¿Es posible atender a todos los pacientes en línea?

Por Kathia Cavazos

A partir del aislamiento al que la pandemia por COVID-19 nos llevó hace un par de años, la búsqueda de nuevas maneras de sostener lo cotidiano se tornó en una constante. Las herramientas tecnológicas fueron recursos fundamentales para dicha tarea, pues a través de medios electrónicos pudieron conservarse muchos empleos y pudimos acceder a actividades académicas, de información, e incluso de entretenimiento. Los procesos psicoterapéuticos no fueron una excepción, ya que, frente a una situación que desencadenaba una vorágine de emociones, la opción de suspender o poner en pausa por tiempo indefinido los tratamientos no parecía viable.

            El tiempo ha transcurrido, las actividades se han reanudado en su mayoría y, aunque la pandemia abrió la posibilidad de trabajar con pacientes que se encontraban en otras localidades del país, o hasta del mundo, algunos de los que radican en la misma ciudad que sus analistas solían manifestar el deseo de seguir trabajando en la virtualidad. A pesar de que, en casos particulares, resulta un método de trabajo posible, conviene replantearnos si todos los pacientes pueden ser atendidos en línea.

            La importancia de pensar caso por caso se vuelve uno de los asuntos primordiales a la hora de hacernos tal cuestionamiento, pues no será la misma situación la de la persona que manifiesta una gran necesidad terapéutica, pero que, debido a temas laborales, no encuentra en sus horarios compatibilidad con los del analista, a la de la persona que tiene tiempo y espacio para acceder al consultorio y, aun así, desea mantener el tratamiento a distancia. Probablemente, en el último caso habrá que considerar si hay más asuntos pertenecientes al mundo interno inconsciente, que dificultan el acceso y la cercanía a un espacio delimitado para la comprensión de aquello que pensamos y sentimos. 

            Más allá de tomar una postura rígida y determinante sobre la posibilidad de trabajar bajo esta modalidad, parece conveniente pensar en sus beneficios y limitaciones. Dentro de los beneficios más significativos, podríamos pensar en la conectividad desde cualquier lugar y en cualquier dispositivo; un mayor rendimiento del tiempo, pues, al evitar los traslados, se pueden hacer también otras actividades; y el amplio abanico de opciones a la hora de elegir a un terapeuta, dado que la distancia ya no es un impedimento. En cuanto a las deficiencias, tenemos la pérdida del espacio físico (consultorio), que representa obstáculos en la observación del lenguaje no verbal, el cual proporciona información valiosa del paciente en sus interacciones con el analista; las dificultades en la conexión y las interrupciones medioambientales, que pueden entorpecer la comunicación fluida, creando un clima que obtura el acceso a lo profundo, además de que, en el caso de pacientes con patologías más graves, existirá mayor complejidad en el acercamiento (Mora Febres y Puchol, 2020).

            La práctica de lo clínico, en el caso de la psicoterapia psicoanalítica o el psicoanálisis, se vale de un elemento que resulta indispensable para la conformación del proceso terapéutico, ya sea que se realice de manera virtual o presencial. A este elemento se le conoce como encuadre y consiste en el establecimiento de un contrato verbalizado con el paciente, en el que se pactan los acuerdos y reglas que enmarcarán las actividades a desempeñar por parte de los dos participantes (analista–analizando). El sostenimiento del encuadre, con los ajustes pertinentes, según la modalidad de trabajo que se elija para cada paciente, será una pieza clave para el éxito de cualquier tratamiento. De acuerdo con Donald Meltzer (1967/1996), el encuadre se ubicará dentro de la mente del analista y será un estado capaz de desarrollar el proceso, a partir del vínculo profundo con las emociones del analizando y del interés en sus sueños, de la sexualidad infantil, del espacio, de los objetos internos, del self, de las modalidades en las relaciones y de las identificaciones.

            Dicho lo anterior, podríamos concluir que, aunque el trabajo en línea es válido, necesario y efectivo, no sustituirá la necesidad de preservar los lazos íntimos con nuestro mundo interno y con los demás, es decir, las profundidades de la interacción humana en presencia (Mora Febres y Puchol, 2020).

 

Referencias:

Meltzer, D. (1996). El proceso psicoanalítico. Lumen-Hormé. (Obra original publicada en 1967).

 

Mora Febres, V. y Puchol, M. (2020). Reflexiones sobre el encuadre tras la COVID-19. Revista de psicoanálisis, 89, pp. 397-424.

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