¿Cómo me resultó pasar de atender pacientes de manera presencial a en línea?

Por Catherine Goetschy

Desde el inicio de la pandemia, atiendo casi a todos mis pacientes en línea. Es una experiencia con la que ya estaba familiarizada: un paciente se mudó a otra ciudad, para entonces, él contaba con varios años de acudir a terapia (tres sesiones semanales). En aquel momento, decidimos probar si podíamos seguir en línea el análisis hasta su terminación, debido al largo tramo que teníamos recorrido. Era un paciente que veía frente a frente y elegimos la modalidad de videollamadas para mantener el encuadre original. La terapia progresó de manera satisfactoria, a pesar de una amenaza de interrumpirse tras una situación que involucraba conflictos en torno a la cercanía y la consiguiente repercusión en la relación transferencial. El trabajo a distancia no estuvo en el origen de la dificultad, pero sí me llevó a cuestionar si un análisis podía de verdad funcionar de esa forma. Con el confinamiento, la modalidad excepcional se volvió norma provisional hasta que la crisis sanitaria termine.

Por supuesto, me parece que es mejor poder trabajar de esa manera que suspender el tratamiento; brinda un sentido de continuidad importante tanto para los pacientes, como para nosotros, en un momento que genera incertidumbre y una sensación de pérdida difusa. El confinamiento también saca a luz los conflictos centrales que se tenían antes, incluso, algunos de ellos pueden adquirir más fuerza. Pienso, por ejemplo, en un paciente que buscó terapia porque perdió casi toda su familia nuclear de manera inesperada en pocos meses, llegó con sentimientos de culpa, y con la impresión de que su propia muerte era inminente, dado que no era posible “escapar de su destino”; en él había una verdadera identificación con los objetos de amor muertos. La fantasía de morir y el temor de contagiar al resto de su familia ‑y ser el responsable de su muerte‑ han tomado proporciones desmedidas con la pandemia.

En mi experiencia, el teletrabajo sí funciona, pero quiero señalar algunas de sus limitaciones. Una es la cuestión del espacio reservado, privado e íntimo, esto es el significado de nuestros consultorios para los pacientes; es el lugar físico donde vienen a contar sus problemas, evacuar sus dificultades, dejar sus reclamos, en el caso de los niños, a plasmar su realidad interna a través del juego, en el intento de entender lo que les pasa. Es un sitio que ocupan los pacientes durante el tiempo de su sesión y que invisten psíquicamente con todas las posibles modulaciones afectivas: es a donde les urgía llegar después de un fin de semana, o al que no querían llegar el día de hoy, etcétera. Es una zona asociada con la confianza; sienten que pueden hablar sin que nadie, excepto el terapeuta, los escuche con la certeza de que lo relatado no saldrá de ahí. Ese lugar, con todas sus facetas, se pierde con el trabajo a distancia. Muchas veces, los pacientes se comunican con nosotros desde sus casas, en las que conviven con otras personas, por lo tanto, temen que los oigan quienes están en el cuarto contiguo; otros se sienten incómodos por quejarse de la madre, puesto que viven en casa de ella. Dicho de otra manera, poder hablar con la libertad que se tiene en el consultorio se vuelve más difícil para ellos.

Otro tema es el de la escucha analítica, que no sólo pasa por la palabra, sino por el lenguaje paraverbal y corporal: desde que un paciente entra al consultorio, sus gestos, olor y actitud nos conducen a sentir y detectar cosas que él aún ni ha dicho, inclusive de las que no se percata. Lo mismo sucede durante la sesión; nos transmite estados mentales o emocionales que no son mediados por la palabra. Es lo que J. Kristeva denomina poder escuchar “a fondo con la totalidad de su carne”, tan indispensable en un análisis. Resulta casi imposible poder percibir todo eso al trabajar a distancia. Además, los matices en el tono de voz no son siempre tan nítidos a través de un dispositivo (teléfono o tableta). Por lo tanto, perdemos importantes canales de comunicación que guían la contratransferencia.

No suelo atender a niños, pero me imagino que jugar detrás de un dispositivo es complicado. Me lleva a pensar que trabajar en línea de manera analítica tal vez no sea posible con todos los pacientes; en mi opinión, dificulta mucho la capacidad de captar la esencia de una persona en su totalidad durante las entrevistas diagnósticas.

Para terminar, me di cuenta de que era más cansado trabajar de esa forma, especialmente durante los dos primeros meses. Muchos colegas comentan lo mismo, aunque, como siempre, múltiples factores participan en esa situación. Por un lado, terapeutas y pacientes estamos en un mismo barco frente a la pandemia, lo que puede afectar la escucha. Por el otro, con el confinamiento tenemos que absorber y elaborar una cantidad de libido mayor de nuestros analizandos, quienes no tienen otro lugar donde volcarse, sino en la sesión, dado que, por ahora, están fuera del campo social. En otras palabras, nuestra tarea de contención es mayor y más apremiante que de costumbre.

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