La importancia de la ausencia en la vida psíquica

Por Miguel Eduardo Torres Contreras

 

Al abordar un tema, me interesa mucho indagar el origen etimológico de las palabras. Con frecuencia, este nos da cierta orientación sobre lo que está más allá de la literalidad de la palabra misma, es decir, lo que busca expresarse con el uso de cierto término. Tomemos la palabra «ausencia». Esta proviene de la palabra latina absentia, que, a su vez, deriva del verbo abesse, compuesto de ab = alejamiento, separación y esse = ser, estar. Esto es, ausencia es la situación o cualidad del que está lejos, separado.

La palabra ausencia, entonces, nos sirve para expresar alejamiento, separación de algo o de alguien. Si lo pensamos con detenimiento, las separaciones, sean temporales o definitivas, son una constante en nuestra existencia. El niño(a) pequeño que entra a preescolar tiene que separarse temporalmente de su madre, de su padre y del espacio físico en el que cotidianamente ha vivido. Todo esto estará ausente, temporalmente, de su percepción. Para la madre y para el padre, esto también implica una separación, una ausencia física temporal de ese hijo(a) pequeño que ahora está bajo el cuidado de personas distintas a ellos. Años más tarde, al terminar la primaria, ese niño(a) se separará de sus maestros, de sus amigos y de sus compañeros para ingresar al siguiente nivel escolar. Algo parecido sucederá en los siguientes niveles escolares. Pensemos cuando un hijo(a) deja la casa de los padres: estos, los hermanos (si los hay) y el espacio físico donde ha vivido dejan de estar presentes en su percepción cotidiana. Cuando los padres se divorcian, por lo general, uno de ellos deja de vivir con los hijos; se da una ausencia física del padre que sale del hogar que, con frecuencia, resulta muy dolorosa para los hijos.

Ahora, con la pandemia, la ausencia física ha sido el pan de cada día. Nos hemos ausentado, físicamente, de nuestros lugares de trabajo, de las aulas para quienes damos clases, del consultorio. Durante meses, hubo una ausencia de reuniones familiares, con amigos, etc. Parafraseando la frase de K. Marx y F. Engels (1848), con la que inician el Manifiesto del partido comunista —“Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo” (p. 21)— podríamos decir ahora con la pandemia: un fantasma recorre el mundo actual, el fantasma de la ausencia física. ¿Qué consecuencias ha tenido en la mente de los sujetos esta multiplicidad de ausencias físicas? ¿Cómo hemos lidiado con estas ausencias que para muchos han resultado terriblemente dolorosas?

Freud habla, en su texto Más allá del principio del placer (1920), sobre un juego que observó en su nieto —hijo de Sofía, su hija predilecta— quien más tarde moriría a causa de la fiebre española. Este pequeño niño, de dieciocho meses de edad, jugaba a aventar y desaparecer los objetos de su percepción, pronunciando la palabra fort, es decir, lejos, se fue. En un segundo momento, Freud observó a su nieto, aventando un carrete para hacerlo desaparecer y luego, tirando el hilo para hacerlo reaparecer. Esta última acción la acompañaba de la palabra da = acá está. En la interpretación freudiana, el niño está representando los ciclos de ausencia y presencia de la madre, escenificación fundamental que le permite descubrir la posibilidad de permanencia, de continuidad; es decir, la posibilidad de construir una representación psíquica de la madre. Para Freud, la renuncia pulsional de admitir, sin protestas, la partida de la madre constituye un gran logro cultural del niño. Así, es necesaria la ausencia de la madre, ya que posibilita la construcción de una representación de ella en la mente. Si no hay ausencia, lo que existe no es una representación psíquica, sino una percepción de la madre en la realidad exterior.

Un año después, cuando el niño tenía 30 meses de edad y le habían dicho que su padre estaba ausente porque se había ido a la guerra, Freud menciona que cuando se enojaba con un juguete lo arrojaba al piso y le decía “¡vete a la guerra!”. Por tanto, esto que Freud llamó un gran logro cultural del niño —la escenificación de la ausencia de la madre que constituye un hecho doloroso para él y también la ausencia del padre— se convirtió en un gran descubrimiento freudiano para poder explicar la importancia de la ausencia en la formación del psiquismo. Algunos años después, en su texto La negación, Freud (1925) sostiene que “es preciso recordar que todas las representaciones provienen de percepciones, son repeticiones de éstas… el pensar posee la capacidad de volver a hacer presente, reproduciéndolo en la representación, algo que una vez fue percibido, para lo cual no hace falta que el objeto siga estando ahí afuera” (p. 255). Con ello, quedaba abierto el campo para seguir reflexionando sobre la importancia de la ausencia en la vida psíquica.

En efecto, para Lacan, este juego de ausencias y presencias es el fundamento necesario para la introyección y la elaboración tanto de lo simbólico como de lo imaginario. Klein puso el acento en el desarrollo temprano del psiquismo y propuso que el mundo interno del sujeto se construye con base en estos ciclos constantes de ausencias y presencias; primero del pecho y luego de la madre hasta que, idóneamente, haya una integración de los objetos y una primacía del amor sobre el odio.

La vida cotidiana y el trabajo clínico nos muestran la relevancia de la ausencia en la formación del psiquismo y, por tanto, en la forma en cómo lidiamos con las ausencias de diverso tipo que ocurren a lo largo de nuestra existencia. Por ejemplo, hay jóvenes que se van a estudiar al extranjero y les cuesta mucho trabajo tolerar la ausencia, la separación de sus padres, de sus hermanos, de sus amigos, de su novio, de su cultura. Otros, aunque no salgan del país, dejan la casa de los padres, pero no hay día en que no llamen por teléfono a su madre o a su padre. No hacerlo les genera ansiedad, culpa, etc. Es decir, les cuesta mucho trabajo tolerar la ausencia física del hogar parental, que no es sino reflejo de la dificultad de la separación psíquica de los padres. Ahora, con la pandemia, la ausencia de los lugares que cotidianamente se frecuentaban y del contacto físico con las personas, sobre todo con los seres queridos, ha generado muchas emociones y fantasías. Una adulta mayor, como consecuencia del confinamiento y de la ausencia de sus hijos y nietos que la visitaban con cierta periodicidad, hizo la siguiente afirmación: “Maldita pandemia. Me quitó a mis hijos, a mi familia. No sé si algún día volveré a verlos. Esto no tiene para cuándo”.

La veta que Freud abrió, con este tema, ha dado lugar a innumerables textos que abordan las ausencias, las separaciones y las pérdidas en la constitución de nuestro psiquismo y la forma en cómo abordamos aquellas en nuestra vida cotidiana y en el tratamiento.

Referencias

Freud, S. (1920). Más allá del principio de placer. En Obras Completas (vol. 18). Amorrortu.

Freud, S. (1925). La negación. En Obras Completas (vol. 19). Amorrortu.

De Mijollá, A. (2007). Diccionario internacional de psicoanálisis. Akal.

Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (1996). Diccionario de psicoanálisis. Paidós.

 

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