El trabajo con niños durante la pandemia y lo que hemos podido desarrollar

por Karina Velasco Cota

Uno de los elementos más importantes que ha traído consigo la pandemia por el coronavirus ha sido la transformación de nuestras condiciones de vida. Hoy en día nos reunimos con la familia y los amigos a través de plataformas digitales, hacemos compras en línea y, si nuestra profesión lo permite, trabajamos desde casa.

Todos estos cambios han impactado también la forma en la que se brinda y recibe atención psicoterapéutica, labor imprescindible en un momento lleno de incertidumbre, circunstancias complicadas y temores por la salud y la integridad física, tanto propia como de las personas que nos rodean. Durante el proceso de migración a los terrenos de la virtualidad, una de las interrogantes que sacudieron nuestra práctica fue: ¿es posible trasladar la técnica de juego infantil al trabajo en línea?

Dicha técnica fue desarrollada por Melanie Klein a lo largo de varios años de práctica clínica con niños. Con el paso del tiempo observó que convenía atender a los niños en un espacio distinto a su entorno familiar y brindarles una caja individual que contenga juguetes, algunas figuras sencillas, hojas, lápices, colores, tijeras, estambre, pegamento, masa, etc. Tanto el consultorio como la caja de juguetes, desde su perspectiva, representan el interior del cuerpo de la madre y el vínculo que el niño tiene con el terapeuta; a través de los juguetes despliega los libretos de su fantasía inconsciente y personifica sus objetos internos y externos. Entonces, ¿qué hacemos cuando no contamos ni con el consultorio ni con la caja de juguetes como recursos para llevar a cabo la psicoterapia?

Afortunadamente la noción de realidad psíquica, eje medular de la teoría psicoanalítica, es una de las premisas que nos ha permitido el tránsito a esta nueva modalidad de trabajo. Sin embargo, no se trata de una tarea fácil en medio de una realidad conmocionada en la que los terapeutas también estamos inmersos. En condiciones habituales tenemos mayor injerencia en ciertos elementos como el encuadre y el cuidado de la privacidad, pero ahora el niño tiene la posibilidad de dejar la sesión con un clic, puede apagar y encender la cámara a su gusto o moverse con la tableta por toda la habitación o la casa y mostrarnos su entorno, incluyendo a las personas que viven con él. La virtualidad es un contexto que sirve como tierra fértil, aunque no de forma exclusiva, para la actuación, es decir: la expresión de un conflicto a través de la conducta y no de la verbalización o la simbolización. El niño, por ejemplo, en lugar de expresar a través de un juego o un dibujo los sentimientos de celos y exclusión que lo atormentan frente a la relación que tienen sus padres, se instala en medio de la sala de televisión para que la mamá y el papá sean testigos del “maravilloso” encuentro que está teniendo con su terapeuta, incluso puede ponerse ruidoso y reír a carcajadas en un clima maniaco para generar en los papás los mismos sentimientos que él no puede tolerar cuando lo mandan a su habitación por las noches.

Esto no quiere decir que el consultorio per se nos garantice un tratamiento exento de estas situaciones; sin embargo, hay que reconocer que, aunque el trabajo en línea no es la causa de las actuaciones, sí las facilita. Es por ello que sostener el método bajo estas circunstancias tan particulares representa un esfuerzo constante tanto para el terapeuta como para el niño. Si bien existen distintas opiniones y perspectivas al respecto, personalmente considero que cualesquiera que sean las condiciones en las que estemos, los principios del trabajo psicoanalítico como el encuadre, la alianza terapéutica, la neutralidad, la actitud analítica y la interpretación son nuestros mejores aliados, aunque no los únicos, para desarrollar una labor psicoterapéutica ya sea con niños, adolescentes o adultos, de manera que uno puede incluir en los acuerdos iniciales con el paciente la importancia de mantenerse en una sola habitación, que cuente con la privacidad necesaria para que él o ella puedan jugar, hablar o imaginar cualquier cosa sin temor a ser escuchados por alguien más que el terapeuta. También conviene explicarle que no hace falta que nos muestre toda su casa, sus cosas, sus mascotas o que nos presente a sus hermanos o abuelos; basta que nos cuente al respecto o los dibuje. Asimismo, podemos pedirle que no apague o encienda la cámara una y otra vez porque eso sería como si se saliera del consultorio; que mejor trate de expresarnos si desea salirse de la sesión, dejarnos de escuchar o cualquiera que sea su inquietud. Cabe aclarar que, si bien nosotros explicamos estas premisas, nuestra expectativa no debe ser que el niño las cumpla obedientemente, sino proponer un marco de trabajo para observar qué hace el paciente con ello, es decir, conocer su contrapropuesta y, con ello, ganar algo de comprensión sobre sus conflictos inconscientes.

De la misma manera, la responsabilidad del terapeuta es, en primera instancia, velar por su propia privacidad y evitar que se filtren elementos de su vida personal en la medida de lo posible. Es importante contar con espacio libre de interrupciones que le permita concentrar su atención en lo que está sucediendo en la sesión y no a su alrededor. Esto debería ser bastante familiar, lógico y hasta cierto punto sencillo; no obstante, implica uno de los retos más importantes: no ceder ante los deseos voyeristas y exhibicionistas tanto propios como del niño : Valeria de 6 años, por ejemplo, pregunta en una sesión si su terapeuta le puede mostrar a su perrito, que ella asume es el que está ladrando a la distancia; en este caso en lugar de ofrecerle una respuesta concreta a su curiosidad, conviene mejor preguntarle qué imagina, explorar junto con ella su fantasía y quizá, más adelante, hablarle de las inmensas ganas que debe tener de saber con quién está y a quién cuida el terapeuta. Es decir, debemos privilegiar la realidad interna sobre la externa, a pesar de lo abrumadora que puede resultar esta última. Puede pensarse que es un exceso de rigor, pero es justamente lo contrario. Toda vez que uno le sugiere una actividad específica al niño o le responde concretamente una pregunta, perdemos la valiosa oportunidad de investigar junto con él sus ocurrencias, sus teorías, todo aquello que imagina, lo que siente y que, en conjunto, conforma su mundo interno.

Aun a través de una pantalla y con los recursos que nos brinda la tecnología como la pizarra para dibujar, es posible entablar con el niño un vínculo destinado a la comprensión de sus conflictos. Nicolás de 9 años, en su primera sesión de la semana, dibuja una línea vertical que separa el espacio en dos. En el lado izquierdo traza un laberinto con trabas y le pide al terapeuta que trace otro de lado del derecho. El niño propone como juego buscar la manera de conectar ambos laberintos sorteando cada uno las trabas establecidas. Pueden pensarse varias cosas sobre este juego: por ejemplo, las dificultades emocionales implicadas en la separación del fin de semana y también en el reencuentro, las complicaciones a vencer cada sesión por parte de ambos para encontrarse pese a estar “atravesados” por una pantalla, los sentimientos contrapuestos que puede generar la unión de papá y mamá, etc. En otro caso, recuerdo la inmensa preocupación de Mateo, de 5 años, porque había escuchado en las noticias que “el virus que viene de China” solo puede lastimar de gravedad a los adultos y no a los niños. Uno no puede evitar pensar, entre muchas otras cosas, que “el virus que viene de China” representa para Mateo la cristalización de sus propios deseos hostiles hacia las figuras parentales, incluido el terapeuta; un virus que antes sentía poder controlar y mantener a miles de kilómetros a la distancia.  

En resumen, más allá de la variedad de significados que puede suponer la pregunta de Valeria, el juego de Nicolás o la fantasía de Mateo, podemos observar que la vida psíquica continúa siendo el motor que da dirección a las experiencias, incluyendo la pandemia, y que es posible adentrarnos en ella siempre y cuando nuestro proceder esté apuntalado en los pilares del método que nos brinda un marco figurado, simbólico, capaz de contener el cauce del vínculo transferencia-contratransferencia entre el paciente y el terapeuta. 

Como señalan Hilda Catz et al. (2020), lo que el terapeuta puede aportarle al niño a través de la psicoterapia no debe desestimarse en momentos como estos y mucho menos bajo la creencia de que no es posible hacer un trabajo terapéutico: “mientras prevalezca la mirada psicoanalítica del terapeuta y su encuadre interno” más allá de las circunstancias, ya de por sí siempre cambiantes, el niño puede contar con un espacio de acompañamiento en la comprensión de sus conflictos inconscientes.

Referencias

Klein, M. (1955). La técnica psicoanalítica del juego: su historia y su significado. Obras Completas. México: Paidós.

Etchegoyen, H. & Minuchin, L. (2014). Principios psicológicos del análisis infantil. Melanie Klein. Seminarios de introducción a su obra. Buenos Aires: Biebel.

Catz, H. et al. (2020). Psicoanálisis de niños y adolescentes. Trabajando en cuarentena en tiempos de pandemia. Buenos Aires: Ricardo Vergara Ediciones.

 

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