Área Winnicott. El silencio como presencia y el silencio ausencia

Metapsicología y Clínica del silencio que hace resonar la soledad radical y lo traumático

APdeBA

Por Andrea Amezcua Espinosa

 

“El silencio como presencia y el silencio ausencia” fue el artículo presentado por el psicoanalista chileno Gonzalo López Musa en APdeBa dentro del Área Winnicott.

 

El objetivo de dicho trabajo implicó la discriminación entre un silencio de vida frente al silencio de la ausencia radical. El silencio promueve el crecimiento en tanto ausencia, o también puede traumatizar en tanto que implica la retirada amorosa del ambiente. La pregunta del ponente fue: ¿Cómo saber, desde el silencio, que lo que se vive es real y no una alucinación? Esto se planteó en el plano de la temprana infancia. 

En el texto de 1924, “Neurosis y psicosis”, de Freud, se menciona que la representación está relacionada con la realidad; es una entidad original que necesita que pueda desprenderse de lo externo. Ella debe ser libre de toda constricción perceptiva. Las cantidades de energía y las intensidades de los estímulos se representan en montos de lo interno y lo externo, no siendo enteramente ni uno ni otro. La representación solo puede ocurrir en el rango intermedio. No puede darse en lo hiperintenso; ello sería lo traumático: lo blanco, lo no vivo, la pulsión de muerte. La representación se tiene que separar de los rasgos de la percepción. Para que haya una alucinación originaria y una satisfacción alucinatoria del deseo, la madre tiene que realmente estar presente aunque el bebé no lo sepa.

Winnicott desarrolla el concepto de soledad radical (aloneness), en el que se comienza a gestar la mente. Para él, la indiferencia de la desinvestidura lleva al narcisismo secundario, que implica la vuelta sobre el yo. El silencio tiene que ver con lo no investido, lo que no se escucha del otro, la no existencia como consecuencia del no arribo de la madre. Esto también recuerda al término de la “madre muerta” de André Green. El silencio aquí aparece como lo destructivo de la violencia, en oposición con lo creador del mismo. En ese sentido, lo ominoso es traído a la realidad por el doble registro del silencio: el silencio de la indiferencia contra el silencio del sostén.

La ausencia, el vacío violento, impide la alucinación necesaria, que es un proceso de representación y sobrevivencia del bebé, quien necesita de la presencia real. Para que el bebé sienta que creó a la madre, ella tiene que estar. La madre es real para el observador, no así para el bebé. En palabras de Winnicott (1947/2007): “Si en ese momento la madre coloca el pecho allí donde el bebé está listo para esperar algo, … el bebé ‘crea’ precisamente lo que se puede encontrar allí” (145). La presencia de los cuidadores garantiza la sobrevivencia, el signo de realidad, el alivio de la tensión producida por el hambre a través del sostén. Ambas madres existen en contigüidad y continuidad. En tanto a lo traumático, existe un trozo de percepción que no se desprende y, por tanto, no permite la representación. Esa experiencia está aparte, ajena, afuera en el aparato mental: en la no represión, la no palabra, la no interpretación. Estas consideraciones son vitales en las clínicas del vacío, basadas en la regresión a la dependencia y el temor al vacío.

El sujeto investido surge muy posterior para Winnicott, el silencio del ambiente que permite la continuidad de estar existiendo. Una madre que se multiplica por cero para permitir el descanso del bebé, la descarga de la tensión. Si el silencio no se acompaña de la creación, se convierte en la ausencia radical: la falla del ambiente como la intrusión no ruidosa.

 

Referencias:

Winnicott, D. W. (2007). Nuevas reflexiones sobre los bebes como personas. El niño y el mundo externo (pp.140-146). Ediciones Hormé. (Obra original publicada en 1947).

Compartir: