La interpretación y su evolución como instrumento psicoterapéutico

Por Karina Velasco Cota

 

En el lenguaje común, la acción de interpretar tiene que ver con explicar o expresar el sentido de algo, como, por ejemplo, cuando traducimos de un idioma a otro. Pero también tiene que ver con la manera personal en la que concebimos la realidad. La raíz etimológica de la palabra nos remite al ejercicio de representar un hecho, a partir de la posibilidad de entenderlo y conocerlo. Así, interpretar algo consiste en poder describir una experiencia o un suceso de la realidad, con base en la percepción y comprensión particular que tenemos de este.

 

En la teoría y la práctica psicoanalítica, la interpretación es la herramienta fundamental a través de la cual opera el método, y si bien, no es el único recurso con el que cuenta el analista como parte de su técnica, es por excelencia el instrumento mediante el cual se logran modificaciones en la estructura de la personalidad. Pero, ¿en qué consiste? Interpretar es, para el analista, una forma de intervenir sobre el material que aporta el paciente ―ya sea un sueño, un lapsus o cualquier parte del discurso que emerge gracias a la asociación libre―, con la finalidad de proponer un sentido nuevo, más allá de lo aparente, es decir, del sentido manifiesto (Chemama, 1995/2004, p. 229).

 

La interpretación de los sueños, obra publicada por Sigmund Freud en 1900, vaticinaba la llegada del pensamiento moderno y la afirmación de la teoría psicoanalítica. Esta obra, considerada por su propio autor como una revelación, causó gran impacto en la corriente científica y filosófica de la época. En sus páginas, Freud sostiene que el análisis de los sueños es capaz de develar los deseos y conflictos que escapan a la consciencia, es decir, aquellos de los cuales no tenemos conocimiento y, para explicarlo, distingue entre el contenido manifiesto ―lo evidente― y los pensamientos latentes o inconscientes del sueño, que se expresan a través del lenguaje onírico, ese que nos parece tan extraño, casi como un sinsentido.

 

Entonces, los sueños representan la realización disfrazada de los deseos reprimidos, los cuales se nos presentan desfigurados gracias a la censura, ya que no pueden expresarse libremente por ser generadores de angustia y culpa. A simple vista, lo que nos parece un conjunto de imágenes irracionales es, en realidad, un cúmulo de pensamientos coherentes, pero del orden de lo inconsciente.

                                          

De acuerdo con Freud, la labor interpretativa de un sueño se parece a una traducción; el contenido manifiesto del sueño es equivalente a un jeroglífico que puede descifrarse a manera de un rebus, para que, después de un ejercicio sistemático, pueda alcanzar su verdadero motor: los deseos inconscientes. La gran aportación de su obra es que los sueños y los síntomas ―como cualquier otra producción del inconsciente―, no solo cuentan con su propia lógica, sino que conservan un sentido relacionado con la vida psíquica, con lo que nos sucede, nuestros padecimientos, nuestras decisiones, la forma en la que nos relacionamos con otros y, en general, la manera en la que percibimos la realidad; además, dicho sentido es susceptible de ser interpretado y comprendido a lo largo de un proceso psicoanalítico.

 

De esta manera, la idea fundamental del método es la toma de consciencia y la búsqueda de la verdad, es decir, la posibilidad de proporcionarle al paciente un mejor conocimiento de sí mismo. Al momento privilegiado en el que una persona en análisis o en psicoterapia psicoanalítica es capaz de ganar comprensión sobre sus recuerdos, deseos y emociones, se le llama insight; este es el blanco de una interpretación psicoanalítica y puede definirse como la comunicación que le proporciona el analista a su paciente, a miras de acercarlo al sentido latente de su conflicto defensivo, mediante una investigación exhaustiva de lo que expresa verbal y no verbalmente.

 

Ahora bien, como todo en la historia del psicoanálisis, el arte de interpretar se fue enriqueciendo con las aportaciones de otras escuelas y otros teóricos, que postularon diferentes modelos metapsicológicos o formas de concebir el funcionamiento mental. Por ejemplo, Melanie Klein consideró que la interpretación, además de apuntar al vencimiento de las resistencias y hacer consciente lo inconsciente, debía siempre dirigirse al punto de urgencia, es decir, a la angustia emergente o predominante en cada momento de la sesión, lo que invariablemente incluye la vivencia transferencial, ya sea positiva o negativa.

 

Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que los analistas advirtieran que el hecho de intervenir en la sesión, incluso tomando en cuenta estos novedosos aspectos, no era tan distinto a lo propuesto por Freud, ya que, muchas veces se solía hacer de forma excesiva, precipitada y, sobre todo, con un tinte explicativo.

 

A momentos, las interpretaciones parecen confundirse con afirmaciones unilaterales sobre lo que le pasa al paciente, como si el analista poseyera un conocimiento que la persona ignora de sí misma y que, por lo tanto, tiene que aprender. Al respecto, Norberto Bleichmar y Celia Leiberman (2009/1989) comentan que “la conducta consistentemente activa del analista y la atmosfera de certeza con la cual se dan las interpretaciones hacen que el paciente se adoctrine y adopte el lenguaje y los puntos de vista de su analista” (p. 158). Así mismo, señalan que la interpretación sistemática de la misma constelación de ansiedades y las interpretaciones transferenciales prematuras conllevan a una falta de profundización en la relación analítica.

 

Otros autores sostienen que la interpretación que se formula con la intención, por buena que sea, de esclarecer y, peor aún, de explicar al paciente algo sobre su vida psíquica, tiene un efecto contraproducente. Por un lado, se satisface de forma inmediata y temporal las preguntas que el paciente pueda tener de sí mismo y, por otro, se le transmite un significado muy específico sobre lo que le pasa, tal y como si se tratara de una verdad única e incuestionable.  El riesgo de conducirse de ese modo es, como mencionan Bleichmar y Leiberman, aleccionar al paciente, quien aprenderá ―como un alumno― la manera de pensar del analista, en lugar de poner en movimiento su inconsciente para, entonces, dar paso al proceso asociativo que conlleve a la expresión de nuevos sueños y fantasías.

En el psicoanálisis contemporáneo, gracias a las contribuciones de otros analistas ―como, por ejemplo, los de tradición poskleiniana―, se piensa que el análisis, más allá de la cura de los síntomas o la interpretación de los contenidos inconscientes, persigue una labor ambiciosa, compleja y noble: el desarrollo de la capacidad de introspección, en una exploración activa de todos aquellos mecanismos que se ocupan de evadir el dolor mental. La aspiración no es que el paciente no padezca, sino que fortalezca su aparto para pensar, de tal forma que cuente con mayores recursos emocionales para hacer frente a la insoslayable conflictiva humana.

Wilfred Bion, por su parte, considera que para entrar en contacto con O ―entendiéndolo como lo que nos es desconocido, la verdad y la última realidad―, el analista debe poder esperar antes de hablar, lo que implica tolerar la duda y el desconocimiento, de tal forma que logre alcanzar un estado de receptividad a todas las comunicaciones del paciente, sin apresurarse a dar explicaciones precipitadas que se apuntalen en una comprensión racional. Por su parte, Donald Meltzer piensa que “las interpretaciones prematuras, teóricas o pedagógicas son frecuentemente una actuación por parte del analista que no tolera el contacto con lo incognoscible” (Ortiz, 2019, p. 147).

Para estos autores, el conocimiento o la comprensión no puede darse si no se parte de un lugar de incertidumbre, en el que tanto el analista como el paciente se deshagan de la expectativa de poseer u obtener la verdad. Asimismo, consideran que la labor interpretativa exige que el analista renuncie a un rol de saber y, en cambio, dirija su atención a la observación minuciosa de los fenómenos psíquicos, así como a construir descripciones metafóricas de dichas observaciones:

El analista que se preocupa por inscribir al paciente una teoría conocida; el supervisando que se interesa en explicarle al paciente lo que encontró en la supervisión; o bien, el recuerdo activo de los antecedentes ya categorizados dentro de la mente del analista […] afectan el contacto fluido y espontáneo de cada momento en la sesión. (Ortiz, 2011, p. 65)

Ambos proponen sortear la tentación de formular interpretaciones rutinarias, que apelen a la prosa, para acercarse a intervenciones sencillas, que reproduzcan la dicción poética. Esto no quiere decir que el analista deba calificar como un eminente poeta, sino que pueda sostener con el paciente un diálogo simbólico, capaz de causar un efecto emocional en este, es decir, que lo sorprenda lo suficiente como para interesarse en la exploración de su vida emocional.

 

En la clínica, las intervenciones no tienen que ser largas explicaciones sobre el comportamiento del paciente, pues este proceder podría reflejar un uso defensivo de la interpretación por parte del analista, quien, frente al material del paciente, al vínculo transferencial y a la contratransferencia, busca resguardarse detrás de la seguridad del proceso secundario. Por el contrario, en la actualidad, la interpretación se concibe como una actividad inspirada, a través de la cual el analista, en lugar de explicar, describe, de forma imaginativa, ideas sobre lo que observa en el aquí y el ahora, sobre el paciente y sobre el vínculo terapéutico, apoyado en las teorías de diferentes autores y en la comprensión de su propia contratransferencia. Por esta razón, la única vía posible para operar desde la “capacidad negativa” ―como lo expone Bion―, y para lanzarse tanto a la indagación como a la exploración de la vida psíquica del paciente, es el análisis personal del analista.

 

Referencias

 

Chemama, R. (2004). Diccionario del psicoanálisis. Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1995).

Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (1996). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Obra original publicada en 1967).

Ortiz, E. (2011). La mente en desarrollo. Reflexiones sobre la clínica psicoanalítica. Paidós.

Ortiz, E. (2019). Donald Meltzer. Vida onírica. Sueños, mente y pensamiento. Analytke Ediciones.

Bleichmar, N. y Leiberman, C. (2009). El psicoanálisis después de Freud. Paidós. (Obra original publicada en 1989).

 

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