El papel de los padres en las nuevas generaciones


Por Javier Fernández

“¿Cómo le pongo límites a mis hijos? ¿Qué tengo que hacer para que se controlen? Si los castigo, ¿los voy a traumar?” Estos son algunos de los cuestionamientos que se escuchan con intensidad, preocupación y desesperación en las instituciones escolares, en consultorios médicos y psicológicos, y en clases de regularización académica. Pareciera que, hoy en día, son los padres y maestros los que tendrían que someterse a las normas de los hijos y alumnos; que la “autoridad” debería adaptarse a las demandas que exigen los niños de la sociedad para evitarles cualquier sensación de frustración, por mínima que ésta sea.

Más allá de pensar en concreto sobre los comportamientos y conductas de las nuevas generaciones, habría que preguntarnos: ¿Dónde quedó el representante de una Ley interna? Podríamos suponer que los niños y adolescentes, en la actualidad, actúan en contra de la autoridad, se rebelan y buscan transgredir las leyes sociales y familiares. Sin embargo, eso era algo característico de generaciones anteriores, que confrontaban con sus propios ideales los preceptos establecidos y tenían un gusto por desaprobar y burlar la autoridad.

Lo central en esta comparación es que, en las nuevas generaciones, pareciera que no existe ni siquiera una Ley para transgredirla: todo les es dado sin esfuerzo, la hiperestimulación externa gratifica en automático y promueve la sensación de autosuficiencia y omnipotencia, para no sentir ni una pizca de tensión interna y/o dolor psíquico. La Ley interna esta matizada por el principio de realidad, el cual, per se, frustra y requiere de tolerancia para asumirlo, con la tranquilidad de que, en algún momento, aquello que se desea será gratificado y, si no es así, podrá ser soportado y contenido dentro de una estructura mental que denota fortaleza y no se cae a pedazos ante la mínima exigencia de tolerancia.   

            Recuerdo un texto de Massimo Recalcati, donde aborda con originalidad lo que acontece en nuestros días. Aterriza su conceptualización en la mitología griega, específicamente en la historia de Telémaco, hijo de Penélope y Odiseo (rey de la isla de Ítaca, que se marcha a la guerra de Troya antes de que su hijo lo conociera). La imagen que rescata el autor es crucial: “Telémaco se queda contemplando el mar, a la espera del barco de su padre”. Esta añoranza por el regreso del padre es con la esperanza de que devuelva la Ley a la isla. Entonces, en la actualidad, estamos en la era de Telémaco; la demanda del padre que invade el malestar de la juventud no es en función del poder ni de la disciplina, sino del testimonio. Una demanda de actos, de decisiones, de pasiones capaces de testimoniar cómo se puede estar en este mundo con deseo y, al mismo tiempo, con responsabilidad (Recalcati, 2014).

El testimonio del padre está relacionado con la transmisión de esta Ley que nos atraviesa y estructura. A pesar de que estamos en una época donde los niños y jóvenes invocan la Ley, con la esperanza de dar orden y tranquilidad a su mundo interno, los padres no quieren hacer ese esfuerzo de transmisión; actúan siendo autoritarios, al ejercer su poder y someter al hijo, o se van al otro extremo, tratando de ser “amigos” de sus hijos. Los padres rompen, sin mayor problema, el pacto generacional con los maestros, tienden a aliarse con los jóvenes más que con la autoridad institucional, pues sienten que ésta abusa del poder y trata injustamente a los alumnos.

Resulta paradójica la actitud de los padres ante las reglas institucionales y sociales que marcan el camino de sus hijos, ya que, ante esta falta de un representante de la Ley, se ha vuelto, cada vez, más necesaria la intervención de una tercera instancia, capaz de regular el desorden de las relaciones afectivas más íntimas, los conflictos internos y la nula tolerancia a la frustración (Recalcati, 2014).

Las autoridades escolares y los especialistas de la salud mental son buscados para rescatar a los hijos de esa “tierra sin Ley”, pero toda intervención de un tercero es vista con recelo y desconfianza: se cuestiona sus intenciones, así como su capacidad, cuando, en realidad, tienen como objetivo regresar aquel representante de la Ley que, por ahora, sigue perdido en la inmensidad del mar.

Referencias: Recalcati, M. (2014). La confusión de las generaciones. El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor (p. 81), Anagrama.

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