Las emociones y la fantasía: su importancia en el desarrollo

Por Patricia Bolaños

Observar con detenimiento el juego de un niño es una oportunidad muy valiosa para percatarnos de cómo es una actividad llena de sentido, ya que, en el juego, el niño despliega una serie de emociones y fantasías que dan cuenta de lo que ocurre en su mente.

Desde el nacimiento, la mente experimenta una gran cantidad de emociones que en un primer momento requieren que sea otro ‑por ejemplo, mamá‑ quien lo auxilie a hacerse cargo de estas, ya sea ayudándole a ponerles nombre, o bien, funcionando como un objeto que las aguante. Después, el niño, con más recursos simbólicos, puede hacer esta función a través del juego y lograr construir fantasías que le permitan expresar, explorar y regular sus emociones.

En los primeros momentos del desarrollo, las emociones relacionadas con la separación son las que, de manera más intensa, tienen que encontrar una vía de elaboración: el bebé tiene que resolver las grandes preguntas “¿qué pasa cuando mamá se aleja”; “¿desaparece?”, “¿volverá?”, “¿dónde está?”. Es en este momento cuando, a través de la fantasía, se busca elaborar los conflictos de la separación. Por lo que el bebé comienza a esconderse, juega a ocultarse bajo su cobija, aparece el conocido juego Peek a boo, además, observamos que los niños pequeños gustan de aventar objetos y miran divertidos cómo desaparecen, para después reaparecer. Con esto, lo que entendemos es que están consolidando la constancia de objeto, es decir, la existencia del objeto en el interior, aunque no esté a la vista.

Más adelante, el niño tiene que resolver el conflicto “quién soy yo” y “quién el otro”, así como lo que pertenece a su interior y lo que es el exterior. Los niños juegan a meter y sacar cosas, les encantan las cajas en las que introducen diversos objetos, también se muestran interesados por los orificios del cuerpo ‑oídos, nariz, ojos‑ tanto propios, como los de los demás.

Conforme avanza el desarrollo, se va ampliando el mundo afectivo y los niños sienten nuevas emociones, por ejemplo, celos, rivalidad, temores asociados con su cuerpo, entre otras. Los niños más saludables encuentran en la fantasía del juego ‑cuentos o películas‑ una forma de entender las emociones que viven frecuentemente. Por ejemplo, el niño imagina que es premiado como el mejor futbolista del mundo y, de esta forma, calma la frustración de que en la escuela no fue elegido como jugador del equipo.

La fantasía permite detener la conducta directa y la descarga inmediata, lo cual denota un desarrollo saludable. El juego tiene como característica mantener el como si, es decir, el niño es capaz de distinguir realidad de fantasía, de mantenerse en el ámbito de lo simbólico.

Cuando el niño ingresa a la primaria, los juegos imaginativos, llenos de personajes en historias repletas de emociones, tienden a disminuir; en su lugar, observamos que aparecen con mayor frecuencia las fantasías diurnas, aquellas que ocurren mientras se está despierto. Estas cumplen la misma función que el juego: pensar las emociones.

En la adolescencia, hay una especie de revolución emocional: experiencias novedosas, amistades que se vuelven el centro de la vida, cambios en todos los aspectos y la fantasía se convierte en una forma de lidiar con todo esto. Las fantasías encuentran su vía de expresión en el cuerpo, en la música, la literatura y en diversas manifestaciones, de las cuales se apasiona por ser un correlato de su vida emocional. El joven que se permite explorar este mundo interno logra desarrollarse y atravesar de buena forma esta etapa de cambios.

Las emociones son parte de la vida; cada experiencia despierta algo en nosotros. Desde que nacemos, si todo marcha bien en el desarrollo, iniciamos un trabajo de digestión de emociones a través de diversos recursos. En la vida adulta, esta actividad encuentra su expresión más desarrollada en la capacidad de soñar, pues el sueño es la manera más sofisticada de pensar nuestras emociones y conocernos a nosotros mismos.

¿Qué pasa cuando no existe en la mente esta capacidad de acudir al juego, a la fantasía, a la creatividad y a los sueños para darle sentido a nuestras emociones? Lo que encontramos es lo concreto, la expresión directa sin filtro de lo que ocurre emocionalmente en el interior. Algunos ejemplos de este funcionamiento son la impulsividad, lo psicosomático o las diversas formas de anular las emociones, como lo que ocurre a través de la adicción a alguna sustancia.

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