El adolescente y sus padres

Por Sara Fasja

 

La parentalidad despliega funciones que se van transformando a lo largo de la vida. Con el transcurso de los días, meses y años, los hijos van cambiando y pasando por distintas etapas. Cada una presenta, tanto en el hijo como en los padres, particularidades que van modulando el vínculo que mantienen.

En el caso de la adolescencia, se desarrolla un momento de crisis que implica una serie de cambios biológicos, psíquicos y sociales. Mientras el adolescente tramita esta etapa, los padres (quienes son sus acompañantes a lo largo del ciclo vital) también experimentan dichos cambios desde su rol, pues se enfrentan con grandes sentimientos de exclusión, desvalorización, devaluación y pérdida del control, característicos de este nuevo vínculo. Se llegan a sentir desplazados de la vida de sus hijos e inconsistentes en su función, como si se les fueran de las manos: no los reconocen, no los escuchan y los confrontan, lo que les genera frustración, enojo, confusión y tristeza. Por ende, les es difícil ver que sus hijos también los quieren, valoran y necesitan más que en cualquier otra etapa.

Para Donald Meltzer, los adolescentes enfrentan una oscilación entre volver a ser niño en la familia, ser uno más entre los otros adolescentes, ser un miembro del mundo adulto o estar aislado. Todo lo anterior produce grandes confusiones asociadas con la identidad. En esta etapa, dejan de ser los niños que idealizaban a los padres, quienes eran vistos como superhéroes, para pasar a confrontarlos, devaluarlos y distanciarse de ellos. Esto les permite entrar en un proceso de diferenciación que los llevará a conformarse como sujetos independientes.

A pesar de que los padres sientan que lo que más desea el hijo es apartarlos, es importante mantener su presencia, dando la contención y libertad necesarias al establecer límites consistentes. Es fundamental entender que el hijo está distanciándose, pero no lo están perdiendo. El rol de los padres debe ser acompañar  al joven en la construcción de su identidad.

Arminda Aberastury planteó la adolescencia como la necesidad de elaborar tres duelos básicos: el duelo por la pérdida del cuerpo infantil, el duelo por la pérdida de la identidad y el rol infantiles y el duelo por la pérdida de los padres de la infancia. Ana Barrios Musto propone pensar estos duelos en relación con la vivencia de los padres.

El duelo que ellos tienen ante la pérdida del cuerpo infantil de su hijo implica que, mientras que él va transformando su cuerpo, los padres se enfrentan a los cambios del envejecimiento, perdiendo la juventud y vitalidad que comienzan a tomar lugar en su hijo, con el pasaje a la adolescencia. Esto despierta emociones agudas en ellos, donde un signo de salud sería el poder disfrutar y compartir, junto con el adolescente, su crecimiento y belleza.

El duelo por los hijos que dejaron de ser niños despierta dolor: ya no son esos pequeños que los creían superpoderosos y a los que, de alguna manera, podían controlar; ahora, se han transformado en jóvenes rebeldes que exigen, que se sienten autosuficientes y que están fuera de control.

En el duelo por la pérdida de su rol, pronto aprenden que las herramientas que utilizaban antes ya no les sirven más, pues el adolescente ya no los deja acercarse de la misma manera: los desvaloriza y descalifica, cuestionando constantemente sus opiniones y actos, devaluándolos al buscar otras formas de hacer las cosas que catalogan como mejores. En la actualidad, esto se ha intensificado con el acceso al mundo virtual, donde los jóvenes sienten que tienen información valiosa que los padres no entienden. Aquí, muchos se sienten perdidos y no saben cómo acercarse, pasando de ser muy autoritarios a ser demasiado permisivos y sintiéndose rebasados.

Es importante elaborar los duelos característicos de esta etapa y mantener el vínculo con los hijos para brindarles contención, seguridad, límites y afecto. Todo lo anterior representa un gran reto, sobre todo en la actualidad, donde existe una gran diversidad de expresiones de género, orientaciones sexuales y modelos de familia que antes no se veían. Estos cambios complejizan el proceso de reordenamiento identificatorio.

A lo anterior, se suma que la parentalidad se encuentra influenciada por la individualidad de cada uno, es decir, por las propias experiencias vividas. El desempeño de nuestra función como padres depende de este engranaje, lo que genera un bagaje de experiencias y conflictos que despiertan nuestro interés y nos hacen cuestionar cuáles son aquellos aspectos esenciales que harán a unos padres lo suficientemente buenos.

 

Referencias:

Barrios Musto, A. (2009). Trabajo con padres en psicoterapia de adolescentes en el momento actual. Revista de Psicoterapia Psicoanalítica, 7(3), pp. 57–76. https://pesquisa.bvsalud.org/bivipsil/resource/es/psa-10931

 

Aberastury, A. y Knobel, M. (1988). La adolescencia normal. Paidós.

 

Meltzer, D. y Harris, M. (1998). Adolescentes. Spatia.

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