El juego infantil y la elaboración de conflictos

Por Javier Fernández

 

Recuerdo a un niño de cuatro años que no podía comprender como Darth Vader en algún momento fue “bueno”. Un villano de esa magnitud no lo podía concebir con características benevolentes e incluso amorosas. Aquel chico jugaba como si fuera dos personajes diferentes: al ponerse la máscara se convertía en un tirano que luchaba para aniquilar a cualquiera que se interpusiera a sus deseos, pero al quitársela volvía a ser “él mismo”, tierno, encantador y complaciente con quienes estaban a su alrededor. Al jugar con él, me pedía que cumpliera el rol de Darth Vader y exigía que me pusiera la máscara. Si me mostraba empático o compasivo, el pequeño se enfurecía y gritaba: “¡No, no, tú eres un malvado que quiere matar a todos y yo seré quien salvará al mundo!”. El conflicto central y propio de su edad era que no podía existir una persona en la que coexistieran aspectos contradictorios, porque eso significaría que no solo el personaje de Darth Vader es agresivo, sádico y posesivo, sino que también estos sentimientos habitarían en su mente, dejando por momentos la ternura y la bondad de lado.

 

El juego en los niños es trascendental en su desarrollo emocional. Tiene su propio idioma, difícil de entender por la profundidad de su significado y porque la gama de aspectos simbólicos que están incluidos en la concepción lúdica con que perciben al mundo es infinita. El lenguaje adulto, en específico las palabras, tiende a sintetizar en favor de una comunicación fluida y entendible, pero es reduccionista en términos de la posibilidad de dar claridad a lo que experimentamos, incluso, en lo cotidiano.

 

Es lo simbólico del juego infantil lo que permite la elaboración de conflictos. En 1920, Sigmund Freud dio cuenta de esa importante característica del juego al observarla en un niño que, al año y medio, tenía una buena relación con sus padres, era muy obediente, difícilmente se quejaba de algo e, incluso, no lloraba cuando su madre, con quien tenía una relación afectiva y cercana, se iba durante horas. Este niño tendía a arrojar los objetos que estaban cerca, acompañado de la expresión “Fort” (se fue).

 

Un día, el pequeño tenía un carretel atado a una cuerda y lo que hacía era arrojarlo de forma tal que desaparecía; al no ser visto, decía “Fort”. Después, tiraba de la cuerda y reaparecía el carretel; al llegar con él, lo recibía con un emotivo y amistoso “Da” (acá está) (1920/1992). El conflicto que podía desencadenar la partida de la madre se elaboraba escenificando, a través del juego, ese desaparecer y regresar. No se niega el dolor por el abandono, sino que esta “desaparición” es necesaria para después disfrutar de nuevo el encuentro con la madre. “En la vivencia era pasivo, era afectado por ella; ahora se ponía en un papel activo repitiéndola como juego” (1920/1992). Es así como el juego simbólico cobra tanta fuerza en el desarrollo. En lugar de sufrir pasivamente las afecciones del mundo externo, el juego permite elaborar y digerir, de forma activa, el dolor que se despierta por cualquier situación.

 

Melanie Klein, por su parte, en 1929 escribió La personificación en el juego de los niños. Es un texto que me parece central en el análisis infantil, ya que afirma que una de las funciones principales del juego en ellos es la descarga de las fantasías inconscientes. Con esto, se abre una gama de posibilidades interpretativas que, en consecuencia, ayudarán a entender y, por tanto, a elaborar los conflictos infantiles (Klein, 1929/2008).

 

Los niños utilizan la disociación para no reconocer como propios los sentimientos dolorosos, los impulsos agresivos y las fantasías persecutorias que invaden su mente. Después de esto, los proyectan, es decir, se despojan de ellos para ponerlos en otro lugar. Es ahí donde la personificación se gesta y se consolida en el juego. Darth Vader, a quien mencioné al inicio, representa las partes más agresivas y sádicas de aquel pequeño de cuatro años. Claro que es más fácil concebirlas fuera, que dentro de uno mismo. La finalidad de la personificación es que los personajes (cualquiera que el niño elija) representen las fantasías que tiene en su mundo interno. Es a través del análisis que el chico tiene la posibilidad de reconocer como propio aquello que disocia y proyecta, para después poder aceptarlo e integrarlo como parte de sí mismo. “Sólo en el juego el niño puede hacerse plenamente consciente y responsable de los aspectos negativos de su persona, su agresión, envidia, posesividad, grandiosidad” (Valeros, 1997, p. 118).

 

La elaboración de conflictos parte de la oportunidad que da el juego para captar simbólicamente la experiencia emocional contenida en el mundo interno del niño.

 

 

Referencias

 

Freud, S. (1992). Más allá del principio de placer. Obras Completas (vol. 18, pp. 14-15). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1920).

 

Klein, M. (2008). La personificación en el juego de los niños. Obras Completas. Melanie Klein. Amor, culpa y reparación. (pp. 205). Paidós. (Obra original publicada en 1929).

 

Valeros, J. (1997). La interpretación del juego. El jugar del analista. Fondo de Cultura Económica.

 

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