Sobre la experiencia de la psicoterapia psicoanalítica y del psicoanálisis

Por Ana María Wiener

 

La psicoterapia psicoanalítica y el psicoanálisis son ocupaciones cuyo entrenamiento exige constancia, dedicación y vocación. Es continuo y se nutre con el día a día de la experiencia vital humana, así como con el contacto e intercambio frecuente con colegas y el estudio constante de la bibliografía. Pensar y comprender lo que sucede dentro de la mente de otro individuo inexorablemente implica estudiar el vínculo que establece con nosotros en ese espacio de tiempo que dura cada sesión psicoanalítica. Por fortuna, contamos con muchas teorías que explican los fundamentos centrales de las relaciones humanas. Ningún psicoterapeuta o analista piensa estos acontecimientos de la misma manera. Cada uno de nosotros interpreta las teorías de forma distinta. Mi lectura de Freud, Klein, Lacan, Bion, Meltzer, Winnicott, Kernberg, Green, no es la de mis colegas. Bion diría que buscar uniformidad es antipensamiento. La riqueza de la vida emocional justamente se encuentra en la variabilidad de significados y maneras de interpretar las experiencias.

 

Dentro de la sesión analítica nos encontramos en la búsqueda de un lenguaje que articule la experiencia con el paciente lo más cercanamente posible. Sin embargo, ésta se caracteriza por ser móvil y dinámica; cambia tan rápidamente que se nos puede escapar si no estamos concentrados y volcados en la vivencia sensible de la situación terapéutica. Al mismo tiempo, tenemos varios frentes que observar: la mente del paciente puesta en acción, la reacción propia del analista ante ella, la relación que establecen ambos participantes y los puntos de contacto con diversas emociones que son el fundamento del momento. Las emociones son parte esencial de los vínculos internos con el sí mismo y con los otros; son el centro de los procesos y fenómenos psíquicos, la esencia de la vida mental y de lo que nos hace humanos. Representan el núcleo al que buscamos llegar para darle sentido a la vida e identidad del otro. Un buen entrenamiento nos capacita para percibirlas, distinguirlas, darles voz y ayudar a los pacientes a hacerse cargo de ellas.

 

Algunos pacientes buscan ayuda para aliviar su dolor mental. No quieren saber acerca de sí mismos ni conocer aquello que trasciende su conciencia, ya que mirar hacia dentro y confrontar sus verdades es terrible para ellos; solo quieren sufrir menos y estar tranquilos. El reto que enfrentamos ante este tipo de situaciones es aprender a interesarlos por descubrir la riqueza que yace bajo los cimientos de su personalidad, aquellos minerales preciosos que aparecen, por ejemplo, al picar piedra y despejar la rigidez de sus rasgos de carácter. Estas habilidades son resultado de años de sensibilización y comprensión del funcionamiento mental y de la técnica psicoanalítica.

 

Distintos psicoanalistas ofrecen diferentes propuestas para fomentar la autoobservación y la capacidad para profundizar en la verdad de cada persona. Por ejemplo, Bion sugirió que conocernos nos permite devenir nosotros mismos. El mismo proceso de autoconocimiento posibilita el desarrollo de la mente, pero siempre será doloroso. Interrumpir o detener esta reflexión es bloquear el progreso mental propio y estancarse en la dureza de la realidad concreta, egocéntrica y superficial. Muchas personas prefieren negar la realidad psíquica, obviar aquello que, por el dolor que implica, les resulta irrepresentable. Como especialistas en este cambio, la vivencia dolorosa es el pan de cada día de nuestro trabajo. La supervisión, el análisis personal y el estudio dedicado son las herramientas con las que contamos para procesar el dolor mental del paciente y el propio.

 

El trabajo del tratamiento psicoanalítico no queda puesto en la mente del paciente. El psicoterapeuta y el psicoanalista son partícipes en la medida en que la búsqueda de la verdad del paciente lo lleve a entender también la propia. Para Bion, la identificación proyectiva es una forma temprana de aquello que, posteriormente, se llamará “capacidad para pensar”. Es decir, este mecanismo nos hace receptores para incorporar, integrar, organizar y dar sentido a los diversos estados y procesos primitivos que los pacientes no toleran. Solo en el descubrimiento de cómo aquello que recibimos impacta en nuestra verdad podremos aproximarnos y comprender la experiencia emocional del otro. El requisito indispensable se vuelve entonces ser continente de lo que nos depositan, procesarlo y otorgarle significado. Luego, se nos requiere devolverlo de manera clara y comprensible sin que resulte amenazante para el equilibrio mental del paciente, competencia que se aprende por exponerse continuamente a la literatura actualizada de primer nivel y a la práctica supervisada por maestros con mayor experiencia que compartan con calidez sus perspectivas de aproximación, tanto a la complejidad psíquica como a las estrategias técnicas.

 

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