La curiosidad en el proceso psicoanalítico

Por Víctor Ruiz

 

La curiosidad, entendida como el deseo por saber o aprender una cosa, es indispensable para la articulación y complejización del psiquismo. Su ausencia, trátese de niños, adolescentes o adultos, es alarmante, pues compromete la capacidad pensante y, por ende, la relación que se tiene consigo mismo, con los otros y con la realidad en general. La curiosidad, ligada al aprendizaje y el entendimiento, ha ocupado un lugar importante en la obra de distintos autores.

 

Sigmund Freud, por ejemplo, habló de un “instinto de investigación” relacionado con las teorías sexuales y fantasías originarias (escena primaria, castración, seducción) y, siguiendo a Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis “nos sorprenderá un carácter común: todas ellas se refieren a los orígenes. Como los mitos colectivos, intentan aportar una representación y una ‘solución’ a lo que para el niño aparece como un gran enigma… […] En la ‘escena originaria’ [o primaria] se representa el origen del sujeto; en las fantasías de seducción, el origen o surgimiento de la sexualidad; en la fantasía de castración, el origen de la diferencia de los sexos” (1967/2004, p. 145). Por su parte, Melanie Klein también pensó la curiosidad como instintiva; en su teoría, al hablar del impulso epistemofílico, describió las fantasías del niño sobre el cuerpo de la madre y sus contenidos.

Posiblemente, Wilfred Bion sea el autor que dio más espacio en su teoría al aprendizaje y al conocimiento. Bion consideró que no sólo nos vinculamos a partir del amor u el odio, pues también se encuentra presente siempre un tipo de relación ligada al conocimiento, vínculo que representó con el símbolo K (Knowledge). El vínculo K “puede representar al individuo que busca, por introspección, conocer la verdad acerca de sí mismo […] conocer la verdad sobre uno mismo es una función de la personalidad” (1962/2015). Para que se dé el conocimiento y su “posesión” enriquezca la mente, se debe tolerar la duda y el dolor originado ante el previo descubrimiento de que no se sabe algo, a partir de la no realización, como si el niño se preguntara: ¿por qué mamá no está para mí?, ¿cómo puede ella entender lo que me pasa?, ¿cómo se puede calmar y calmarme? Estas hipotéticas preguntas reflejan, por un lado, la no realización —mamá no está aquí para calmarme— y, por otro, el descubrimiento de que algo no se sabe —yo no me puedo calmar, ¿cómo lo hace ella? —.

Aquellos que no toleran la incertidumbre y el dolor, recurrirán a diversas defensas, desde una inhibición para pensar ciertos temas, como un “no entender”, hasta la parálisis del aparato mental, como podrían ser los casos en los que el psiquismo queda bajo el dominio de la parte psicótica de la personalidad. En este abanico de posibles respuestas, la omnisciencia es una reacción defensiva frecuente, en la cual, se supone, se sabe todo, quedando excluida la posibilidad para aprender, indagar o curiosear. Durante el trabajo psicoanalítico, es común y esperable que se presenten —en distintos gradientes— estos movimientos defensivos.

A partir de su experiencia clínica, Betty Joseph describió el funcionamiento mental de pacientes que se distinguían por una carencia de curiosidad sobre lo que ocurría en sus mentes y en sus relaciones. Es un tipo de sujeto que “necesita mantener todo tranquilo, adquiere una comprensión teórica y la aplica como conocimiento propio, este es por su naturaleza frio y estéril. Implica que su mente no está abierta a investigar, recibir, observar o interesa en lo que está ocurriendo dentro y fuera de sí mismo. […] Si uno se permite seguirlo en el pasar por alto la realidad y la existencia de otro —el analista, el consultorio—, uno se vuelve simpático, pero inútil y semiparalítico”.

Como ocurre con todos los pacientes, su funcionamiento mental se desplegará transferencialmente sobre el psicoterapeuta, en este caso, evidenciando “una llamativa falta de interés o curiosidad hacia el analista como ser humano […] en lugar de curiosidad hay grandiosidad” u omnisciencia, mismas que deberán ser ubicadas y puestas al descubierto. Este trabajo no es siempre sencillo, ya que, en algunos casos, no es una resistencia “estridente” o que confronte directamente, sino que llega a ser sutil, discreta. La sensibilidad y la capacidad del analista para entrar en contacto con su experiencia contratransferencial son fundamentales. Finalmente, y en continuidad con las ideas de Bion, Joseph consideró que esta forma de alejarse de la curiosidad y la investigación genuinas tienen que ver con “los sentimientos de compromiso, de responsabilidad por la conducta y los impulsos propios y, con ello, una conciencia de culpa”.

 

Referencias:

Laplanche, J. y Pontalis, J. (2004). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Obra original publicada en 1967).

Bion, W. (2015). Aprendiendo de la experiencia. Paidós. (Obra original publicada en 1962).

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