¿Por qué la gente no se cuida?

Por Denise Block

Recientemente se nos notificó que estamos en una emergencia sanitaria, que la curva de la pandemia va en ascenso y que en pocos días alcanzó (y posiblemente rebasó) las cifras que tuvimos en mayo. A estas alturas, a muchos de nosotros ya nos dio coronavirus o conocemos a alguien muy cercano que enfermó, ya sea que tuviera una buena recuperación o que se agravara y fuera hospitalizado. Lamentablemente, algunos hemos sufrido la pérdida de algún ser querido. En suma, podemos percatarnos de que el coronavirus está más cerca que antes y que dejó de ser una realidad que percibíamos como ajena y lejana.

Esto es real. El número de contagios va en ascenso y por lo tanto es ahora cuando más tenemos que cuidarnos. Para muchos de nosotros recibir esta noticia es difícil y doloroso, no solo porque se acercan las fiestas decembrinas y el resguardo nos impedirá asistir a las acostumbradas reuniones familiares, posadas y brindis navideños; esta noticia nos llega en un momento de agotamiento emocional: estamos cansados y algunos de nosotros nos sentimos algo deprimidos e inclusive hartos del confinamiento y sus restricciones. Al mismo tiempo, se nos pide que hagamos un último esfuerzo y que subamos la guardia en vez de bajarla. Ocurre que, a pesar de las restricciones, las calles del centro lucen abarrotadas, al igual que algunos restaurantes y centros comerciales. Muchas personas asisten a fiestas, reuniones, bodas.

Volviendo a la pregunta inicial, por qué la gente no se cuida, seguramente muchos de nosotros nos hemos cuestionado qué sucede dentro de la mente humana para ver y no ver la realidad, o sea, para reconocer que estamos en una emergencia sanitaria y al mismo tiempo invitar a nuestros amigos a una reunión o fiesta en persona y por qué a pesar de toda la información que tenemos al alcance sobre el virus y las formas de contagio hay personas que piensan “yo no me voy a enfermar”.  En ese sentido nos vemos obligados a pensar en cómo a los seres humanos nos cuesta contactar con nuestra vulnerabilidad, reconocer que tenemos límites y que somos tan mortales como el vecino de enfrente.

En el trabajo con pacientes en el consultorio, ahora virtual, hemos escuchado y observado desde el inicio de la pandemia las distintas maneras en que la mente de cada paciente hace frente a esta realidad. Existen, por ejemplo, pacientes que desde el inicio de la pandemia sienten pánico hasta no poder continuar con algunas de sus responsabilidades cotidianas. Otros pacientes pensaban en un inicio que el confinamiento era una medida exagerada e inclusive escuchamos teorías de conspiración. Algunos andan por la vida como si nada estuviera pasando y salen de fiesta sin tomar la más mínima precaución. En cambio, hay otros pacientes que, gracias a una parte adulta dentro de su mente, han podido cuidarse y cuidar de los demás.

Estas formas tan particulares de reaccionar frente a la misma situación nos dejan ver el funcionamiento mental de cada persona, su estructura de personalidad, el grado de patología y, por ende, los mecanismos de defensa que se ponen en marcha en cada caso, como en la negación: “el coronavirus no existe”; en la escisión y la denegación: “sí existe, pero no pasa nada si nos reunimos”; o bien en los momentos de manía: “vámonos de fiesta”, y de omnipotencia: “a mí no me pasa nada”. Estos mecanismos, cuando se instauran adecuadamente, logran deshacerse de la ansiedad y el miedo que sentimos frente algunas situaciones. Sin embargo, en el camino, provocan que distorsionemos la realidad y la percibamos como nos conviene. En otras palabras, algunas personas no se cuidan debido a que no pueden contactar con la realidad, es decir, con lo vulnerable que somos todos y cada uno de nosotros.

 

 

 

Compartir: