Psicosomática y adolescencia

Por Magaly Vázquez Velázquez

 

Durante la adolescencia suelen aparecer o empeorar varios síntomas psicosomáticos como la gastritis, los dolores de cabeza, los problemas en la piel e incluso las enfermedades autoinmunes, entre otros.

 

La investigación psicoanalítica se dio a la tarea de comprender la relación de dichos fenómenos fisiológicos con los estados emocionales. Los psicoanalistas interesados en estudiar la adolescencia pusieron el acento en aspectos psicológicos centrales para el psiquismo, como la integración de los cambios puberales del esquema corporal, el proceso de separación de los padres en la mente del chico, así como la modificación de la identidad infantil. Debido a que estas tareas psíquicas implican un reto y una exigencia inédita para la mente del joven, solemos observar la aparición de ciertos sucesos, que son esperables como parte de una reorganización interna. A su vez, se manifiestan otros, como los síntomas psicosomáticos, que expresan una dificultad en la tramitación del proceso adolescente. Así mismo, existen síntomas que, aunque se expresan a través del cuerpo, corresponden a otra etiología, tales como los conversivos.

 

Desde sus inicios, el psicoanálisis reconoció la íntima relación que existe entre la mente y el cuerpo. Sabemos que los aspectos emocionales participan de la etiología de los padecimientos psicosomáticos, aunque la forma de comprenderlo no sólo cambió, sino que evolucionó y se amplió a través del tiempo. En un principio, este tipo de trastornos y las neurosis se explicaron de la misma manera: un conflicto inconsciente reprimido encontraba su expresión a través del cuerpo. Sin embargo, estas primeras elucidaciones perdieron vigencia a causa de que los pacientes no mejoraban con la técnica clásica; es decir, interpretar los conflictos y fantasías inconscientes detrás del síntoma o enfermedad psicosomática no dio resultado. Más adelante, surgieron nuevos modelos para esclarecer este tipo de funcionamiento mental al entender que su origen se podía rastrear en momentos más tempranos del desarrollo; se entendieron como resultado de fallas en la estructuración del psiquismo, a partir de la relación temprana entre la madre y el bebé. Por lo tanto, son personas con déficits psicológicos y con una limitada capacidad para simbolizar sus experiencias emocionales, ante lo que el cuerpo se convierte en la única vía de expresión posible. Actualmente, en psicoanálisis hay varias perspectivas conceptuales en relación con el tema de lo psicosomático; varían, de acuerdo con el enfoque y la escuela de referencia teórica, sin embargo, la mayoría coincide en la dificultad para representar o significar las experiencias emocionales (Puig, 2009).

 

Ahora bien, volviendo al tema de la adolescencia, es frecuente encontrarnos con que algunos casos de trastornos alimenticios, adicciones, autolesiones y, sobre todo, de síntomas o enfermedades psicosomáticas que se presentan en este momento expresan la dificultad de la mente para contener estados emocionales intensos que son propios de esta fase del desarrollo y que se relacionan con la excitación sexual, el resurgimiento de la sexualidad infantil y las ansiedades de separación. Se trata de jóvenes que, en lugar de tolerar, pensar y simbolizar las experiencias, las descargan directamente en el cuerpo, sin atravesar ningún otro tipo de proceso mental. María Hernández afirma que, si el adolescente se ha identificado con la capacidad de pensar de la madre en el momento de la constitución del psiquismo, entonces “podrá elaborar lo traumático de la pubertad para transformarlo en un drama, con un guión y una narrativa propia” (2013, p. 13).

 

Me gustaría ejemplificar esto con una breve viñeta clínica: Luisa es una adolescente que tiene quince años y que llegó a tratamiento dos años atrás, porque experimentaba episodios intensos de ansiedad (ataques de pánico), así como síntomas de gastritis y migrañas que comenzaron cuando tenía seis años, después de que la madre enfermara de cáncer. La ansiedad se detuvo y los síntomas psicosomáticos disminuyeron durante algunos años, pero volvieron de forma aguda cuando Luisa entró a secundaria, momento que coincidió con el inicio de la pandemia. La paciente es descrita por la madre, en un principio, como una chica reservada y ensimismada, y refiere que cuando era pequeña tenía que “estar pegada a ella” y que no podía quedarse sola ni tolerar estar lejos de la madre.

 

Si pensamos que una de las tareas de la adolescencia tiene que ver con separarse de los padres, sobre todo de la madre, entonces podemos entender que estos síntomas se agraven con la llegada de la pubertad. Siguiendo estas ideas, Manuel de Miguel (2013) menciona que el cuerpo enfermo refuerza un vínculo que mantiene la unión fusional entre madre e hijo(a). Además de las intensas ansiedades de separación que Luisa experimentó con la llegada de la adolescencia, sufrió emociones amenazantes e intensas, sobre todo ligadas a los cambios puberales y a la excitación sexual, que fueron detonantes que llevaron a la reaparición de los síntomas psicosomáticos.

Como se ha mencionado a lo largo del presente escrito, los síntomas psicosomáticos no son las únicas manifestaciones que observamos relacionadas al cuerpo adolescente. Sin embargo, es importante hacer la distinción entre los síntomas conversivos (por ejemplo, los ataques de ansiedad que presenta Luisa) y los cuadros de migraña y gastritis que corresponden a lo psicosomático, situación que, además, permite mirar que en ella coexisten diferentes niveles de funcionamiento mental.

 

Los síntomas conversivos pertenecen a las neurosis y tienen su origen en un conflicto sexual infantil (edípico), el cual se simboliza a través del cuerpo, aunque no se encuentran causas orgánicas que expliquen el síntoma; es decir, el cuerpo no está enfermo. Por su parte, en las enfermedades psicosomáticas el cuerpo sí está enfermo, pero el síntoma no es resultado de una expresión simbólica, sino de una falla en la estructuración psíquica. En cuanto al trabajo clínico, la mayoría de las propuestas coinciden en que, si partimos de la premisa de que un síntoma o enfermedad psicosomática no expresa un conflicto inconsciente, entonces la técnica no se centrará en interpretaciones clásicas que ayuden a develar el significado o la fantasía que se encuentra detrás de este tipo de manifestaciones, a diferencia de lo que hacemos con los síntomas conversivos o con otro tipo de expresiones simbólicas, como los sueños. Se enfatiza más la utilización de los recursos emocionales del analista, es decir, su función continente y pensante, que le ayuden al paciente a discriminar emociones y a construir los contenidos que no existen en su mente.

 

 

Referencias:

 

Aberastury, A. y Knobel M. (1988). La adolescencia normal. Paidós.

 

De Miguel, M. (2013). Representación, adolescencia y psicosomática. En Montserrat, A. y Utrilla, M. (Comps.). Clínica psicoanalítica en adolescentes. Sus vicisitudes. Biblioteca Nueva.

 

Hernández, M. (2013). El cuerpo adolescente. En Montserrat, A. y Utrilla, M. (Comps.). Clínica psicoanalítica en adolescentes. Sus vicisitudes. Biblioteca Nueva.

 

Puig, M. (2009). Sobre la adolescencia: perspectivas clásicas y actuales [Tesis doctoral]. Centro Eleia.

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