La supervisión, la contratransferencia y la identificación proyectiva

Por Ana María Wiener y Denise Block 

 

En muchas ocasiones, pensamos que conviene supervisar un material clínico sólo cuando no nos va tan bien con el paciente o cuando ellos traen alguna situación complicada que nos es difícil enfrentar. Sin importar lo que ocurra en el encuentro con los pacientes, todo fenómeno requiere de nuestra observación y comprensión, aun cuando supongamos que todo va bien. Quizá se trata de la transferencia positiva. Es muy importante detectarla para hacerle ver al paciente el tipo de relación que actualiza con nosotros y su motivación.

En otras ocasiones, solemos pensar que la supervisión sólo es necesaria para entender lo que le sucede al paciente, en lugar de darnos cuenta de lo significativas que también son las vivencias emocionales, fantasías y sensaciones que uno, como psicoanalista o psicoterapeuta, tiene con cada consultante en particular. Por ejemplo, algunos pacientes nos generan sueño o aburrimiento; otros, enojo o frustración; y otros, lástima o rechazo.

También hay reacciones y modos de relación que se establecen de manera silenciosa con ellos y que no somos capaces de detectar por nosotros mismos, sino hasta que revisamos el material con alguien más experimentado, que nos ayuda a percatarnos de esos patrones. Además, cuando no los hacemos conscientes, corremos el riesgo de que el análisis se paralice y caiga en momentos de impasse, que es cuando el análisis se obstruye, no pasa nada, no hay movimiento ni cambio. 

Estas expresiones forman parte de la contratransferencia, es decir, de aquello que nos pasa con lo que el paciente nos presenta durante las reuniones. Cuando el analista puede comprenderlas y trabajarlas, gracias a la mirada fresca del supervisor, se convierten en una fuente muy importante de información que permite interpretarle al paciente aquello que éste no puede comunicar en palabras. Por ejemplo, una colega comentó que terminó la sesión con su paciente sintiéndose completamente incompetente y “la peor terapeuta”, sin poder aportar algo significativo. Esta vivencia incluye un aspecto que aporta el paciente y otro, la psicoterapeuta. Gracias a la supervisión, entendió el mensaje que el paciente le comunica a través de la identificación proyectiva, es decir, de manera no verbal.

La importancia de detectar estos fenómenos tan sutiles y frecuentes en la clínica es que, cuando pasan desapercibidos, pueden conducir a actuaciones por parte del terapeuta, quien podría extender el tiempo de las sesiones, interrumpir un análisis de forma intempestiva, evitar algunos temas o colocarse en un lugar de maltrato y devaluación frente al paciente, sin percatarse de ello. 

Danielle Quinodoz (2003), psicoanalista suizo, relata un ejemplo en el que comenzó a sentirse incapaz de cargar con el análisis de un paciente en particular. Esto le pareció extraño porque él suele mantener hasta el final su deseo y su esperanza de analizar y trabajar con los pacientes. Después de varias semanas de tener este sentimiento y tras el encuentro con un colega experimentado, comprendió que su sensación era producto de una identificación proyectiva del paciente, a quien su madre le habló en la infancia de sus deseos de abortarlo. Por medio de este mecanismo, el analista se convirtió en la madre abortiva del paciente, fantaseando con terminar este análisis al sentirse incapaz de sostenerlo.

Todos estos fenómenos, tan diferentes uno del otro, requieren manejos técnicos distintos. La supervisión es un espacio que ayuda, entre otras cosas, a discriminar lo propio de lo del paciente y a contener contratransferencias intensas, además de que brinda la oportunidad de comprender y convertir nuestras experiencias emocionales en herramientas de intervención. 

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Referencias:

Quinodoz, D. (2003). The interpretation of projective identification. Words that Touch: A Psychoanalyst Learns to Speak (pp. 93-118). Karnac.

 

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