La formación del analista como una experiencia plural

Por Guadalupe Aguayo

 

Para reflexionar en torno a la formación de un analista hoy, y en relación con el desarrollo de mi propia experiencia, tomaré como ejemplo el cuadro Las Señoritas de Aviñón [Les Demoiselles d’Avignon] de Pablo Picasso (1907). Vemos en esta obra un trabajo de pensamiento plural, ya que incorpora y trastoca, a partir de obras y formas existentes, una plástica que conlleva a integrar una cuarta dimensión.

 

La obra del pintor español me permite ilustrar que, para comprender el psicoanálisis en la actualidad, es necesario el pluralismo. Como lo explican Celia Leiberman y Norberto Bleichmar en El psicoanálisis después de Freud (1989), hay que conocer, aprehender e integrar las nuevas teorías, conceptos o desarrollos metapsicológicos, sus diferencias conceptuales y técnicas, sus aplicaciones clínicas, su historicidad, el contexto en el que surgen; comprender cuando se está frente a diferencias semánticas y epistemológicas en la comprensión del psicoanálisis, sin minimizar planteamientos anteriores.

 

Así como Picasso sumó las formas del arte primitivo (paleolítico, ibérico, africano, entre otros.) ―lo que le permitió crear una nueva forma de arte en la primera mitad del siglo XX, denominada pintura de vanguardia―, como analista del siglo XXI, la oportunidad de cursar el Doctorado en Clínica Psicoanalítica en el Centro Eleia me ha permitido integrar conocimientos valiosos de diferentes enfoques teóricos y técnicos, precedentes y actuales, para comprender las diversas psicopatologías que apreciamos en la clínica. Al mismo tiempo, esta pluralidad me ha permitido mejorar mi observación, suscitando mayor soltura y agudeza en mis intervenciones, así como mayor sensibilidad y comprensión frente a los materiales clínicos que se me presentan en consulta.

 

 La propuesta tan vasta y diversa que ofrece el Doctorado nos permite, a su vez, observar la relevancia de pensar la modernidad en la que estamos inmersos y entender las diferentes subjetividades, cuya referencia ontológica es un campo inmenso; entender que lo que debe hacerse para comprender la mente humana no se puede hallar en posesión de un enfoque o pensador único. De esta manera, se producen conmociones en los cimientos y surgen ricas inquietudes y aprendizajes, sin destruir los conocimientos anteriores. Todo lo contrario, emanan nuevas posibilidades gracias a ellos.

 

El doctorante se convierte en hortelano, como afirma el artista Joan Miró: uno labora en un taller-huerto. Así, el paciente y el analista construyen un vínculo íntimo que germina gracias a los procesos transferenciales. Es también la relación profesor-alumno la que posibilita el desarrollo, la imaginación creativa y el aprendizaje profundo del estudiante. Esta experiencia en el Centro Eleia se vive en tierra fértil, de calidez, profesionalismo y ética. Esto me ha permitido concebir la diversidad en las psicopatologías actuales, el psiquismo y su funcionamiento, el pensamiento y las existencias singulares. Por tal razón, frente a la diversidad de posibilidades que nos brinda cada teoría, cada pensador y cada caso, pienso que la tarea del analista hoy es una práctica polivalente, la cual nos lleva a un territorio poético-pensante. Por consiguiente, ante el silencio de las sirenas, como diría el Dr. Donald Meltzer, escuchemos, pues, la música de la voz.

 

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