras cosas, estudiar las diferentes escuelas psicoanalíticas, lo que permite conocer a fondo a los autores que han hecho contribuciones importantes en este campo. Seleccionar un área de estudio —por ejemplo, los sueños, la estética o un autor— conduce a desarrollar una investigación propia, inspirada y apoyada por el grupo docente. Así es como decidí estudiar más a fondo la obra de Hanna Segal; en particular, para entender los procesos psíquicos que se llevan a cabo al desarrollar una obra de arte. Todo arte es un fenómeno misterioso que no solo tiene que ver con la estética, sino con todo lo que dentro de la mente humana se relaciona con la simbolización, la metabolización de conflictos emocionales y, por supuesto, con el talento. Sin duda, el doctorado me ha dado una gran oportunidad de crecimiento profesional y personal.

 

Referencias

 

Quinodoz, J. M. (2008). Listening to Hanna Segal. Her Contribution to Psychoanalysis. Routledge, The New Library of Psychoanalysis.

 

Segal, H. (1952). A Psychoanalytical Approach to Aesthetics. International Journal of Psycho-Analysis, 196- 207.

 

Segal, H. (1995). Sueño, fantasma y arte. Ediciones Nueva Visión.

 

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