Violencia y feminidad. Una visión psicoanalítica

Por Cristóbal Barud Medrano

 

La racionalidad de las decisiones fue una idea que derrumbó la teoría psicoanalítica, empañando las diferencias entre normalidad y patología mental. De esta forma, surgió un interés por el problema de la violencia y la hostilidad.

 

Freud decía que las diferencias engendran problemas, aun siendo imperceptibles. Estas despiertan una turbulencia de comparación, envidia y ataque, que se confirma en conflictos bélicos, familiares y sexuales. Diversos marcos referenciales del psicoanálisis coinciden en la naturaleza tensionada del encuentro con el otro, surgida de fantasías en torno a la superioridad e inferioridad. Todo intercambio desafía la pretensión de ser completo y denuncia la imposibilidad de una existencia autosuficiente.

 

El cuerpo es el campo en donde se libran graves batallas para asumir las diferencias. Cuando Freud describió la envidia del pene —hoy cuestionada con justa razón— también estaba señalando un hecho sutil, aunque de mayor proporción comparado con la preocupación anatómica. Él describía la percepción errónea de los niños, quienes concluían, auxiliados por las ideas del género imperantes en su tiempo, que las diferencias concretas del cuerpo son signos de poder y carencia, cuando en realidad son formas completamente distintas de comprender y vivir el mundo.

 

Más tarde, diversas autoras —entre ellas Melanie Klein— destacaron que la envidia y la hostilidad no eran esencia y signo de la feminidad, sino que la envidia del pene sustituye un hecho acaecido mucho más temprano con la madre. Ella representa, tanto para la niña como para el niño, una especie de todo teológico: poseedora del conocimiento, dadora del placer cuando está presente y fuente del dolor a causa de su ausencia. Esto entra en conflicto con el ideal de perfección narcisista y genera preguntas sobre el interior de la madre y el contenido de sus ideas. Si la agresión se canaliza adecuadamente, esta se convierte en el motor del desarrollo para generar preguntas y en un impulso para conocer el mundo. Si no se canaliza, su exceso implica atacar las capacidades de la madre y sobredimensionar sus carencias, creando así una fantasía de autosuficiencia.

 

Wilfred Bion amplió este conflicto hasta el plano de las ideas. La ausencia de la madre genera añoranza y envidia por no poseer aquello que aporta comprensión, de lo cual depende el niño para sobrevivir psíquicamente y organizar su experiencia.

 

La hostilidad, entendida desde este par de concepciones teóricas, se vincula con la función materna y la imposibilidad de conocer todo acerca de ella. Más tarde, cuando las niñas y los niños aprenden la diferencia sexual por comparación, se reavivan los fantasmas de superioridad, de inferioridad y de la falta. El varón guarda para sí una sensación de envidia hacia lo femenino, cuya posibilidad de dar vida simboliza también la creatividad, en un sentido más amplio. Así, el niño se sentiría con derecho de ejercer su hostilidad, ya que le resulta chocante e incomprensible.

 

En otro giro teórico, Julia Kristeva destaca que la violencia hacia lo femenino surge de una madre-cosa, cuya existencia está dedicada a los cuidados del bebé. Es decir, se trata de una madre vista desde el narcisismo infantil, a quien no se puede imaginar separada y con intereses propios. Pareciera que la imagen de una mujer capaz de tener deseos y de separarse de su hijo o hija gradualmente, fuese vivida como una afrenta que conduce a buscar el dominio o degradación de lo femenino.

 

Como quiera que sea, esta breve revisión orienta quizá a interrogarse acerca de la concepción particular de lo femenino y, sobre todo, a indagar en las raíces narcisistas de los fenómenos violentos en la vida cotidiana, especialmente en tiempos en donde las aguas de la agresión se agitan con peligrosa intensidad en la vida pública.

 

 

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