Fobias comunes en los niños de edad escolar

Por Karina Velasco Cota

Duérmete niño, duérmete ya o vendrá el coco y te comerá

Canción popular

 

El miedo es una emoción básica que en menor o mayor medida experimentamos a lo largo de toda la vida. No obstante, las situaciones o las cosas que se temen pueden variar con la edad y con el momento vital en el que nos encontramos. Por ejemplo, un bebé teme a ciertos estímulos de su medio ambiente, como sonidos fuertes, y a medida que crece experimenta temor hacia a objetos, personas o situaciones extrañas, sobre todo aquellas que amenazan su integridad; mientras que los adolescentes pudieran temer mucho más la falta de aprobación social, el ridículo, así como un bajo rendimiento académico o físico. Es frecuente que algunos temores remitan de forma natural y espontánea, y que otros nuevos lleguen a aparecer.

En la infancia, los miedos y las fobias son fenómenos altamente frecuentes, y en ocasiones los niños temen, como parte de la herencia instintiva que nos protege, a ciertos objetos y situaciones comunes. Los temores de esta naturaleza suelen ser esperables y transitorios, por ejemplo, el miedo a la oscuridad, a los fenómenos naturales, los animales, contextos desconocidos, la muerte y situaciones de separación e inseguridad en general.

Desde el punto de vista evolutivo, el miedo cumple una función fundamental e imprescindible para la supervivencia y la adaptación. Los seres humanos somos particularmente vulnerables biológica y psicológicamente al nacer y durante los primeros años. Nuestra conservación y bienestar dependen de los cuidados de otro, específicamente de los padres, y el miedo forma parte de la armería de la que disponemos de manera natural para incrementar nuestras posibilidades de subsistencia. Se trata de una señal de alarma que nos ayuda a advertir de forma anticipatoria la existencia de posibles peligros que amenazan la vida, y que a su vez permite activar una respuesta del sistema nervioso central para poder evitar dicho peligro, ya sea escapando o buscando la protección de otro (Freud, 2013b).

Pensemos en el ejemplo de en un niño pequeño que pierde de vista a su mamá en un centro comercial, se angustia y siente miedo; a través de su respiración profunda y del aumento de su pulso cardiaco, el oxígeno llega a su cerebro rápidamente con el objetivo de brindarle mayor capacidad para hacer frente a dicha situación, ya sea a través del llanto, la vista, el movimiento, etc. Sin embargo, lo que suceda después también dependerá de otros factores psicológicos y ambientales.

Ahora bien, pese a que estamos “programados” evolutivamente para sentir miedo ante condiciones de peligro, el miedo es vivido también de una forma muy individual. El evento amenazante puede ser el mismo ‒como un sismo‒, pero la subjetividad de la vivencia dependerá del entramado entre los factores constitucionales, históricos y psíquicos de cada persona, lo que imposibilita la predicción y categorización de todas las reacciones posibles.

Esto explica por qué el pasado 19 de septiembre pudimos observar, por un lado, gente que paulatinamente pudo reincorporarse a su vida cotidiana y, por otro, personas que, sin haber sido necesariamente afectadas material o físicamente, se vieron acechadas por temores intensos e incapacitantes durante un largo periodo de tiempo.

Por otra parte, podemos observar distintos tipos de miedos que a simple vista pudieran parecernos absurdos, por ejemplo, aquellos que tienen que ver con fantasmas, monstruos o situaciones que no ponen en riesgo la seguridad física del niño, como los payasos, la escuela, ciertos alimentos, animales poco peligrosos, etc. Estas respuestas desproporcionadas e irracionales desafían nuestro sentido común y hacen que nos cuestionemos acerca del funcionamiento de la mente y las emociones: ¿cuándo el miedo deja de ser una respuesta natural y se convierte en una fobia?

Algunas perspectivas psicológicas consideran que la diferencia entre el miedo y la fobia es esencialmente cuantitativa, o bien, que la fobia puede considerarse como un tipo de miedo extremo. La perspectiva que nos ofrece el psicoanálisis es quizá mucho más rica en significados, pero no exenta de discusión. Mientras que ciertos autores establecen una distinción rigurosa ‒como Anna Freud‒, otros ‒como Melanie Klein‒ piensan que detrás de los miedos y las fobias se encuentran los mismos mecanismos de producción (Dio Bleichmar, 1981). Más adelante volveremos a este punto, pero para ello primero requerimos esclarecer qué es una fobia.

Una fobia se define como el miedo excesivo, desproporcionado e injustificado a un objeto o situación específica que el niño trata de manejar a través de una aparente actitud de evitación, ya que por un lado rehúye encontrarse con el objeto o situación que le despierta temor, pero de forma simultánea parece pensar obsesivamente en ello. Los temores dejan de ser transitorios para convertirse en una sensación constante de peligro que controla, restringe y deteriora la calidad de vida del niño y de aquellos que lo rodean.

En los niños, el miedo puede expresarse a través de irritabilidad, llanto, rabietas, paralización o el impulso de aferrarse (APA, 2018). Adicionalmente, suelen presentar una preocupación anticipada sobre hechos negativos y poco probables, y no se conforman con explicaciones racionales. Debemos tener presente que el niño que exhibe un trastorno de angustia, como en el caso de una fobia, no puede ejercer control voluntario sobre sus miedos y por lo tanto sufre por ello, independientemente de la ganancia secundaria que obtiene a partir de su condición, como recibir más atención de los padres, quedarse en casa al cuidado de la madre, etc.

Las fobias que presentan los niños en la edad escolar reflejan su desarrollo cognitivo, emocional y sexual. En este periodo se desarrollan la mayoría de las fobias relacionadas con animales –salvajes y otros pequeños como los insectos‒, situaciones médicas como enfermedades y accidentes, sucesos sobrenaturales, a las tormentas, al mar o al agua en general, así como a la separación y a quedarse solos.

La fobia escolar es quizá uno de los trastornos más frecuentes y comprometedores en esta edad. Se trata del miedo intenso y prolongado que experimenta el niño hacia la situación escolar y que va acompañado por el rechazo, la evitación de esta actividad y la presencia de ciertos síntomas físicos relacionados con la presencia de ansiedad: taquicardia, sudoración, vómitos, dolor de cabeza, insomnio. Habitualmente observamos en estos casos un vínculo dependiente y de control hacia los padres y, más específicamente, hacia la madre.

El psicoanálisis, como método de investigación de los fenómenos mentales, nos ha ayudado a comprender que nuestros temores no sólo están relacionados con una amenaza externa y concreta, sino principalmente con una amenaza interna e inconsciente. ¿Por qué un niño desarrolla una fobia a los payasos o a los grillos cuando claramente ninguno de éstos representa una amenaza real?

En este caso el miedo aparentemente es una respuesta desproporcionada e irracional que no podemos entender a primera vista, sin embargo, si lo pensamos como la expresión de un conflicto interno que se desplaza, por así decirlo, hacia algún objeto o evento externo – el payaso o los grillos‒, comprendemos que más allá de los síntomas observables lo importante es entender que, sea cual sea la situación o el objeto temido, es el representante de un conflicto psíquico enraizado en la intimidad de la mente y las emociones.

Sigmund Freud explica que, en la fobia, una representación indeseable es reprimida y el afecto ligado a ésta es liberado en forma de angustia, misma que, gracias a un trabajo psíquico que involucra procesos de desplazamiento y condensación, se asocia a un objeto determinado, es decir, el objeto fóbico: un avión, un animal, un personaje, etc. En su famoso historial clínico de Hans, un niño de cinco años aquejado por una fobia a los caballos, el objeto fóbico concentraba sus deseos edípicos, su angustia de castración, sus deseos fratricidas, su curiosidad sexual y sus cuestionamientos sobre el embarazo y el nacimiento de los bebés (Freud, 2013a).

Sin embargo, hoy en día sabemos que no podemos darle un carácter abarcador a toda fobia pensándola como la expresión de un conflicto edípico. A raíz de los desarrollos kleinianos pensamos que detrás de ciertas fobias encontramos ansiedades más tempranas ligadas al sadismo oral y al superyó temprano que son colocadas violentamente en un objeto externo vía identificación proyectiva. Otros autores acentúan los procesos de identificación en el desarrollo de una fobia y su importancia en la construcción de la identidad y del carácter.

Para un niño pequeño el temor a la oscuridad podría encubrir la curiosidad inconsciente por la vida sexual de sus padres, o bien estar relacionado con una ansiedad catastrófica frente a la separación de la madre, pero también podría reflejar el discurso de los padres actuando sobre la identidad del niño, y así podemos continuar descubriendo múltiples niveles de significados inconscientes.

Es decir, la fobia posee un sentido manifiesto, que nos resulta evidente, y otro interno que nos es desconocido. Como hemos venido enfatizando, el síntoma –la fobia‒, nunca es ajeno a la historia del niño, a sus vínculos fundamentales, a sus fantasías y deseos inconscientes.

Cuando los temores se vuelven imposibles de manejar en el contexto familiar y éstos comienzan paulatinamente a cobrar un mayor terreno en la vida del niño, un tratamiento psicoterapéutico constituye el tratamiento de primera línea. Cabe mencionar que, en ciertas ocasiones, cuando la fobia denota ansiedades más persecutorias, incapacitando al niño de tal forma que su integridad y bienestar se ven comprometidas, puede ser necesaria una valoración psiquiátrica.

El tratamiento oportuno de un trastorno fóbico puede evitar el riesgo de experimentar otros trastornos de ansiedad y, en general, diferentes alteraciones psicopatológicas en la etapa adulta. La psicoterapia infantil de corte psicoanalítico permite que, más allá de las manifestaciones observables, el niño acceda a la comprensión y el proceso de elaboración del conflicto psíquico que proporciona dinamismo a la fobia, a la luz de su propia subjetividad y complejidad.

Referencias

American Psychiatric Association (2018). DSM-V: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Buenos Aires: Editorial Médica Panamericana.

Dio Bleichmar, E. (1981). Temores y fobias: condiciones de génesis en la infancia. Buenos Aires: Acta.

Chorot, P.; Sandín, B., y Valiente, R. (2011). Miedos y fobias en la infancia y adolescencia. Madrid: UNED.

Freud, S. (2013a). Análisis de la fobia de un niño de cinco años. En Obras completas, 10: Análisis de la fobia de un niño de cinco años (caso del pequeño Hans) y A propósito de un caso de neurosis obsesiva (caso del «hombre de las ratas») (1909) (pp. 1-118). Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1909.)

Freud, S. (2013b). Inhibición, síntoma y angustia. En Obras completas, 20: Presentación autobiográfica; Inhibición, síntoma y angustia; ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, y otras obras (1925-1926) (pp. 71-164). Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1926.)

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