La ferocidad psicótica de Wittgenstein

Por Alberto Villalobos Manjarrez

“¿Por qué exiges explicaciones?

Si se te proporcionaran éstas,

una vez más estarías ante un límite.

No podrían llevarte más allá de donde estás ahora”.

Zettel, Ludwig Wittgenstein

Si nuestra verdad es extraña para nosotros mismos, como indica Jacques Lacan en el seminario El reverso del psicoanálisis (1969-1970), es inevitable vivir con ella, aunque, por otra parte, no nos concierna. Así pues, sobre este punto, el psicoanalista recuerda la obra de un lógico que, a su juicio, es de fácil lectura; se trata de Ludwig Wittgenstein y su Tractatus logico-philosophicus (1921), obra compuesta por una serie de aforismos que, para Lacan, afirman que no hay más verdad que la proposición. Proposiciones que consiguen su sentido sólo en virtud de la forma lógica que las liga con un hecho de naturaleza física.

El Tractatus pretende trazar un límite a la expresión de los pensamientos. Lacan escribe: “Para este autor, la estructura gramatical constituye lo que él identifica con el mundo. La estructura gramatical, eso es el mundo. Y, en suma, lo único verdadero es una proposición compuesta de modo que comprenda la totalidad de los hechos que constituyen el mundo” (2008:62).

Ahora bien, si la realidad total es el mundo, los estados de cosas, el darse efectivo de los hechos, son representados por la figura, que es un modelo de la realidad. Los elementos —objetos— que constituyen la figura se relacionan de modos determinados. “La figura es un hecho” (Wittgenstein, 1921:2.141.62). La estructura de la figura consiste en la interrelación de sus elementos, mientras que su posibilidad es la forma de figuración. Por eso, la posibilidad de que las cosas se relacionen del mismo modo que los elementos de la figura es la forma misma de la figuración. Así, la figura enlaza con la realidad: “El darse y no darse efectivos de estados de cosas es la realidad” (Wittgenstein, 1921:2.106.61). Lo que la figura debe tener en común con la realidad para figurarla, ya sea verdadera o falsamente, es la forma lógica: la forma de la realidad.

Dicho esto, Wittgenstein advierte que el pensamiento es una proposición con sentido, es decir, se trata de la proposición como figura de la realidad. Si se comprende la proposición, se conoce el estado de cosas representado. Si es verdadera, una proposición muestra el comportamiento de las cosas. De modo que, sobre la filosofía, Wittgenstein redacta en el Tractatus: “La mayor parte de las interrogantes que se han escrito sobre cuestiones filosóficas no son falsas, sino absurdas. De ahí que no podamos dar respuesta en absoluto a interrogantes de este tipo, sino sólo constatar su condición de absurdos. La mayor parte de los interrogantes y proposiciones de los filósofos estriban en nuestra falta de comprensión de nuestra lógica lingüística” (1921:4.003.75).

En efecto, las proposiciones de la metafísica y la filosofía se vuelven —desde la lógica del Tractatus—, de forma general, sinsentidos, puesto que no remiten a hechos, es decir, a lo que es el caso. Por eso, sobre la tarea de la filosofía, Wittgenstein propone: “El objetivo de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos” (1921:4.112.82). Sin embargo, el lógico también afirma que el mundo, como la totalidad de los hechos, es inexpresable. Por consiguiente, en este punto, tiene lugar la siguiente afirmación: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (1921:5.6.123). Si los límites de la lógica son los del mundo, el sujeto se vuelve, asimismo, un límite del mundo. Lacan comprende que para Wittgenstein, el mundo está constituido, en virtud de lo que se puede decir de él en las proposiciones, por la tautología de la totalidad del discurso.

Ambos autores coinciden en que no existe un meta-lenguaje; de manera que, por este motivo, Lacan redacta: “No hay sentido más que del deseo” (2008:64). Conclusión de la lectura del Tractatus sobre la cual se puede preguntar por su compresión: ¿sería posible plantear una noción de deseo bajo la lógica del Tractatus? Ciertamente, Lacan procede por otras vías. Para el psicoanalista, la verdad reside en lo que el deseo esconde de su falta. Aunque inseparable de los efectos del lenguaje, la verdad, para Lacan, está fuera de toda proposición. De modo que los efectos del lenguaje incluyen, a su vez, al inconsciente —se afirma su relación con el lenguaje—. No obstante, desde la filosofía de Wittgenstein, el estatuto del inconsciente se pone en entredicho cuando se pregunta sobre la posibilidad de acceder a él.

“Denuncia como una fuente de confusión constante el hecho de que hablemos de estados mentales a la vez para designar estados conscientes y para nombrar estados hipotéticos de un mecanismo mental inconsciente” (Bouveresse, 2004:80). El problema reside en que se utiliza la misma gramática, en el caso de Freud, para describir procesos tanto conscientes como inconscientes, cuando los mecanismos de éstos últimos se rigen por leyes completamente distintas.

Por otra parte, Lacan expresa que en el discurso de la filosofía —en especial el universitario—, la verdad descansa principalmente en el yo —una Yocracia—. Aunque la filosofía es irreductible a esta afirmación, el psicoanalista admite que Wittgenstein lleva hasta el límite la cuestión de la verdad, al colocarla como fundamento del saber. “Seguramente este autor tiene algo cercano a la posición del analista, que se elimina completamente de su discurso” (Lacan, 2008:67).

Sin embargo, no se trata de la única relación que Lacan observa en el pensamiento de Wittgenstein, ya que sugiere una coincidencia entre la gran seguridad de su discurso y un “no sé qué”, que se asoma en la psicosis. Sobre el Tractatus, el lógico escribe: “La verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece, en cambio, intocable y definitiva” (2008:56). Discurso implacable cuyo efecto en Lacan insinúa la psicosis.

A propósito de la lógica, el psicoanalista se pregunta por el goce que, como residuo, acompaña al lenguaje y lo sitúa en un sistema que, por débil que sea, obtiene su fuerza por un efecto de in-completitud que indica un límite —los límites del lenguaje son los límites del mundo—. A diferencia de Wittgenstein, para Lacan, la verdad —hermana del goce; hermana del más allá del límite— es externa a la proposición y, sin embargo, mantiene una indisociable relación con los efectos del lenguaje vinculados con el inconsciente.

Así pues, la filosofía de Wittgenstein, que procede por medio de “una ferocidad psicótica” (Lacan, 2008:65), trastoca el rigor de la navaja de Occam —postulación que implica no admitir ninguna noción lógica que no sea necesaria, además de sugerir la predisposición a la simplicidad en la elaboración filosófica—, mientras que las proposiciones del Tractatus se resuelven como sinsentidos en tanto que quien las lee, al haberlas comprendido, sale de ellas, pero precisamente por haberlas atravesado. Relación paradójica con el límite que arroja la escalera después de haber subido.

Referencias 

  • Bouveresse, J. (2004). Filosofía, mitología y pseudociencia. España: Síntesis.
  • Hadot, P. (2007). Wittgenstein y los límites del lenguaje. Seguido de: Una carta de Élisabeth Anscombre. España: Pre-textos.
  • Lacan, J. (2008). El seminario de Jacques Lacan, Libro 17: El reverso del psicoanálisis. 1969-1970. Buenos Aires: Paidós.
  • Wittgenstein, L. (2007). Zettel. México D. F.: UNAM. Instituto de investigaciones filosóficas.
  • ______________ (1921). Tractatus logico-philosophicus. España: Alianza, 2012.
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