Melanie Klein: algunas ideas sobre su vida y obra

Por Karina Velasco Cota

Hace cien años se publicó el primer trabajo académico de Melanie Klein: “El desarrollo de un niño” (1921). Estaba por cumplir cuarenta años y recién se había separado de su esposo Arthur Klein cuando se instaló en Berlín para ganar terreno como psicoanalista. A partir de esa fecha escribió artículos plagados de ideas originales e innovadoras que para mediados del siglo XX ya habían revolucionado el psicoanálisis y alcanzado gran influencia en Londres y posteriormente en el resto de Europa y América Latina.  

Klein nació en Viena en 1882 en el seno de una familia poco convencional; tanto su padre como su madre desafiaron el establishment de su época y dejaron una huella innegable en la menor de sus cuatro hijos. Creció con un espíritu apasionado e inquebrantable que, hacia la mitad de su vida, ya había tenido que enfrentar la muerte de su hijo, de sus padres, de dos hermanos, de su analista y, además, un divorcio. Sorprende su capacidad, como la de Freud, para dar sentido a sus dolorosas experiencias a través de la creación de una teoría que la coloca como una de las pensadoras que mejor ha comprendido y descrito la experiencia del duelo y sus vicisitudes.

Tuvo su primer acercamiento al psicoanálisis a través de la obra de Freud y de su análisis personal, que inició con Sándor Ferenczi y continuó con Karl Abraham. Incursionó en el tratamiento de niños pequeños y publicó sus observaciones acerca del desarrollo infantil, lo que causó un interés en la comunidad psicoanalítica y la hizo acreedora a partidarios y detractores. Una de las controversias más importantes fue la que sostuvo con Anna Freud, quien también estaba interesada en la técnica del análisis de niños. A diferencia de ella, Klein pensó que los pequeños, al igual que los pacientes adultos, establecen desde el principio del tratamiento una relación transferencial y una neurosis de transferencia; para ella, la situación analítica es esencialmente la misma en ambos casos y lo único que cambia es la inclusión de la técnica de juego, la cual permite el acceso al material inconsciente del niño en ausencia del lenguaje en el adulto.

Klein consideraba que su trabajo era una continuación del pensamiento de Freud, pero en realidad se fue alejando paulatinamente de su modelo económico. Adoptó la dualidad pulsional desarrollada en “Más allá del principio del placer” (1920), pero consideró que las pulsiones son fuerzas esencialmente psicológicas, es decir, polaridades afectivas de amor y odio que están dirigidas hacia objetos y utilizan el cuerpo (las partes que lo componen y sus funciones) como vehículo de expresión. Sostiene que desde el nacimiento existe un yo incipiente y lo suficientemente diferenciado para relacionarse con los objetos, experimentar angustia y poner en marcha mecanismos defensivos. Mientras que para Freud el conflicto está determinado por los deseos, para Klein se trata de la pugna entre las emociones amorosas y las hostiles que se juegan en el vínculo con la madre (relación que en un inicio se centraliza en el pecho).

La perspectiva kleiniana situó la relación diádica en la escena analítica y le otorgó una nueva arista a la comprensión de la mente a través del modelo de un mundo interno estructurado por objetos, emociones y fantasías inconscientes a la manera de una escenificación con personajes que se desenvuelven y relacionan de acuerdo con un guion. Dichos postulados la condujeron a hilvanar la teoría de las relaciones de objeto, misma que transformó el psicoanálisis en la disciplina que conocemos hoy.

Las relaciones de objeto tempranas son el centro de la vida emocional y dan estructura a la mente y la personalidad. También son responsables del sentido que le damos a la realidad interna y externa. Por ejemplo, durante la pandemia y el confinamiento podemos encontrar una persona que se sienta muy contenta y aliviada por no tener que salir de casa mientras que para otra puede representar una vivencia francamente claustrofóbica. ¿De qué depende? Para Klein, a diferencia de otros teóricos, el acento queda puesto en la fantasía inconsciente y no en las experiencias de la realidad externa; la mente se aleja de la perspectiva biológica y económica para transformarse en un “espacio poblado por objetos internos que interactúan entre sí, produciendo significados y motivaciones” (Bleichmar y Leiberman, 2009).

Su agudeza con respecto a la comprensión de ansiedades tempranas la llevó a definir mecanismos defensivos tan importantes como la escisión, la identificación proyectiva y la introyección. La noción más difundida de la teoría kleiniana, incluso en terrenos fuera del psicoanálisis, es la identificación proyectiva. Se trata, de acuerdo con Klein, de una fantasía omnipotente que consiste en deshacerse de aspectos psíquicos escindidos de uno mismo ( o sea, partes de la personalidad y de los objetos internos) para introducirlos dentro de un objeto exterior. Para Klein la elección de la preposición “dentro” no fue aleatoria, ya que las fantasías tienen como escenario el interior del cuerpo de la madre, de manera que este es el primer objeto explorado, y también atacado, por el bebé. Al igual que Freud, Klein consideraba que la pulsión de muerte nunca es proyectada en estado puro, sino que va acompañada de impulsos libidinales. El deseo de saber qué hay dentro del interior del cuerpo de la madre se une necesariamente con el deseo de abrirse forzada y violentamente un camino hacia él. El cuerpo de la madre se vuelve entonces destinatario simultáneamente de impulsos libidinales, amorosos, y destructivos por parte del bebé, constituyendo así la primera relación con el mundo y con la realidad. El desarrollo de este concepto a manos de eminentes analistas como Herbert Rosenfeld, Betty Joseph, Wilfred Bion y Donald Meltzer, entre otros, dotó a la clínica psicoanalítica de profundidad y una enorme complejidad.

Paralelamente, y como sucede con cada escuela psicoanalítica, cada una de las formulaciones teóricas expuestas por Klein tuvo una resonancia en la práctica clínica, en especial en la manera en la que se pensaba la transferencia hasta ese momento en la historia del psicoanálisis: esta pasó de ser entendida como la reedición de un conflicto edípico en la relación con el analista bajo el dominio de la compulsión a la repetición a ser concebida como la exteriorización del mundo interno del paciente. La transferencia y su interpretación cobraron una nueva dimensión para el trabajo analítico y se convirtieron en la herramienta terapéutica por excelencia y el eje central del tratamiento.

La habilidad de Melanie Klein para acercar la teoría psicoanalítica a la investigación de la vida mental en su expresión más temprana, arcaica e inclemente estimuló también la investigación y la exploración científica en el trabajo clínico de patologías que anteriormente se habían considerado fuera del alcance del psicoanálisis, como las organizaciones narcisistas y perversas, estados fronterizos, personalidades “como si” y, más recientemente, pacientes con padecimientos psicosomáticos. 

Klein, analista polémica e infinitamente creativa, se inspiró en el análisis de los juegos de los niños para formular su teoría de las posiciones y realizar importantes aportaciones a la comprensión de la formación de símbolos, la enfermedad maniaco-depresiva, la psicosis, la envidia primaria, así como el amor, la gratitud, el sentimiento de soledad y lo que ella consideraba un relativo estado de salud mental que se pierde y reconquista continuamente (Mitchell y Black, 2004). Sus ideas, generadoras de grandes controversias, no solo ampliaron el pensamiento psicoanalítico; también sentaron las bases de una práctica clínica original que renueva su vigencia alrededor del mundo.

 

Referencias

Bleichmar, N. y Leiberman, C. (2001). Las perspectivas del psicoanálisis. México: Paidós.

Grosskurth, P. (1990). Melanie Klein, su mundo y su obra. Barcelona: Paidós.

Mitchell, S. y Black, J. (2004). Más allá de Freud: una historia del pensamiento psicoanalítico moderno. Barcelona: Herder.

 

 

 

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