El encuadre: modificaciones a partir de la COVID-19

Por Nadezda Berjón M.

Cuando hablamos de encuadre, nos referimos a los “medios formales y contractuales necesarios para establecer la situación que caracteriza al psicoanálisis en contraste con otras formas de psicoterapia” (De Mijolla, 2005, p. 606). Algunos elementos que se han mantenido desde Freud hasta nuestros días incluyen: el paciente toma la sesión recostado en un sofá o diván; el analista toma asiento detrás; no hay contacto físico; se establecen la frecuencia y duración de las sesiones, así como los acuerdos sobre el  pago; la dinámica consiste en asociación libre en el paciente y atención flotante en el analista.

El encuadre no solo aporta la estructura para que el trabajo analítico se desarrolle, sino que representa la prohibición paterna ante el incesto (De Mijolla, 2005, p. 607). Es decir, las normas a las que ambas partes se tienen que atener, develando que, si bien el analista está atento y dedicado al paciente, solo es dentro de un tiempo limitado y en torno a un trabajo de interpretación de lo inconsciente.

Por otro lado, el encuadre evidencia los deseos sexuales infantiles y las respuestas defensivas del paciente. Por ejemplo, cuando se cumplen los 45 minutos acordados para la sesión y no se le da más tiempo, el paciente puede expresar el deseo oral de recibir más del objeto con el posterior enojo porque no se le satisface dentro del marco de la transferencia-contratransferencia propio de nuestro quehacer.

Como se comenta a nivel general, el encuadre está para romperse. El paciente, debido a sus conflictos y personalidad, intentará exceder los límites convenidos, lo cual aporta elementos para comprenderlo y ayudarlo a conocer su psique. Por ejemplo, presionar para que se le dé algún consejo, que se le abrace, proveerle agua, usar el sanitario o sentarse en vez de acostarse suelen ser manifestaciones de los intentos de ruptura del encuadre.

Ahora bien, la pandemia a la que nos enfrentamos desde que inició este año conlleva la pertinencia del aislamiento físico. La atención en persona no es recomendada y los tratamientos han migrado al ámbito de lo tecnológico. El uso de videollamadas o llamadas telefónicas toma el lugar de las sesiones en el consultorio. Bajo esta luz, pensemos en un nuevo encuadre:

  1. El uso del diván y la falta de estímulos perceptuales entre analista y paciente tiene la intención de que ambas partes dirijan su atención hacia el interior (el analista, para pensar; el paciente, para conectarse con sus representaciones y emociones). Hoy día se le suele pedir al consultante que inicie la sesión utilizando video para el saludo y posteriormente se pasa a llamada o se omite la función de la cámara. No hace falta que se recueste, pero sí que se acomode en un lugar que facilite un clima de confianza y privacidad.
  2. La duración y frecuencia de las sesiones puede verse afectada si hay problemas de conexión por parte de cualquiera de los asistentes. Aun así, pueden interpretarse las ansiedades surgidas ante la ausencia repentina del analista (si su conexión falló) o la resistencia del paciente a reiniciar la llamada minutos después.
  • El pago no puede ser directo; se requiere el uso de transferencias bancarias o depósitos. Aun así, al acordarse un pago fijo y claro (por ejemplo, la última sesión de mes) se logra identificar el conflicto respecto al dinero (olvidos, contar más o menos sesiones) e incluirlo en la sesión correspondiente.
  1. Al inicio de la cuarentena se dificultó mantener la atención flotante, pues todos estábamos sumergidos en una experiencia traumática y abrumadora. Pero meses después podemos trabajar con la mente dedicada al paciente mientras que este ejercita la asociación libre. Esta labor incluye todo lo que sucede en la sesión, la sucesión de imágenes, frases, silencios e incluso movimientos (Bollas, 2013).

¿Es un problema que el paciente se encuentre en su recámara o en su auto, que se presente a sesión acompañado de alguna mascota o que sus hijos o pareja lo llamen a gritos en plena sesión? ¿Deja de analizarse la transferencia al estar presentes elementos de la vida cotidiana en ambos polos de la relación? Consideremos que también hay analistas a quienes los ronda su gato o que son convocados por la familia mientras atienden a sus pacientes.

Por nuestra parte, debemos de mantener el encuadre lo más apegado posible a lo cotidiano, sin cambios constantes de espacio (hoy una recamara, mañana un estudio, después la sala), con reglas estables (días, método de conexión, pago) y manteniendo la atención en lo inconsciente. De acuerdo con Cristina Fernández, psicoanalista uruguaya, conviene centrar cada sesión en lo inconsciente a pesar de estar compartiendo la experiencia de la pandemia con el paciente. Si se toma la cuestión de lo externo como tema de la sesión, el analista se involucra como persona con los mismos conflictos y se pierde el trabajo sobre lo psíquico.

Referencias

Bollas, C. (2013). La pregunta infinita. Buenos Aires: Paidós.

De Mijolla, Alain (Ed.) (2005). International Dictionary of Psychoanalysis. Nueva York: MacMillan.

Fernández, C. (2020, mayo 1). Participación en el Webinar de la IPA, Encuadre en tiempo de COVID19.

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