La angustia en los niños

Erika Escobar Ávila y Ana María Wiener

Desde su nacimiento, los niños experimentan muchas ansiedades que manifiestan de distintas formas: llanto, berrinches, enuresis (emisión repetida de orina en lugares inadecuados, voluntaria o involuntariamente), encopresis (emisión repetida de heces en lugares inadecuados), terrores nocturnos, pesadillas, falta de apetito, necesidad de comer mucho, miedos, fobias, enfermedades frecuentes, dificultades sociales, trastornos del sueño y del aprendizaje. Estos síntomas son distintos en cada niño y se deben a múltiples situaciones emocionales por las que pasan según la etapa del desarrollo en la que se encuetran. Los pequeños no saben qué les sucede y esto les provoca más angustia. En ocasiones, los padres y cuidadores no se dan cuenta de lo que siente su hijo; solo perciben señales externas, como que tiene frío, calor, está incomodo, tiene hambre, está sucio, cansado, somnoliento, tiene flojera, es enojón, miedoso, muy inquieto o mal educado.

Para conseguir los cambios deseados al recurrir a un tratamiento psicoanalítico, es necesario entender cómo el niño vive emocionalmente lo que le acontece a diario, a fin de conocer qué motiva su conducta, sus intereses, su pensamiento y su forma de ser. Diversos autores, desde sus propias perspectivas psicoanalíticas, nos ayudan a comprender el desarrollo de la mente, como es el caso de Sigmund Freud, Melanie Klein, Donald Winnicott, Margaret Mahler, Wilfred Bion, por nombrar algunos. Cada uno de ellos describe un modelo de premisas acerca de la construcción de la mente y las dificultades por las que pasa el bebé para convertirse en un individuo sano.

En la actualidad, de manera generalizada, los expertos concuerdan con que la relación del infante con su madre tiene vital importancia en el desarrollo, así como las emociones que predominan en cada momento de ese dificultoso proceso. Por ejemplo, los niños enfrentan impulsos agresivos, ansiedad por la separación con la madre, por la vulnerabilidad psíquica, celos, dependencia, tristeza, enojo, voracidad, envidia, rivalidad, posesividad, autoritarismo, etc. Ante el nacimiento de un hermano se puede experimentar ternura, emoción, agrado y, al mismo tiempo, miedo a perder el amor de los padres, fantasías de que algo pueda ocurrirle a la madre, expresiones de sentimientos hostiles hacia ese nuevo hermanito. Como los adultos no aceptan esas emociones, entonces los niños recurren a distintos mecanismos para librarse de ellas, negarlas o evadirlas.

Recuerdo a una niña de tres años que jugaba con unos muñecos; los cuidaba y decía que eran sus bebés. De esta forma, la niña expresaba su identificación con una mamá que atiende a los hijos, lo cual es muy bueno porque este tipo de identificación es algo necesario en su crecimiento y posterior desempeño como madre. No obstante, simultáneamente intervinieron otras emociones, como el deseo de ser ella “la mamá” para no reconocerse como la hija chiquita, pues no le gustaba sentir la diferencia entre niños y adultos. Al convertirse en mamá, se hace adulta y crece rápido, sin necesidad de pasar por el largo y doloroso proceso de maduración y crecimiento.

Para Klein (1975, pp. 16 y 17), desde el nacimiento, el bebé experimenta impulsos amorosos y agresivos que aún no puede tolerar ni entender. A lo largo del desarrollo, su mente se integrará y será capaz de enfrentar los impulsos hostiles. De acuerdo con esta autora, la constitucionalidad emocional innata del niño —lo que predomina en su mente: el amor o el odio— será determinante para la formación de su personalidad. Entre más odio e impulsos hostiles tenga, más ansiedad sentirá como consecuencia. En El psicoanálisis de niños (1932), Klein menciona que, durante los primeros años de vida, los niños pasan por severos estados de ansiedad a causa de sus sentimientos enojosos y agresivos hacia la madre que los frustra; por consiguiente, más adelante lo invadirá la culpa.

Klein diferenció dos momentos de desarrollo mental en los primeros meses de vida, a los cuales denominó “posición paranoide” y “posición defensiva”. La oposición entre el amor y el odio, inevitablemente, produce angustia, por lo cual se hacen necesarios los mecanismos defensivos y la cualidad de dichos mecanismos indica en qué fase de desarrollo mental se encuentra el pequeño. Además, la autora afirma que, a lo largo de toda nuestra vida, tendemos a regresar a estos patrones de relación primarios y los conflictos emocionales que implican. En la posición paranoide predominan los impulsos destructivos y el pensar en uno mismo. Por lo tanto, la persona se encuentra bajo el imperio de las ansiedades persecutorias resultantes. Esto significa que uno siente que el otro le va a hacer daño. En la posición depresiva, el amor toma más fuerza: uno se responsabiliza por su hostilidad y con ello sobreviene una necesidad de reparar lo que se dañó. Por amor, ahora uno cuida del otro y se abandonan los intereses egoístas de la posición anterior. La gratitud es una cualidad que se desprende de la capacidad de amar, cuidar y reparar lo que uno dañó. Entonces, surge la posibilidad de enriquecer y fortalecer al yo para establecer relaciones y vínculos más genuinos, y recibir lo bueno que el otro puede ofrecer.
Margaret Mahler (1971), por su parte, describió el desarrollo emocional en términos de un proceso que va desde la simbiosis hasta la separación-individuación del bebé respecto de la madre. Cuando este desarrollo se perturba, la persona presenta dificultades, miedos, ansiedades, parálisis, crisis de identidad o enfermedades psicosomáticas. Muchos niños viven la separación-individuación de la madre como un evento traumático; sin embargo, en realidad se trata de un momento fundamental para diferenciarse como individuos. El niño tendrá que construirse como sujeto en sus propias experiencias como un ser distinto de su mamá. Algunas personas que no logran individualizarse presentan problemas en la piel, que es el órgano de contacto con los otros.

Muchas veces, cuando el pequeño se tiene que alejar de la madre para ir a la guardería o al preescolar, llora en exceso, hace pataletas o se enferma continuamente. Mahler comenta que estos niños sufren demasiado las ansiedades de separación, pues para ellos distanciarse de la madre implica perderla para siempre, se sienten inundados de nostalgia, añoranza y creen que ellos mismos corren mucho peligro sin ella. Todos los niños presentan ansiedades diversas. Lo conveniente es considerar y vigilar que dichas emociones no detengan su desarrollo o los limiten al grado de que no puedan desenvolverse en su entorno —como tener mucho miedo en la escuela, no socializar, sufrir pesadillas frecuentemente, enuresis o encopresis, dificultades en el aprendizaje, enfermedades u accidentes recurrentes. En estos casos, es importante atender al niño para no frenar otros aspectos de su desarrollo social, cognitivo, motriz y psicológico.

Arminda Aberastury (1966, p. 134), pionera del psicoanálisis infantil en Buenos Aires, piensa que, cuando el niño padece asma, tiende a caerse y golpearse todo el tiempo, o si presenta alguna inhibición (motora, en el lenguaje, en el aprendizaje, en la capacidad para socializar), la solución está en buscar dentro del tratamiento psicoanalítico las raíces inconscientes, es decir, las razones que están fuera de nuestro alcance de comprensión y que determinan esos cuadros. La terapia ofrece un espacio para que los niños entiendan lo que los angustia y los lleva a producir síntomas. Por medio del juego, el niño expresa sus fantasías, sus deseos y experiencias de un modo simbólico; transmite sus miedos y ansiedades más profundas para que podamos comprenderlas y ayudarlos.

En el Doctorado en Clínica Psicoanalítica del Centro Eleia, una de las materias centrales es “Psicoanálisis infantil”, en la cual se trabaja en la comprensión profunda de todos los aspectos anteriores para ayudar a que los niños aquejados con situaciones semejantes puedan llevar una vida plena y tengan el mejor desarrollo posible.

Referencias 

  • Aberastury, A. (1966). Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Barcelona: Paidós, p. 134.
  • Klein, M. (1975). Obras completas, tomo 2: El psicoanálisis de niños. México: Paidós, pp. 16, 17, 25 y 27.
  • Laplanche, J. y Pontalis, J. (2008). Diccionario de psicoanálisis. México: Paidós, p.
  • Mahler, M. (1971). A Study of the Separation-Individuation Process—And its Possible Application to Borderline Phenomena in the Psychoanalytic Situation. Psychoanalytic Study of the Child, 26:403-24.
  • Mahler, M. (1963). Thoughts about Development and Individuation. Psychoanalytic Study of the Child, 18:307-24.
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