Winnicott en la actualidad: ¿Cuál es su utilidad?

Por Andrea Méndez

 

La madre abajo llorando, llorando, llorando. Así la conocí. Una vez, extendido sobre sus rodillas, como ahora sobre el árbol muerto, aprendí a hacerla sonreír, a detener sus lágrimas, a deshacer la culpa, a curar su muerte interior. Darle vida era mi vida. […]. Winnicott

Donald Winnicott fue un pediatra británico que posteriormente se formó como psicoanalista. A diferencia de una de sus grandes maestras, Melanie Klein, él quitó el peso de la balanza a lo interno y lo puso del lado de la realidad externa. Es decir, ya no se centra en cómo experimenta el bebé a partir de sus fantasías inconscientes del vínculo con mamá y después con los demás, sino que, dependiendo de cómo se haya dado en lo concreto la relación entre la mamá de carne y hueso y el infante, se abrirá el camino hacia un desarrollo sano o uno patológico. Retoma los cuidados maternos reales, desde cómo lo cargó, si logró vincularse con lo que el bebé necesitaba, si fue capaz de establecerle horarios y límites, etcétera.

En este artículo quisiera mencionar algunos de los principales conceptos que propone Winnicott y exponer su utilidad en la práctica clínica actual.

El autor plantea que una de las principales funciones de la madre es la de presentarle la realidad al bebé a pedazos, poco a poco, entendiendo la poca capacidad que éste tiene para tolerar el no saber qué le pasa, mientras ella se lo desmenuza. En otras palabras, una mamá conectada con las necesidades de su bebé, y en términos de Winnicott, una “madre suficientemente buena”, la cual no va a exponer al recién nacido a un ambiente caótico, sino que va a tratar de amortiguarlo y mostrárselo de forma en que lo pueda ir procesando paulatinamente.

No existe la madre perfecta, por eso Winnicott la denomina “suficientemente buena”, es decir, que tenga la disposición y la devoción para tratar de entender lo que le pasa a su bebé, aunque ni ella misma lo sepa, pues ninguna mujer nace con un chip que le diga cómo ser madre, sino que para serlo necesita encontrar alguna referencia, un modelo maternal, que puede ser la propia madre o su cuidador primario.

Sin embargo, esto no siempre se da; hay mujeres que, al tener un hijo, no logran contactar con él, por ejemplo, quienes sufren una depresión postparto o que les cuesta trabajo poner pausa a su vida profesional para antender a alguien que perciben demasiado demandante. Todas las mujeres atraviesan por distintas y complejas emociones desde el embarazo hasta la crianza, pero lo importante es saber qué ganó en la balanza: se cubrió la necesidad del bebé o no. Sabemos que las madres no siempre aciertan al primer intento en lo que necesita el recién nacido, pero esforzarse por tratar de entenderlo resulta una acción bastante valiosa.

Dicha primera función que tiene la madre es similar a lo que después tendremos que hacer en el consultorio, en la terapia psicoanalítica: cuando un paciente llega por primera vez a compartirnos lo que le aqueja, a uno se le vienen a la mente teorías o hipótesis y queremos decírselas, pero debemos tener cuidado de no apresurarnos y soltarle a bocajarro lo que creemos que le pasa, pues tal vez aún no está preparado para escucharlo y lo primero que tenemos que hacer es crear la atmósfera adecuada para que nos escuche.

Un ambiente tanto físico como emocional, para que pueda confiar en nosotros y ponga su cabeza en nuestras manos. Así como mamá protege al bebé del ruido excesivo, de la luz directa, del frío, el consultorio está diseñado para que sea cómodo, no exponemos al paciente al ruido extremo, pero tampoco al silencio sepulcral, el diván no es de piedra, sino es cómodo y el analista está ahí, vivo, tratando de entender lo que le manifiesta el paciente ‑y tolerando cuando no lo logra al cien por ciento‑, sin anteponer sus propios deseos ni preocupaciones, pero el hecho de estar ahí para ellos, constantemente, sin falta y con toda la disposición para tratar de comprender por lo que atraviesa, le transmite al paciente un clima de confianza.

El paciente nos va a contar lo que le sucede por medio de la palabra en caso de ser adulto o adolescente, o mediante juegos y dibujos si es niño. Para Winnicott, el proceso psicoanalítico es una especie de juego elaborado que ha creado el ser humano, donde se ponen en contacto dos mundos creativos: el del paciente, que asocia libremente, y el del analista, que genera interpretaciones para explicarle lo que piensa que le ocurre al paciente.

Winnicott le dio gran importancia a la creatividad; para él, es un indicador de salud, además, explica que se genera en una zona entre la realidad interna y la externa, un sitio al que llama “espacio transicional” o “zona intermedia”. Ahí se desarrollan el juego, el lenguaje, el arte, la religión, los sueños. Considera que la creatividad no implica tener una capacidad estética sublime o ser un genio, sino que conlleva la posibilidad de generar algo original y propio, ya sea una receta de cocina con un toque personal, disfrutar de un baile, preparar una clase con ejemplos propios, generar una interpretación original ‑en lugar de copiar la que se escuchó en supervisión‑, crear un sueño, etcétera.

Por lo tanto, el proceso psicoanalítico pone en marcha la capacidad creativa tanto del paciente, como del analista; permite que emerjan los aspectos más francos y genuinos de la persona. En algunos sujetos, esta espontaneidad quedó mermada en un punto muy temprano del desarrollo; quizá sufrió demasiadas carencias por parte de la madre al ser aún bebé, la cual no podía estar emocionalmente para él, por ejemplo, porque se estaba separando de su pareja, o a causa de haber perdido el trabajo o a un familiar muy querido, o bien, debido a que se deprimió profundamente o padeció una enfermedad que la mantuvo hospitalizada y separada de su hijo, etcétera.

En estos casos, el bebé tuvo que armarse de una coraza que lo protegiera, y ésta se volvió tan gruesa, que la esencia del bebé quedó aplastada. A lo anterior Winnicott lo nombra la patología del falso self.

A diferencia de otros autores, los trastornos que él plantea no son escandalosos, como la psicosis o la perversión, sino que son silenciosos, pasan desapercibidos y, en general, son pacientes que se presentan con frecuencia en el consultorio en esta época. De manera que, vemos a una persona aparentemente exitosa, con familia, sin un conflicto emocional que le aqueje, pero, al conocerlo más a fondo, nos transmite una sensación de vacío, de futilidad y de falsedad. Como si todo lo que tiene lo hubiera conseguido a través de conductas aprendidas que le funcionaron, pero que no estuvieron acompañadas por las cascadas de emociones que atravesamos normalmente en la vida.

El análisis entonces cumple una función de “segunda oportunidad”, de “nuevo comienzo”, donde el paciente, con ayuda del terapeuta, puede contactar con los aspectos de vida que han tenido que quedar congelados para poder seguir avanzando. Junto con esto, los aportes de Winnicott nos hacen conscientes de los aspectos maternales que necesitamos para esta profesión y nos ayudan a recordar que, generalmente, detrás de patologías tan graves, seguramente existen historias tempranas complicadas.

Referencias

Bouhsira, J. (2004). Winnicott insólito. Buenos Aires: Nueva vision.

Caldwell, L. (2011). Reading Winnicott. Londres: Routledge.

Liberman, A. (2008) Winnicott hoy. Madrid: Prismática.

Winnicott, D. (1951). La creatividad y sus orígenes. En Realidad y juego. México: Gedisa.

__________ (1956). Preocupación maternal primaria. En Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona: Paidós.

___________ (1967). Papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño. En Realidad y juego. México: Gedisa.

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