Lo que inevitablemente precede y se transmite, la lengua materna

Por Erika Patricia Ciénega Valerio ©

Antes de que un niño nazca ya es imaginado por sus padres; se le desea o no se le desea, se le da o no un nombre. El niño está cargado, incluso desde antes de su concepción, de proyectos, ideales e ilusiones. Muchas palabras le preceden: los padres le transmiten ‒consciente o inconscientemente‒ sus propios planes, deseos y temores provenientes de su historia particular. Todo ello determinará el lugar que corresponde a ese niño dentro de sus vidas.

La psicoanalista de niños argentina Laura Mosquera señala que existe cierta materialidad en esta transmisión de “la historia de los padres y antecesores”, que remite precisamente a la materialidad de la palabra. Esa “historia” no es conscientemente relatada; algo se dice, sin saber que se dice y es escuchado de la misma forma, sin saber que se escucha (Mosquera, 1999). Los padres hablan, el niño escucha. Es un saber no sabido que va más allá de las acciones, de las palabras e incluso del silencio. Algo desconocido, enigmático para los padres y para el niño, acontece en esa transmisión.

Vienen a mi memoria algunos ejemplos clínicos: Celia se ha preguntado más de una vez en análisis cómo es que su hijo de 8 años sabe que ella quiere ser como era antes de tenerlo, “es como si me adivinara el pensamiento… es que yo tenía el cabello largo y bonito, no como ahora y no sé por qué a Adrián le gusta jugar con las muñecas, sobre todo con su cabello…”. Otro caso que atendí, ya hace unos años, fue el de una madre que vivía angustiada por no decirle a su hija que su padre se había suicidado; meses después de iniciado el análisis con la menor, la pequeña Angélica de 9 años habló acerca de esa verdad que su madre suponía que ella ignoraba.

Inevitablemente, la curiosidad del niño tenderá a descubrir de alguna forma ‒tal vez a través de diversos síntomas como problemas de conducta, terrores nocturnos, etc.‒ esa historia no sabida que está respirando y lo configura. Entonces, ¿cómo es que Adrián puede “adivinar” el pensamiento de su madre? Recurriré a Sigmund Freud para intentar responder esta pregunta. En Psicoanálisis y telepatía, después de que Freud investigara varios ejemplos que considera probatorios “de la posibilidad de transferencia de un deseo inconsciente intenso y de los pensamientos y conocimientos que de él dependen”, concluyó:

… no cualquier pieza de un saber indiferente se ha comunicado por la vía de una inducción sobre una segunda persona, sino que un deseo de una persona, extraordinariamente poderoso, que mantiene con su conciencia un vínculo particular, pudo crearse, con el auxilio de una segunda persona, una expresión consciente levemente velada… No puedo simplificar mi enunciado caracterizando este deseo… como reprimido inconscientemente… Podría describírselo como un deseo “sofocado” (Freud, 1921: 176).

“Deseo sofocado” que se ha comunicado, transmitido, sin siquiera saberlo y que hace síntoma en el hijo de Celia. Ella viene a consultarme porque le angustia que a Adrián, su hijo, le guste jugar con muñecas.

Jacques Lacan en 1953, en su retorno a Freud, señala que el inconsciente es el discurso del Otro y esto evoca a su vez la transmisión entre generaciones de la que hablamos, de eso dicho por los padres sin saber que lo han dicho y que es escuchado por el niño al-pie-de-la-letra, sin saber que lo escuchó. Es en este contexto que puede entenderse la definición del psicoanalista y escritor Jacques Hassoun, en su excepcional libro Los contrabandistas de la memoria, acerca de “un decir-a-medias que transmite un no-sabido” (Hassoun, 1996: 65).

Para la teoría psicoanalítica Freud-Lacan, la transmisión se produce desde el lugar que el niño va ocupando o no en el mundo simbólico de sus padres. Hassoun señala que la madre, para transmitir, será aquella “cuyo hijo no constituye enteramente el objeto de su deseo y que no le otorga al hombre a quien designa como el padre de sus hijos un lugar de omnipotencia-impotencia…” (p. 173). El padre, por su lado, deberá ceder sobre su goce y aceptará renunciar a una parte de lo que, para él, pueda ser del orden de la omnipotencia, posibilitando y reconociendo, así, la discontinuidad entre su propia historia y la de sus descendientes.

¿En qué lengua se transmite? En la lengua de nuestros más anhelados sueños y también de nuestras más terribles pesadillas: la lengua materna, aquella que es introducida por la madre y que permite que al niño separarse de ella. Para hacerlo, la madre impondrá un límite, una distancia con respecto a su hijo que le facilitará “… formular una demanda, sin temor a ser tragado por un “sí” que se adelanta a sus deseos o por un “no” que experimentaría como arrojándolo a las tinieblas de un rechazo absoluto […] La lengua no es una expansión del cuerpo materno, sería más bien la expresión de esa parte de la madre interesada por lo que pasa más allá del niño…” (p. 69).

Desde esta perspectiva, la lengua materna no es el idioma ni la lengua de una comunidad, sino la manera como el discurso del Otro (tesoro de los significantes) se inscribió en el sujeto. Es decir, los deseos, los ideales, las fantasías, emblemas e identificaciones que el sujeto fue asimilando en su relación con el Otro. Es la forma en que el lenguaje se inscribió en el sujeto.

Referencias

– Freud, S. (1921). Psicoanálisis y telepatía. Obras Completas. Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu, 1999.
– Hassoun, J. (1996). Los contrabandistas de la memoria. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
– Mosquera, L. C. Acerca de la transmisión generacional. Clase XIII del Seminario “Psicoanálisis con niños” [en línea]. Edupsi.com. El programa de Seminarios por Internet de PsicoMundo, 1999 [fecha de consulta: 3 de marzo 2014]. Acceso restringido a miembros: <http://www.edupsi.com/psa-niños>.

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