La ansiedad de escoger

Por Javier Fernández

En la preparatoria, ¿para qué negarlo?, lo que más nos interesa es nuestra vida social: qué vamos a hacer el fin de semana, qué fiesta hay y en casa de quién, qué está pasando en nuestras redes sociales…  El objetivo es permanecer el mayor tiempo que podamos fuera de casa de nuestros padres, pues la convivencia familiar nos pesa y preferimos estar con los amigos, la novia o el novio. La escuela y las tareas solo están ahí para quitarnos el tiempo, y, en el mejor de los casos, solo hacemos lo suficiente para aprobar las materias y que nuestros padres nos dejen salir de casa.

Sin embargo, es en este momento de nuestra vida, cuando la casa y la escuela están en segundo plano, que los adultos nos hacen una de las preguntas más incómodas del mundo: “Y, dime, ¿ya sabes qué vas a estudiar?”

No importa en qué año de prepa estemos, la realidad es que la universidad es algo que sentimos todavía muy lejano, de ahí que nuestras respuestas sean: “No sé”, “Ni idea”, “Quién sabe”, “Ya veré”… No evadimos la pregunta por desinterés sino por ansiedad, ese sentimiento de incomodidad que experimentamos cuando los adultos nos enfrentan a una realidad impuesta desde afuera. La verdad es que hay ocasiones en las que ni siquiera sabemos a dónde iremos el fin de semana, ¿¡y quieren que sepamos qué vamos a hacer con el resto de nuestras vidas!?

Nuestros padres no solo nos exigen una respuesta, sino que incluso nos proponen carreras que piensan pueden convenirnos (desde su perspectiva, claro). Y, ¿qué hacemos? Bueno, solemos escoger entre dos opciones.

En la primera nos rehusamos a estudiar aquello que nos sugieren nuestros padres y familiares; principalmente porque los adultos no nos entienden y no saben lo que en realidad nos interesa. En caso de escoger la segunda opción lo que hacemos es asumir una posición pasiva y cumplimos con las expectativas familiares (y sociales). En ambos casos, el factor común es que no nos preguntamos qué es lo que realmente queremos estudiar y qué vocación está relacionada con nuestros ideales de vida y nuestros propios intereses.

Un psicoanalista estadounidense llamado Erik Erikson, especializado en algo llamado ‘psicología del desarrollo’, llegó a escribir que en esta etapa de nuestras vidas enfrentamos un gran peligro: el de la confusión de rol.

Cuando somos adolescentes, estamos más preocupados por lo que parecemos ser ante los demás que por mostrar quién somos realmente, lo que lleva a que nos sintamos confundidos. Esto es la confusión de rol. Así, para evitar está confusión, solemos adaptamos de forma temporaria a nuestro entorno, pero corremos el riesgo de perder (aparentemente) nuestra identidad por completo. Cuando esto último sucede, escogemos una carrera no por interés sino por conveniencia (porque es la que más dinero nos va a dejar, porque nos da una buena imagen social, etc.), o como una forma de protesta y rebeldía hacia nuestros padres. Así, la confusión de rol es responsable de la enorme cantidad de casos que se presentan en los primeros semestres de la universidad de estudiantes que abandonan o cambian de carrera.

Las evaluaciones de orientación vocacional tienen como objetivo ayudarnos a decidir qué carrera estudiar. Sin embargo, la razón por la cual muchas veces no nos sentimos identificados con los resultados es porque nuestra búsqueda de identidad personal está antes que la de la identidad profesional (aquella que se ve más afectada por la confusión de rol).

El sentimiento de identidad personal es la confianza que tenemos en nuestra propia esencia. Esa confianza  encuentra su continuidad en el significado que tenemos para los demás, y, cuando elegimos una profesión, queremos mostrar qué significamos.

Pero ¿qué podemos hacer si esa confianza se ve disminuida? ¿Si, en lugar de mostrar quiénes somos, sentimos la necesidad (la ansiedad) de mostrar lo creemos que somos ante los ojos de los demás?

Bien, en esos casos, el ingreso a una terapia de análisis nos ayudaría —a través del descubrimiento de las fantasías inconscientes que obstaculizan nuestro crecimiento— a elegir aquella profesión que potencialice al máximo nuestras capacidades y consolide nuestra identidad. De ese modo, la carrera universitaria que estudiemos no nos resultará ajena, sino que será una parte de nosotros mismos.

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