¿Qué lleva a un analista a escribir acerca de un caso?

Erika Patricia Ciénega Valerio

¿Qué hace un analista con la historia de un paciente? ¿Cómo cuenta esa historia que se ha reescrito a partir del dispositivo analítico? ¿Cómo escribir lo que ocurrió en el consultorio para que se transmita lo más exacta y vivamente posible? Dice Juan Litmanovich que el psicoanálisis es una práctica que trabaja, teje, alrededor de la oralidad —refiriéndose al habla, en francés, parole  en la oralidad, dentro de un mundo escriturístico. Piensa, se desarrolla y desenvuelve sobre la práctica de la escritura (2000, p.1).

El trabajo de Michel de Certeau acerca de la oralidad permite vislumbrar que lo oral no se reduce al habla, que en la oralidad también existe un texto compuesto por gritos, por voces no sabidas, desconocidas, lenguas del olvido que retornan, insisten, se inscriben y escriben, haciendo texto. Es la voz escritural (De Certeau, 1996, pp.145-165). El analizante, vía el dispositivo analítico, desplegará palabras, enunciados, asociaciones, silencios, risas, llanto, suspiros, bostezos, mirará hacia dentro y abrirá el alma, emergerá su voz para ser leída.

El analista lee, no sólo escucha. Lacan, dice Litmanovich: “[…] habla de lectura porque lo inconsciente está estructurado como un lenguaje…El inconsciente tiene lenguaje. Está en el lenguaje. La estructura psíquica está determinada como una escritura” (2000, p.9). Efectivamente, se lee lo oral porque existe cifrado. En este sentido, continúa Litmanovich, leer implicaría una distinción sobre lo oral:

Si el psicoanálisis puede “leer lo oral”, puede puntuar en forma de voz, es porque allí pesa que el decir es un escrito. En el decir se juega una estructura de discurso y es por eso que puedo operar (interpretar) sobre ello. Para eso es necesario un contexto: con-texto, con el texto de la oralidad: es decir, texto oral (2000, p.10).

Lectura-escritura-escritura-lectura, compleja operación que el analista efectuará a partir de los textos que le serán ofrecidos por el analizante. Al inicio de un análisis, al igual que de un escrito, está lo desconocido, que se irá develando, descubriendo y destruyendo para reconstruir algo que haga acto, diferencia. Analizante y analista construirán un texto distinto, una voz enunciada desde otro lugar. Al final de un análisis, ninguno quedará ileso, algo habrá ocurrido para ambos.

En esa travesía entrañable que implica un análisis, me pregunto ¿qué es lo que lleva a un analista a escribir acerca de una experiencia analítica? Evidentemente, lo sabemos, uno no escribe de cualquier cosa, ni de cualquier caso. No se escribe por azar, aunque de inicio (y tal vez también al final) resulte desconocido. Se está comprometido en y con lo que se escribe. Al respecto, Alejandra Ruiz explica que lo que puede llevar a un analista a escribir un “caso” es un llamado. Algo lo convoca a decir. Puede ser que no sea el analista quien elige el caso, sino el caso el que reclama a un analista con el fin de ser narrado. De algún modo el caso se impone. También puede suponerse el deseo de plantear un interrogante dirigido a la teoría, en el estado de desarrollo en que se encuentra en ese analista y en ese momento (Ruiz, 2000).

Nuevamente, la respuesta podrá encontrarse en el caso por caso. Lo que me parece importante resaltar es cómo en esta escritura de un analista acerca de una experiencia analítica hay algo que éste intenta aprehender, capturar, asir, bordar y bordear.

Lo cierto es que el analista que lee en la transferencia no es el mismo que habrá de teorizar lo transcurrido en las sesiones. Señala Litmanovich:

Vuelve a mí la escritura de las sesiones en psicoanálisis. Una sesión es un lugar, una práctica y una institución (que en silencio se hace presente). Sesión es ceder, dar. En esas sesiones Freud no escribía (salvo fechas, nombres y sueños que en esa situación consideraba importantes) los relatos. Ese acto era dejado para después, a solas. En la noche o inmediatamente luego de finalizada la cita. Nuevamente, ¿qué hace un psicoanalista cuando escribe de ese momento? (2000, 4).

Escribir es ante todo un acto. Para que el escribir sea acto no basta transcribir (el escrito se ajusta al sonido-registro real). Escribir no es tampoco transliterar (ajustar lo escrito a la letra-registro simbólico), no es traducir (ajustar lo escrito al sentido-registro imaginario) (Litmanovich, 2000, p.9). De Certeau entiende por escritura “la actividad concreta que consiste en construir, sobre un espacio propio, la página, un texto…” (1996, p.148). Para este autor, la construcción de una escritura implica una organización de significantes y una representación. Litmanovich agrega: “…ordenar la voz, los significantes que se han escapado de los significados. Es un nuevo orden, otro orden, volver a presentar. Los significantes hacen su trama (y con la escritura) una nueva puntuación (me pregunto, ¿un nuevo texto?) nace” (Litmanovich, 2000, p.3).

Así, el analista que escribe de su experiencia analítica con un analizante construye a partir de una escritura anterior, la que tuvo lugar a partir del propio texto del analizante, aquella que se tejió sesión con sesión. Inscripción sobre inscripción. Pero entre una escritura y otra, entre la voz del analizante y lo que el analista lee, recuerda, olvida, siempre hay algo que se pierde. Pérdida sobre pérdida.  

 

Bibliografía 

Litmanovich, J. (2000). El pasaje de la textura oral a la textura escrita: una operación de pérdida. México: [documento inédito].

De Certeau, M. (1996). “La economía escrituraria”. En La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer. México: UIA-Departamento de Historia. 

Ruiz, A. (2000, noviembre). La escritura del caso. Revista Relatos de la clínica. Recuperado de: www.psicomundo.com/relatos/relatos1.htm

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