La violencia como eje del discurso perverso

Por Alba Leticia Pérez Ruiz

 

Cuando escuchamos la palabra “perverso” o “violento”, inevitablemente lo relacionamos con algo muy hostil, destructivo o malintencionado y puede manifestarse de diferentes formas. Una de ellas la encontramos en el discurso perverso, el cual es sostenido por el pilar de la violencia.

 

Sabemos que la violencia involucra un nivel de agresividad muy intenso, con tintes sádicos, destructivos y crueles. El sujeto perverso utiliza la violencia, en sus diferentes manifestaciones y niveles, como un cristal a través del cual percibe el mundo. La violencia en el discurso puede destruir a alguien sin tocarlo; es una violencia psíquica que, al atacar la capacidad para pensar, puede crear caos y confusión.

 

En la vida cotidiana, es frecuente el despliegue del discurso perverso, pero muchas veces ni siquiera se percibe como tal. Todos podríamos, en algún momento, incurrir en este tipo de acciones; incluso las personas que no tienen esa forma de funcionamiento mental pueden tener rasgos perversos y utilizar este tipo de discurso.

 

El discurso perverso tiene la intención de desestabilizar, y toma las oportunidades que se le presentan para atacar y destruir el pensamiento y la creatividad. Encontramos el discurso perverso, de alguna manera u otra, inoculando en forma transgresiva los diferentes ámbitos de nuestra sociedad: la familia, las relaciones de pareja, la escuela, el trabajo, la política, las redes sociales, las instituciones, la ciencia, las artes, los grupos, la calle, la terapia, e incluso en las relaciones de amistad.

 

Lo que llama mucho la atención aquí es que la violencia del discurso perverso no necesariamente se percibe como tal. Puede surgir como expresiones veladas, como es el caso de pequeñas bromas o comentarios sarcásticos sobre otras personas. Desafortunadamente, puede escalar hasta llegar a dañar la autoestima de una persona, desarmarla emocionalmente e, incluso, hacerla sentir culpable de algo que no ha hecho; en suma, hacer que pase por esta experiencia sin darse cuenta de que ha sido víctima de esa violencia.

 

El discurso perverso involucra una serie de estrategias para lograr sus objetivos. Por ejemplo, en un ámbito donde lo que está en juego es el conocimiento, se pueden emitir frases incomprensibles para otro individuo, como utilizar tecnicismos con la finalidad de hacer sentir al otro como ignorante y humillarlo, guardar silencio ante los cuestionamientos para generar incertidumbre, o realizar expresiones corporales que demuestran menosprecio por las preguntas del otro.

 

Hay una característica en este tipo de discurso que no podemos dejar que pase desapercibida: un perverso puede manejar información verdadera y utilizarla para mentir.

 

En el discurso perverso, la palabra se utiliza para provocar, intrigar, lanzar indirectas, manipular, someter, herir, generar confusión y desvalorizar. El perverso tergiversa el sentido de las palabras y logra desorientar mediante la trampa paradójica. Utiliza información y mensajes contradictorios para paralizar la capacidad de pensar de su interlocutor. El discurso tiene un carácter destructor: ahí radica su alto grado de violencia.

 

Bajo una máscara seductora de aparente interés por el otro, el portador del discurso perverso obtendrá información de la persona y luego la utilizará para destruirla. Por ejemplo, si hay un individuo depresivo que no es muy sociable y es nuevo en un trabajo, un compañero que no tolere que haya un nuevo integrante, mediante el discurso perverso, buscará lograr su objetivo de sacarlo de su nivel de competencia. Al darse cuenta de su estado emocional, puede fingir que se interesa por su depresión; el sujeto le confiará que teme mucho no ser querido y entonces el perverso usará sus habilidades para detectar sus puntos débiles y, posteriormente, manipular su mente, diciéndole que se ha enterado de que él no le agrada a ninguno de los otros compañeros, incluyendo al jefe. A partir del empleo del discurso perverso, irá manipulando y creando intrigas con una actitud de aparente amistad, manteniendo la postura de ser el único que se interesa por él, y puede llegar a lograr, mediante el uso de mentiras disfrazadas de verdad e información verdadera que tiene del sujeto, que este se desestabilice emocionalmente, haciéndolo sentir que los otros no valoran su trabajo, que no les agrada y que lo mejor es que renuncie, además de que él tiene la culpa de lo que pasa.

 

El portador del discurso perverso no tolera la falta, trata de colocar su carencia en el otro y el nivel de envidia que puede manifestar es muy alto. Al someter a su víctima, trata de que esta no logre valerse por sí misma, ni pensar, ni ser creativa. Mediante el empleo de este discurso, el sujeto busca colocar en otro su propio caos interno, intentando protegerse de caer en la psicosis.

 

Referencias

Bouchoux, J. C. (2018). Los perversos narcisistas. Arpa.

 

Hirigoyen, M. F. (1999).  El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana.  Paidós.

 

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