Superyó temprano

Por Marta Bernat

 

El superyó es uno de los conceptos fundamentales que introdujo Sigmund Freud en el psicoanálisis y que desarrolló a lo largo de su obra. En la actualidad, es un concepto vigente y de gran utilidad en el trabajo con pacientes en la clínica psicoanalítica.

 

En el Diccionario de psicoanálisis, Laplanche y Pontalis (1967/1983) lo definen como una instancia de la personalidad, descrita por Freud en su segunda tópica del aparato psíquico, que tiene la función de ser un juez o censor con respecto al yo. La conciencia moral, la autobservación y la formación de ideales son funciones del superyó; además, se le considera el heredero del complejo de Edipo, lo cual ocurre alrededor del quinto año de vida y se constituye en función de las identificaciones que el niño hace con los valores, las exigencias y las prohibiciones de sus padres. Se puede decir que el superyó se convierte en una autoridad interna o un juez que alerta sobre lo que es moralmente aceptado. Cuando el sujeto siente que ha fallado o no ha cumplido con los mandatos establecidos, la consecuencia es la culpa y los reproches.

 

Melanie Klein retomó este concepto y señaló diferencias importantes. Durante su trabajo analítico con niños pequeños, observó que cuando el niño expresa, en fantasía o en acción, sentimientos violentos y destructivos hacia personas u objetos durante el juego, después siente una ansiedad persecutoria muy intensa o sentimientos de culpa, y teme castigos muy severos. Esto la lleva a postular un superyó en una etapa más temprana de lo que pensó Freud.

 

Para la autora, comienza a formarse desde el inicio de la vida. Considera que, en los primeros meses del desarrollo, el niño atraviesa por un periodo de «sadismo máximo», acompañado de fantasías orales y anales sádicas debido al predominio del instinto de muerte en su interior. Es por eso que el superyó adquiere dichas características, convirtiéndose en una figura sádica, cruel y punitiva. Se forma a través de los mecanismos de proyección e introyección. El infante proyecta en los padres el odio y el sadismo que siente cuando lo frustran, y posteriormente los percibe como figuras peligrosas, crueles y vengativas. Lo mismo ocurre cuando se siente amado y gratificado, les proyecta el amor que siente hacia ellos y, por lo tanto, los percibe amorosos y comprensivos.

 

La figura parental que en ciertos momentos se percibe terrorífica y en otros muy amorosa se internaliza. El resultado es el superyó precoz del niño. Dicho de otra forma, el superyó se compone de la figura parental internalizada. He mencionado que en los primeros meses de vida predomina el sadismo y, por lo tanto, esta cualidad es la que va a predominar en el superyó. El pequeño tiene en su mente la fantasía de unos padres internos crueles y vengativos, e imagina que lo quieren castigar de una forma severa y brutal. Cabe aclarar que esas figuras terroríficas no corresponden a la realidad, sino que esa percepción depende de los impulsos sádicos y destructivos que predominan en su mente. Si él ataca en forma cruel a sus padres, después teme que ellos lo castiguen de la misma manera y con la misma intensidad o severidad.

 

Los terrores nocturnos infantiles tienen que ver con este superyó temprano, por ejemplo, el niño que vive aterrorizado porque en la noche siente que su cuarto se llena de monstruos que lo quieren devorar; o el que pide a su madre que se cerciore de cerrar la ventana del cuarto, pues teme que un robachicos lo secuestre. Klein pensaría que el chico siente hostilidad hacia los padres cuando lo dejan solo en la noche; siente celos, odio; tiene sentimientos de exclusión; y, en su fantasía, quiere devorar o secuestrar a la madre, quedarse con ella para que solo le pertenezca a él. La consecuencia o resultado de sus ataques hostiles es que los padres, personificados en distintos personajes, lo ataquen.

 

Este superyó sádico actúa como juez implacable y puede provocar que el niño se autocastigue, se autolesione o incluso que se provoque un accidente porque siente que ha cometido una falta grave al experimentar celos y deseos de matar a papá para quedarse con mamá. Esta severidad en el superyó también se observa en los adultos, cuando son muy crueles y exigentes con ellos mismos o en aquellos que viven torturándose permanentemente con una necesidad de expiar sus culpas o de recibir castigos. Si Freud pensaba que el superyó del niño era débil o inexistente, en la teoría kleiniana es severo y cruel, por lo que en un tratamiento psicoanalítico buscaría disminuir tal severidad.

 

Conforme se desarrolla, el niño adquiere la capacidad para integrar al self y a los objetos: puede observar a los padres de forma más realista, con sus bondades y defectos; predomina el amor, la preocupación y el cuidado hacia ellos. Esto tiene un impacto en la cualidad del superyó, pues ya no se percibe como una figura terrorífica y amenazante, sino que se convierte en una figura que cuida y protege.

 

Cabe precisar, para terminar, que Hanna Segal (1979) comenta que Klein no siempre otorga el mismo significado al superyó, pues unas veces lo usa como sinónimo de objeto interno, y otras como un aspecto del objeto que ejerce una función del superyó.

 

Referencias

 

Klein, M. (2011). Estadios tempranos del conflicto edípico. Obras completas. Amor, culpa y reparación. (vol. 1). Paidós. (Obra original publicada en 1928).

 

Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (1983). Diccionario de psicoanálisis. Editorial Labor. (Obra original publicada en 1967).

 

Segal, H. (1979). Klein. Editorial Fontana, William, Collins Sons & Co.

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