Psicosomática y psicoanálisis. ¿Qué pasa cuando nos enfermamos?

Por Kaori Ríos

Actualmente se piensa que el cuerpo enferma porque existen condiciones biológicas que se potencializan por aspectos emocionales, es decir, que la mente se ve rebasada en su capacidad de tolerar y elaborar vivencias. Es común que nuestro cuerpo responda ante un evento estresante. A algunas personas les da gripa, a otras gastritis, dermatitis o sufren, incluso, padecimientos más graves.

El término de psicosomática subraya el entretejido que existe entre el soma (cuerpo) y el psiquismo; sin embargo, las condiciones y características de esta relación son complejas y no existe una causalidad directa entre ellas.

Enfermar es un fenómeno universal. A lo largo del desarrollo del pensamiento psicoanalítico, se han propuesto diversas aproximaciones para comprender el complejo vínculo que existe entre la mente y la enfermedad orgánica.

Desde el inicio de sus investigaciones, Sigmund Freud se interesó por el funcionamiento psíquico. Encontró que las histéricas tenían síntomas con una significación inconsciente, razón por la cual concedió gran importancia al estudio de la interacción entre la mente y el cuerpo. El estudio de la histeria constituyó un primer acercamiento a este fenómeno.  Desde entonces, Freud identificó que no estaba tratando con cuerpos enfermos. En la histeria, a diferencia de la psicosomática, los órganos no tienen un padecimiento real. Con el avance de las investigaciones psicoanalíticas ha sido posible añadir otra gran diferencia: la afección en la histeria tiene una significación simbólica, no así en la psicosomática.

Alrededor de los años cincuenta, con el estudio de Flanders Dunbar y Franz Alexander (1950), se creía que había enfermedades específicas que estaban siendo generadas debido a algún estado emocional. Es decir, una persona con determinadas características de personalidad, podía desarrollar un cáncer, gastritis, úlcera, asma, etc. Esta teoría hoy se considera reduccionista porque sostiene una relación causa-efecto entre factores específicos, que no toma en cuenta la complejidad de la mente, ni la multiplicidad de elementos biológicos.

En cada enfermedad, hay un daño real al cuerpo que no se puede controlar y que no transita por la conciencia o por deseos conscientes o inconscientes. No se enferma “porque se quiere” o porque “no se le echan suficientes ganas” para estar de un mejor estado anímico. Los procesos psicosomáticos están directamente relacionados con mecanismos mucho más sofisticados que explicaré a continuación.

En los años sesenta la escuela francesa, caracterizada principalmente por Pierre Marty, Joyce McDougall y Michel de M’Uzan, estudia la clínica psicosomática desde la teoría del déficit. Desde esta perspectiva, el origen de los fenómenos psicosomáticos se remontaría a la infancia, en la cual no se constituye un aparato mental capaz de procesar las emociones dolorosas. Las angustias que se viven son primitivas y preverbales. Existe una confusión en el cuerpo como continente de estados emocionales y la necesidad de sentir que hay un límite corporal. Estos miedos primitivos dejan huellas psíquicas dentro de la mente que, si no se resuelven, generarán síntomas una y otra vez (McDougall, 1989).

Son característicos en estos pacientes el pensamiento operatorio y la alexitimia. El primero refiere a la incapacidad de producir fantasías, razón por la cual el contenido de las asociaciones es poco imaginativo y gira en torno a la realidad (Marty y M’Uzan, 1963). La segunda corresponde a la imposibilidad de reconocer y describir los propios sentimientos, debido a la dificultad de discriminar entre estados emocionales y sensaciones corporales (Nemiah, Freyberger, Sifneos, 2011).

Por la escisión o falta de conexión que experimentan entre la palabra y los estados afectivos, es difícil que estos pacientes puedan asociar libremente; describir imaginativamente sus vivencias y emociones, así como construir una narrativa que dote de significación emocional la experiencia vivida:

“Una de las principales tareas de la mente es la de proveer de sentido a las vivencias; es necesario ligarlas, reunirlas, organizarlas como representaciones que se edifican desde el interior del psiquismo. La metáfora es el método por excelencia con el que opera la mente: la metaforización de la vida es justamente cómo ésta cobra significación; tal función es la que presenta una falla en el caso del paciente alexitímico”. (Ortiz, 2013)

Este fenómeno ocurre debido a que los estados afectivos no están reprimidos. En realidad, están expulsados de la mente, de aquí resulta la dificultad de tener una representación o nombrar las emociones.

A lo largo del tiempo se ha demostrado que este tipo de pacientes tienen una buena respuesta al tratamiento psicoanalítico. El trabajo consiste en que, a través de la relación transferencial con el analista, se pueda crear un puente o una conexión antes inexistente. Esto requiere que el analista sea capaz de contener estados emocionales insoportables y que éstos se nombren, exploren y, además, que se construya un significado en torno a ellos. La intención es que, con el tiempo, el paciente pueda hacerlo por sí mismo. Una vez logrado este proceso, la expresión de enfermedades, a través del cuerpo, se verá disminuida.

¿Cómo surge la capacidad para pensar?

Tenemos que diferenciar entre una forma de pensar, de carácter intelectual, y pensar desde el punto de vista de las emociones y su significado. En este proceso lo cognitivo no va de la mano con lo intelectual necesariamente. Podemos conocer a una persona que sea sumamente inteligente y ampliamente reconocida en su ramo, sin embargo, estas características no significan que dicha persona esté en contacto con su mundo interno y sus emociones.

Wilfred Bion sostiene que el aparato para pensar se construye, es decir, que no está dado desde el nacimiento. Pero para lograrlo la función materna es imprescindible, pues es la madre quien se encargará de contener las experiencias emocionales intolerables y desconocidas para el bebé, con el objetivo de transformar lo insoportable en soportable. Si esta función se adquiere a lo largo del desarrollo, en algún momento el bebé se identificará con ella y podrá tolerar lo que antes le generaba angustia.

Por ejemplo, el bebé siente algo en el estómago, pero no sabe identificar aún que tiene hambre; simplemente experimenta una sensación desagradable. Por lo tanto, llora. La madre pone en palabras lo que le sucede al bebé y le explica que tiene hambre, dándole a su vez el pecho que lo alimenta y lo calma. En este proceso el uso de la palabra contribuye a generar representaciones dentro de la mente. Si este proceso continúa, llegará un punto en el que, cuando el bebé tenga la misma sensación, sabrá que tiene hambre e incluso pueda tolerar y esperar a que venga mamá.

Cuando una madre no responde y el bebé llora sin saber qué sucede y sin que haya alguien que contenga aquello insoportable, se generará un terror sin nombre. No existe entonces palabra que explique lo que no se tolera y mucho menos una mente que pueda contenerlo. Este proceso puede tener como resultado una psicosomatosis.

En las líneas anteriores nos hemos remitido al desarrollo temprano (la relación madre-bebé) y su importancia en el desarrollo emocional. Melanie Klein señala además la importancia de la fantasía inconsciente y su influencia en los síntomas. De ahí que el tratamiento deba estar también enfocado en entender cuál es el significado inconsciente de un síntoma psicosomático.

Todos los aspectos relacionados con la psicosomática actual son parte del programa de Doctorado en Clínica Psicoanalítica que se imparte en Centro Eleia, el cual brinda las mejores herramientas para la compresión, el diagnóstico y el tratamiento de éstos y muchos otros temas de gran relevancia psicoanalítica.

Bibliografía 

Goetschy, C. (2013). Conferencia inaugural: Jornadas. Psicosomática actual: teorías y enfoques clínicos. Ciudad de México: Centro Eleia.

Grinberg, L. et al. (1976). Nueva introducción a las ideas de Bion. Buenos Aires: Julián Yébenes.

Leiberman de Bleichmar, C. y Bleichmar, N. (2011). Perspectivas del psicoanálisis. Madrid: Paidós.

McDougall, J. (1989). Teatros del cuerpo. Buenos Aires. Julián Yébenes.

Ortiz, E. (2013). Jornadas Clínicas. Psicosomática actual: teorías y enfoques clínicos. Ciudad de México: Centro Eleia.

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