Los celos entre hermanos: ¿qué hacer ante esto?

Por Martha Zorrilla

 

No cabe duda de que uno de los acontecimientos más relevantes en la vida de los niños es el nacimiento de un nuevo hermanito. Aunque uno no esté entrenado en la observación infantil, es fácil darse cuenta de que ocurren movimientos en su psiquismo: los niños están más irritables, solitarios o enojados. Además, posiblemente tienen regresiones (actúan como en etapas del desarrollo anteriores), o lloran con facilidad, tienen pesadillas o una larga lista de síntomas que nos alertan sobre los conflictos internos que suceden en la mente del pequeño. Así pues, sabemos que, en gran medida, el hermano mayor está celoso, y que, de la misma manera, el hermano menor está y estará celoso del grande.

 

El psicoanálisis nos ilustra, desde diversas perspectivas, las razones por las cuales la existencia y el vínculo con los hermanos son tan relevantes en la vida del ser humano. En la clínica, detectamos la ambivalencia (mezcla de amor y odio), característica de las relaciones íntimas de los pacientes con sus amigos, parejas, familiares, etc., y que también se presenta con sus hermanos.

 

En el caso de los hermanos, dicha ambivalencia surge de una mezcla compleja de afectos que incluye una parte amorosa y generosa, en la que se reconoce un deseo de amistad y compañerismo entre ellos. Es cierto que son ellos los primeros cómplices de juego, con quienes se comparten chistes y aventuras altamente gozosas durante la infancia. Cuando crecen, los hermanos son quienes comparten la historia de vida y pueden convertirse en mejores amigos.

 

Al mismo tiempo, la presencia de los hermanos imposibilita la exclusividad del amor, la atención y el cuidado de los padres. Esto resulta extremadamente doloroso y es origen de enojo y frustración para el niño, que muchas veces lo expresa de forma bastante directa contra el hermano, la madre o consigo mismo. Así, por ejemplo, hay niños que dicen “querer que el hermanito regrese al hospital”, otros dejan de hablarle a la mamá y otros se observan tristes y solitarios en el recreo.

 

Ante estas reacciones de enojo y rechazo a la nueva realidad compartida con un hermano, conviene dedicarle al niño que se siente celoso momentos exclusivos de atención y cuidado, que contradigan sus temores de ya no ser atendido. Contrario a los regaños, al niño celoso le calma la ternura de los padres, quienes le confirman su amor a pesar de la llegada del bebé.

 

Se piensa popularmente que al hermano grande hay que “enseñarlo” a querer al bebé, acercarlo para que la relación se estreche, a que lo acaricie, lo cargue, lo alimente y haga actividades similares. Esto puede ser adecuado en caso de que el hermano mayor lo disfrute, pero si los celos impiden que sea algo placentero, es mejor no obligarlo. En vez de eso, sería mejor esperar a que las emociones tomen un curso diferente y surja el interés de modo espontáneo.

 

Se recomienda que cada hermano tenga espacios no compartidos con el otro, donde pueda disponer de todos los recursos físicos y afectivos para sí mismo. Pueden ser actividades, clases, espacios dentro de casa o incluso pertenencias. Es saludable que, dentro de la familia, se pueda hablar de lo que se siente en la relación entre hermanos, sin juicio de valor. Por ejemplo, que un hijo pueda expresar cómo, a ratos quisiera jugar todo el día con mamá o cómo se siente celoso cuando papá hace la tarea con el otro hermano.

 

Si, a pesar de lo anterior, se observa que los celos son demasiado intensos, que un niño muestra síntomas de agresión intensos (hacia el bebé, la madre o sus compañeros de escuela), que tenga regresiones que duren más de 3 meses o cualquier otro síntoma que preocupe a la familia, vale la pena consultar con un terapeuta infantil para atenderlo a tiempo y evitar que su desarrollo se vea afectado.

 

Margaret Rustin (2007) plantea que la experiencia clínica con niños revela repetidamente el significado vital que tienen los hermanos reales, perdidos o imaginarios. Los psicoanalistas sabemos que la vida emocional no está determinada únicamente por la realidad externa, sino también por lo que sucede dentro de la mente. Por ello, podemos pensar que un hijo único, por ejemplo, también puede vivir con la suposición de que, en cualquier momento, mamá y papá tendrán un bebé (o tienen un bebé en camino), y que, por lo tanto, su lugar está amenazado. Algo similar sucede con la posibilidad imaginaria de tener más hermanitos, aunque ya se tenga alguno en la realidad.

 

Por último, es necesario hacer una reflexión acerca del profundo lugar que ocupa en el psiquismo (con la ambivalencia característica) un hermano que se ha perdido. Tal vez amado e idealizado, pero al mismo tiempo generador de emociones como el abandono y el daño. También a esos hermanos se les compite y cela.

 

Referencias:

 

Rustin, M. (2007). Taking account of siblings – View from child psychotherapy. Journal of Child Psychotherapy. (33) (1): 21-35.

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