La integración del amor y el odio en la mente

Por Kaori Ríos

El amor y el odio son emociones primordiales en todo ser humano, las cuales, para poder integrar, requieren de ciertos procesos y mecanismos que se tienen que ejercer en el proceso de pensamiento y en el desarrollo de la psique.

 

Sigmund Freud dividió las pulsiones en pulsiones de vida y pulsiones de muerte. Podemos entender a la pulsión de vida como aquello que tiende al Eros, a la vida, al amor. Por el contrario, la pulsión de muerte es aquello innato que tiende a la destrucción, a la muerte (Thanatos) o al “retorno al cero”. Freud, entonces, explica cómo es que, de manera inherente, tenemos ambas pulsiones, siendo que algunos pueden tener una mayor inclinación o preponderancia hacia la vida, mientras que otros la tendrán hacia la muerte.

 

Melanie Klein habla de la existencia de un yo desintegrado al nacer, donde los mecanismos de defensa suelen ser la proyección, la escisión y la identificación proyectiva, los cuales destacan en la posición esquizoparanoide. El bebé se relaciona con un objeto parcial; es decir, cuando el bebé llora por hambre y la madre lo alimenta, el pecho es percibido como bueno, puesto que satisface las necesidades y gratifica. En cambio, cuando la madre tarda un poco más en alimentarlo o, por alguna circunstancia, no cubre esa necesidad de manera inmediata, surge entonces la frustración. En este punto, el pecho es percibido como un objeto malo. El odio es, por tanto, un afecto primario que aparece cuando ese objeto-pecho es percibido como malo.

 

Conforme avanza el desarrollo, y si las condiciones son favorables, se accede a la posición depresiva donde, a diferencia de la posición esquizoparanoide, los mecanismos de defensa son las defensas maniacas y la reparación. Esta posición implica un gran esfuerzo, debido a que se unen las partes buenas y las partes malas del objeto, lo que quiere decir que el bebé se da cuenta de que el mismo objeto que ha odiado y ha atacado porque lo frustra, es aquel que también lo alimenta. Se ama y se odia al mismo objeto, por lo que aparece la culpa ante el daño que se le provocó y la posibilidad de repararlo. La reparación, por ende, trae la posibilidad de favorecer cierta neutralización de aspectos agresivos u hostiles.

 

En la posición depresiva, se habla de la totalidad del objeto, lo cual tiene que ver con el proceso de integración dentro de la mente. Esto implica el poder pensar al otro con todas las cualidades y los defectos que tiene; pensarlo como un todo y no sólo como una parte, como suele suceder en la posición descrita con anterioridad. Podemos observar, entonces, que tanto el amor como el odio aparecen en diversas circunstancias, pero ante el mismo objeto. Se reconoce la ambivalencia hacia éste. Uno puede enojarse mucho con alguna persona, odiarla, pero, al mismo tiempo, reconocer sus bondades o virtudes, ante las cuales puede expresarse también el amor. Esto es el resultado de haber transitado por el proceso de integración ya mencionado.

 

Cuando no ocurre así y se mantiene al objeto escindido (por ejemplo, cuando domina el odio), hablamos de procesos más destructivos. Todo ser humano siente odio, pero en algunos puede desarrollarse de tal manera que domine la mente, lo cual conlleva a diversas situaciones y relaciones negativas. Lo ideal es que el amor predomine y se pueda integrar al odio, de manera que no destruya las relaciones ni al objeto. El reconocimiento de la existencia del odio en la persona que uno quiere genera sentimientos de culpa, de preocupación, de querer reparar o revertir esa situación, lo cual lleva también a tener una relación más profunda con el otro, porque se trata de velar por su cuidado. La integración del amor y el odio dentro de la mente amplía el espectro de la profundización de los vínculos y de la capacidad de compromiso.

 

Por otro lado, el odio puede tener otro matiz, que es la envidia, siendo estas dos emociones las más destructivas dentro del sector agresivo de la mente.

El bebé da cuenta de la capacidad nutricia, creativa y generosa que tiene el pecho: cualidades que, por sí solas, despiertan envidia. Esto quiere decir que se reconoce la bondad y generosidad del objeto y, precisamente, eso es causante de envidia. Se quiere poseer dichas cualidades, pero al no poderlas obtener, se busca aniquilar o destruir. Esto quiere decir que el objeto es reconocido como bueno y generoso, mas al no conseguir sus dones o cualidades, se busca su destrucción, siendo depositario de los impulsos más hostiles.

 

Así como entendemos la envidia como la expresión del odio, en la misma línea, se entiende a la gratitud como la expresión del amor. Melanie Klein teorizó ambas, explicando que no se puede entender un concepto sin el otro, de manera que se entretejen. Considero, entonces, que es así de compleja y fascinante la comprensión de fenómenos psíquicos, como lo es la integración del amor y el odio.

 

 

Referencias:

Freud, S. (2007a). Pulsiones y destinos de pulsión. Obras completas (vol. 14, pp. 105-134). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1915).

—. (2007b). Más allá del principio del placer. Obras completas (vol. 18). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1920).

Klein, M. (1975) Envidia y gratitud. Paidos, España, 1988

—. (1975). Envy and Gratitude. Envy and Gratitude and Other Works 1946–1963, 104, pp. 176-235. (Obra original publicada en 1957).

Moya, M. y Del Palacio, J. https://youtu.be/NhfaQiVPSO

Segal, H. (2008). Introducción a la obra de Melanie Klein. Paidós.

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