Arte, duelo y creatividad

Por Ana Livier Govea

Cuando hablamos de creatividad, hablamos de una facultad humana que inicia en las primeras etapas del desarrollo; a través de la vinculación con el objeto primordial, se desarrolla en el juego del niño y se prolonga en el fantaseo del adulto. Según el Diccionario de la Real Academia Española, es la capacidad o facultad de crear, y “crear”, del latín ‘creare’, es producir algo de la nada (“Dios creó cielos y tierra”). En una segunda acepción, “crear” es establecer, fundar, introducir por primera vez algo, hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado.

En el texto “El creador literario y el fantaseo” (1908/1992a), Sigmund Freud analiza el problema de la creatividad a partir de la actividad del poeta, preguntándose: ¿de dónde toma aquél sus materiales y cómo logra conmovernos con ellos? De acuerdo con el autor, los orígenes de la creatividad se remontan a la infancia, específicamente al juego, ya que, al jugar, el niño es como un poeta que crea un mundo propio, insertando las cosas del mundo en uno nuevo, apuntalando situaciones y objetos imaginarios en la realidad.

Para Freud, la sublimación de las pulsiones sería ese mecanismo de defensa subyacente a la creación. Sin embargo, pareciera que, desde muy tempranos momentos en la vida, comenzamos a crear. Por ejemplo, un primer acto creador sería el chupeteo que realiza un bebé después de ser amamantado y retirado del pecho; cuando el bebé vuelve a tener la sensación de hambre, antes de llorar para reclamar su comida, intenta gratificarse a sí mismo por medio de una producción alucinatoria del pecho faltante (satisfacción alucinatoria del deseo). Por lo tanto, es como sí comenzáramos a crear por puro desvalimiento, produciendo una representación de nuestro objeto de deseo.

Por otro lado, según Donald Winnicott, la creatividad está ligada, de manera íntima, a la experiencia de la vida, es decir: sin experiencia no hay vida. De ahí la importancia en su teoría de los objetos y fenómenos transicionales, de la zona intermedia de experiencia o espacio transicional. La creatividad, entonces, es constitucional e innata, por decirlo de alguna manera. Pero, para que este potencial creativo se desarrolle, es indispensable la intervención de un medio y una madre lo suficientemente buenos, que sean capaces de presentarle el mundo al bebé para que éste “lo cree de nuevo”. Para Winnicott, la creatividad es una capacidad infantil que se conserva (en el mejor de los casos) en la vida adulta.

Reconocemos, entonces, que la creatividad, no se mide en la cantidad de cuadros que uno pinte o la cantidad de composiciones que uno produzca, sino que tiene que ver con la tarea de interrelacionar la realidad interna con la externa, en donde el self y la realidad deben tener un puente de conexión que pueda transitarse. Y es que, si lo pensamos bien, necesitamos ser creativos para poder hacer frente a los duelos, a las pérdidas; después de un evento traumático, requerimos de la creatividad para poder reconfigurar la vida, la identidad y las identificaciones, por ejemplo: el adolescente y sus cambios, en la mediana edad, la maternidad, la vejez y el duelo por la muerte.

Un ejemplo de lo anterior sería el director Lars von Trier, por un lado, y en el sentido opuesto, el escritor Albert Caraco. El primero, guionista danés, considerado uno de los directores más innovadores del cine contemporáneo, crea a partir de un momento corrosivo y desesperanzador en su vida, como hizo con “La Trilogía de la Depresión”, una serie de tres filmes (Anticristo, Melancolía y Ninfomanía) en donde lo traumático, los duelos y las pérdidas son los temas generales que se narran desde distintas perspectivas. Esto da como resultado un acto fílmico catártico y sublimatorio, en donde (particularmente en Melancolía) el estado depresivo se muestra de forma plástica y semi permanente: una alusión, un símbolo, una metáfora.

Caraco[1], por su parte, no logra resarcir la rabia putrefacta que le embarga. Si bien, se destacan sus habilidades literarias, su trágico desenlace nos hace cuestionarnos sobre las capacidades creativas de poder transformar la vida propia. Tras la muerte de su madre, escribe un texto abrumador: Post Mortem, en el que dedica buena parte al odioso afecto que tiene hacia su progenitora. Sin embargo, la vida de Caraco termina cuando se suicida tras la muerte de su padre.

Como podemos observar en estos personajes, a pesar de ser ambos artistas, cada uno tiene una forma “resolutiva” distinta.

 

Referencias:

Freud, S. (1992a). El creador literario y el fantaseo. Obras Completas (vol. 9). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1908).

Freud, S. (1992b). Duelo y melancolía. Obras Completas (vol. 14, pp. 235-255). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1917).

Winnicott, D. (1971). El juego. Exposición teórica. Fenómenos transicionales. Realidad y juego (pp. 62-78). Gedisa.

Pérez Álvarez, M. (2012). Las raíces de la psicopatología moderna. La melancolía y la esquizofrenia. Ediciones Pirámide. Organización Mundial de la Salud.

[1] Escritor y filósofo judío sefardí de nacionalidad francouruguaya.

 

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