La curiosidad desde el psicoanálisis

Por Jorge Luis Chávez Valdés

 

¿Qué diferencia hay entre la curiosidad por saber de qué está hecho el universo a la curiosidad de un hombre celoso por saber, en todo momento, dónde está su esposa? Ambos son fenómenos que catalogamos típicamente en la misma categoría. En términos estrictos, en los dos casos hay un deseo por saber, por enterarse de algo. También podríamos estar de acuerdo en que uno de ellos expresa algo más y deja entrever dos modos de expresión de la curiosidad.

 

¿Cómo es que la curiosidad humana puede expresarse en estas dos actitudes? Freud hablaba ya del papel central de la curiosidad infantil en el desarrollo mental. Su teoría del desarrollo psicosexual parte de la base de que la sexualidad es el eje que rige el pensamiento y la curiosidad del ser humano. La sexualidad, fuera de entenderse como coito, es entendida por él como búsqueda de placer corporal y, además, como un cuestionamiento que habita al niño y que le obliga a preguntarse: ¿de dónde vienen los bebés?, ¿qué hacen mamá y papá juntos cuando no están con él?, ¿por qué los niños tienen pene y las niñas no?, etcétera.

 

Esto significa que el motor de cualquier investigación parte de esa curiosidad sexual infantil. Dicho en otras palabras, en el fondo, es una investigación que se emprende para resolver esas incógnitas de antaño. La posibilidad de que esta curiosidad infantil se ponga al servicio de la búsqueda del conocimiento científico, por ejemplo, descansa sobre la base de que esa curiosidad pueda ser sublimada, es decir, puesta al servicio del bienestar y del buen funcionamiento social. Aquella persona que no pueda sublimar su actitud curiosa, debido a que siga aún ligada a conflictos infantiles, la pondrá al servicio de los mismos cuestionamientos, pero de manera deformada. Entonces, la pregunta “¿de dónde vienen los bebés?” puede convertirse, para alguien, en la motivación para inquirir sobre el origen del universo desde una perspectiva científica o filosófica, mientras que, para otro que ha reprimido ese tipo de cuestionamientos, puede ser la motivación para comprar revistas que fotografían a los bebés de las celebridades. En el primer caso, los conflictos infantiles fueron elaborados de manera suficiente como para que su curiosidad se mueva más libremente; mientras que, en el segundo, la curiosidad quedó secuestrada a cuestionamientos concretos e invariables.

 

Lo anterior es un fenómeno que observamos de manera permanente en el consultorio. Hay pacientes cuya curiosidad se enfoca en conocer su mente, en explorar su realidad psíquica, su vida mental; mientras que, en otros, su curiosidad se va hacia la vida del analista: su edad, si son casados, si tienen hijos, si su automóvil es el que siempre está enfrente del consultorio, etcétera. La curiosidad, entonces, puede ser la base para buscar una comprensión profunda de la mente, pero a la vez un impedimento: la curiosidad infantil puede desviar la atención hacia la figura del terapeuta a manera de resistencia. Esta es la perspectiva freudiana de la curiosidad.

 

La brillante analista austriaco-inglesa, Melanie Klein, relacionó la curiosidad al impulso epistemofílico, es decir, a la fuerza innata que empuja a los seres humanos a conocer y que se dirige, en primera instancia, al objeto de conocimiento original: el cuerpo materno representado por el pecho.

 

En la historia más reciente, Wilfred Bion, creativo innovador que se inspira en la teoría kleiniana para proponer desarrollos originales, fue quien se dedicó a pensar el tema de la curiosidad. En el marco de su teoría del pensamiento, propuso que existen dos tipos de curiosidad: la que se dirige a la búsqueda y generación de significado y experiencia, es decir, la curiosidad que nutre a la mente; y la curiosidad estúpida, así llamada por él, que se dirige a temas concretos, superficiales e intrascendentes. Es el tipo de curiosidad producto de no tolerar la incertidumbre y el misterio del otro y del mundo.

 

La curiosidad es un tema de mucho interés para la teoría y la práctica psicoanalítica. Esto se debe a que la curiosidad del ser humano puede ser, al mismo tiempo, un motor y una barrera para la adquisición del conocimiento sobre sí mismo.

 

 

 

Referencia

 

Bleichmar, N. y Leiberman, C. (2017). El psicoanálisis después de Freud. Paidós. (Obra original publicada en 1989).

 

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