Las formaciones del inconsciente: una puerta a nuestro mundo interno

Por Javier Fernández

 

Sigmund Freud (1915/1991a) enfatizó en sus conferencias de introducción al psicoanálisis que cuando alguien, en un discurso importante, comete un error o desliz y dice lo contrario de aquello que se proponía, difícilmente podría explicarse, con arreglo, a la teoría psicofisiológica o a causa de una desatención. ¿Cómo surge este fenómeno? ¿Qué lo provoca? Esto sucede de forma cotidiana, por ejemplo, cuando los niños en el salón de clases se refieren a la maestra como “mamá” o cuando alguna mujer nombra a su pareja “papá”. Ambos, el niño y la mujer, corrigen de inmediato lo sucedido. El error que cometieron no parece ser relevante; sin embargo, para la teoría psicoanalítica es significativo. Aquel niño, tal vez, desee que la maestra lo cuide, proteja y consienta igual que una madre, o incluso que su atención se centre en él y no en sus compañeros de clase. En el ejemplo de la mujer, a manera de hipótesis, la relación idealizada con su padre no permite consolidar una relación estrecha y afectiva con su pareja; sus actitudes infantiles continúan arraigándola a dicha figura. El lector podría pensar que lo descrito es una exageración, que en realidad es un “simple error”. Tal vez eso no se conciba así si a la pareja se le olvida el aniversario de casados o la fecha de cumpleaños. La justificación razonable es algo parecido a: “se me olvidó, a cualquiera le pudo haber sucedido”. Lo interesante no es buscar una causa o razón lógica, sino encontrar el sentido inconsciente de aquello que se manifestó en la realidad externa.

 

Al respecto, puede surgir la pregunta: ¿qué tanto nos conocemos?; o mejor dicho, ¿sabemos algo de nuestro mundo interno? No podemos esperar que todo se explique desde lo concreto y tangible. Lo inconsciente y sus formaciones develan la realidad psíquica. El mundo externo nos sirve de pantalla para proyectar aquel mundo que desconocemos y que, cuando aparece, tendemos a evadir.

 

Resulta doloroso pensar que no tenemos control o conocimiento pleno de nosotros mismos. Llega a ser riesgoso tenernos vedado ese aspecto. Recuerdo el temblor del 2017, en la Ciudad de México, y el impacto que tuvo en la mente, no solo de quienes perdieron a seres queridos o su patrimonio, sino también en los que no sufrieron algo similar y que, por lo tanto, albergaban dentro de sí sentimientos de culpa por haber sobrevivido. El peligro radicaba en que, desde su inconsciente, buscaran redimir esas sensaciones a través del castigo, dañándose emocional o físicamente, y pensando que fue algo “sin querer” o solo un accidente. Desde la conciencia, buscamos una causa razonable de lo que nos sucede. Sin embargo, encontramos en las manifestaciones de lo inconsciente el sentido del funcionamiento psíquico. 

 

Las formaciones del inconsciente son variadas. Considero que la puerta principal, que además da luz a nuestro mundo interno, es el sueño. En 1900, Freud tuvo la genialidad de afirmar que los sueños nos pertenecen, que no son producto del azar ni vienen de un lugar mágico o espiritual. Él entiende que son una vía de comunicación o de revelación. Los sueños nos exhiben, abiertamente, la tendencia al cumplimiento de un deseo, y también presentan un simbolismo por entero transparente. Es común que los sueños provoquen intriga y necesidad de ser “interpretados”. El soñante cuenta varias veces su sueño a quien sea, con la intención de darle un significado lógico. Desde la perspectiva freudiana, el método psicoanalítico, junto con el analista, busca encontrar la riqueza de significados que están disfrazados en el sueño. Cuando un paciente profundiza en aquello que esconde, el sueño no vuelve a contarlo “a quien sea”. El vínculo con el analista es fundamental para que se pueda dar la interpretación del sueño. El paciente debe sentir que el analista contendrá y aguantará todas las partes de sí mismo que se expresan en su sueño.

 

Las formas que alberga nuestro inconsciente son generadas por diversos sentimientos, emociones y deseos que buscan, perpetuamente, una salida, o por lo menos manifestarse, entre ellos: envidia, competencia, rivalidad, celos, culpa, comparación, curiosidad, sensación de inferioridad, exclusión, fusión, voracidad y ansiedades de separación, por mencionar algunas.

 

Es difícil concebir que podemos lastimarnos o desear que el otro también sufra, pero las formaciones del inconsciente son una puerta al mundo interno y quien habita detrás de dicha puerta es uno mismo. De ahí que, si consideráramos un objetivo principal del psicoanálisis, sería hacernos responsables de nuestro psiquismo.

 

Referencias

 

Freud, S. (1991a). Conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras Completas (vol. 15). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1915-1917).

 

Freud, S. (1991b). Sobre el sueño. Obras Completas (vol. 5). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1901).

 

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