El psicoanálisis, el inconsciente y el arte

Por Ittamar Hernández Sánchez

 

El desarrollo del psicoanálisis estuvo, desde un principio, en estrecha relación con el arte. Si bien, Sigmund Freud intentaba hacer de ésta una disciplina científica, en el sentido más positivista del término, sus objetos de estudio, la mente y el inconsciente, con dificultad podían encuadrarse desde los valores del positivismo. Para explicar los procesos y las dinámicas inconscientes, se vio en la necesidad de recurrir a las manifestaciones artísticas de la cultura occidental, en búsqueda de metáforas que los hicieran comprensibles. Por si fuera poco, para poder demostrar la realidad histórica del inconsciente, no hubo, ni hay mayor remedio, que revisar el acervo artístico de la humanidad, para encontrar las pasiones que nos han atormentado y movido desde hace ya varios milenios.

          El inconsciente del artista se manifiesta a través de su creación y, a la vez, ésta funciona como vehículo para la elaboración de los conflictos inconscientes del espectador, de tal forma que hay una relación bidireccional. El arte comunica —pone en comunión— al artista y al espectador que saben emplear este medio. Podría decirse que el arte ha sido el vehículo más sólido para la manifestación del inconsciente.

          De acuerdo con Freud (1908/2010), existe una estrecha relación entre el quehacer artístico, el juego infantil y el sueño diurno o nocturno. Todo ser humano es, en ese sentido, un creador capaz de elaborar fantasías, un artista en potencia. Fantasear es hacerse de un mundo que responde al deseo, diferente del mundo real. De manera general, un escenario fantástico toma sus elementos de alguna experiencia del pasado, aquella donde fuimos felices, para colocarla en el futuro.

          Sin embargo, aunque todos somos capaces de producir estas fantasías, no todos somos, en efecto, artistas. ¿Cuál es la diferencia? Hanna Segal (1991/2003) propone que, mientras que todos podemos fantasear, no todos llevamos esas fantasías al terreno de la imaginación. El fantaseo, como está descrito arriba, es una actividad egoísta. La situación fantaseada apunta al placer de la persona que la fantasea. Está, por lo tanto, completamente desprendida de las limitaciones que la realidad impone. El artista utiliza estas fantasías, pero renuncia, en mayor o menor medida, a su contenido egoísta. Considera cómo es posible, o imposible, tal fantasía contrastada con la realidad, para proponer un escenario nuevo, donde se sintetiza el placer y las posibilidades.

          Justo de esto se trata el arte. Y es esa renuncia al placer egoísta lo que permite al espectador impactarse, maravillarse y empatizar con el escenario que presenta el artista, ya que incluye deseos, conflictos internos y la realidad externa. De esta manera, el espectador que contempla la obra de arte puede llegar a un conocimiento sobre sí mismo y sus limitaciones.

          Por otra parte, quizás este punto de vista no es aplicable para todo lo que llamamos arte. Es preciso considerar que el psicoanálisis se desarrolló en un contexto cultural particular. El Romanticismo alemán había tenido gran impacto en la población, tanto en su producción artística como en sus elaboraciones teóricas y filosóficas en torno al arte. Los románticos (vaga generalización) estaban interesados en los procesos internos del ser humano, en sus memorias y fantasías, en su historia personal. Sentaron bases y antecedentes importantes para el psicoanálisis.

          Luego, en la dirección contraria, el psicoanálisis alcanzó popularidad entre los artistas modernos, quienes, a decir de Donald Kuspit (2006), procuraron un “culto del inconsciente”, en el que se crearon obras cada vez más complejas, en las que intentaban capturar la esencia del inconsciente. Así, surgieron corrientes pictóricas como el cubismo y el surrealismo.

          Cabría echar un vistazo a lo que los museos de arte moderno ponen en exhibición en nuestros días y preguntarnos si los juegos de la fantasía y la imaginación aún se dan en los artistas, y si estos criterios son hoy suficientes para definir el arte. Es probable que no. Entonces, entramos a un mar de discusiones donde nos preguntamos si un plátano pegado con cinta a una pared es o no es arte, si allí puede haber una comunicación entre el artista y el espectador. Habrá quien hable de un declive, o incluso de un asesinato del arte a partir del dadaísmo; una separación del arte y el inconsciente. Lo que no implica, por supuesto, que el ser humano ya no sea capaz de hacer arte, en el sentido romántico y moderno, y de ponerse en comunión con el inconsciente. Por fortuna, existen aún el psicoanálisis y la psicoterapia, donde el paciente y el analista se aventuran en la exploración del inconsciente, en vías de un trabajo creativo, imaginativo y, ¿por qué no?, artístico.

 

 

Referencias:

Freud, S. (2010). El creador literario y el fantaseo. Obras completas (vol. 9), Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1908).

Kuspit, D. (2006) El fin del arte. Ediciones Akal.

Segal, H. (2003). Imagination, Play and Art. En Steiner, R. (Ed.). Unconscious Phantasy. Karnak. (Obra original publicada en 1991).

 

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