La experiencia clínica trabajando con niños

Por Magaly Vázquez

 

Gracias a disciplinas como el psicoanálisis, actualmente se tiene el conocimiento de que los niños, al igual que los adultos, poseen una mente compleja, y que el juego es el principal medio de comunicación que utilizan para expresar y elaborar lo que habita en su mundo interno: emociones, ansiedades, deseos, fantasías, conflictos, mecanismos de defensa y la forma en la que se vinculan con los otros. Entonces, el juego tiene un significado que puede comprenderse.

Más adelante, y siguiendo esta premisa, las pioneras del psicoanálisis infantil, sobre todo Melanie Klein, descubrieron que el juego también es un recurso terapéutico que ayuda a los niños con las dificultades que puedan presentarse a lo largo de su desarrollo, por ejemplo, síntomas como enuresis, fobias, terrores nocturnos, así como problemas de conducta o dificultades escolares, por mencionar algunas.

La diferencia entre jugar en casa y jugar con el psicoterapeuta en su consultorio es que este último es un profesionista especializado en la mente infantil, que se forma continuamente a través del estudio, la experiencia y la supervisión de su práctica clínica; su función será desentrañar, junto con el niño, el significado del juego para poderle explicar lo que sucede dentro de su mente. Mediante la comprensión de sus conflictos internos, el niño podrá tener un funcionamiento más armónico consigo mismo y el mundo que lo rodea.

En su texto La personificación en el juego de los niños, Melanie Klein explica que, gracias a ciertos mecanismos defensivos como la escisión, la proyección y el desplazamiento, el niño tiene la posibilidad de colocar un aspecto de sí mismo, que le resulta intolerable, en un personaje externo, como un juguete o el mismo terapeuta, de forma que queda protegido de la angustia o de la culpa que le genera, por ejemplo, un aspecto muy agresivo de su mente.

Cuando se trabaja con un niño, el psicoterapeuta le ofrece una caja con materiales (hojas, colores, tijeras, pegamento, plastilina) y juguetes (distintos tipos de animales, cochecitos, bloques, juego de té, comida), pidiéndole que juegue de manera espontánea. La razón por la cual se elige este tipo de material es que, al no tener un significado ya designado (como podría tenerlo un muñeco de Superman), permite que el niño proyecte y desplace de forma más libre, pues aunque los objetos pueden tener características similares a los padres, por ejemplo, no son los padres reales, y por lo tanto, no corren peligro.

Me gustaría compartir un breve ejemplo clínico para aterrizar algunos conceptos mencionados hasta ahora. Desde hace un año y medio atiendo a una niña que llegó, en ese entonces, con cuatro años de edad. Sus padres se encontraban preocupados por su comportamiento sumamente condescendiente, complaciente y sumiso, tanto con ellos como con los que la rodeaban. Presentaba, también, algunas dificultades en la socialización, ya que se dejaba maltratar por algunos compañeros sin posibilidad de defenderse.

Hace dos años nació su hermana menor, los padres comentaron que Alexa no había mostrado rastro de celos u hostilidad hacia ella. Después de algunos meses de tratamiento, mi paciente comenzó a jugar con el bebé de juguete que incluí como parte de su material. Es un bebé al que ella dice “odiar”: lo avienta, lo golpea y lo tortura en las sesiones. Me pide que lo tiremos a la basura o lo saquemos del consultorio, sobre todo antes de los periodos vacacionales. Después, llega a las sesiones siguientes asegurando que el bebé se ha vuelto diabólico y, por lo tanto, se siente asustada. En otros momentos, juega a ser la mamá de este bebé, que es hambriento, comelón, llorón y mal portado cuando lo dejan solo. A veces, me pide que yo sea la mamá que cuide, atienda o abandone a ese bebé.

Podríamos tener distintas líneas de comprensión. Primero, el bebé de juguete personifica o representa a la hermanita odiada de su mente, aquella que vino a robarle el cariño y la atención de mamá, a quien le dan ganas de desaparecer, en ocasiones, por el enojo y los celos que le genera. Debido a que son emociones que le provocan angustia y culpa, mi paciente mantiene lejos estos elementos de su vivencia emocional, a través de los mecanismos defensivos antes mencionados.

Hacia afuera, Alexa se muestra como una niña que tiene un amor devoto hacia la hermanita, así se asegura de no lastimarla y de seguir siendo amada por los padres. Sin embargo, la culpa por estos sentimientos se deja entrever en el maltrato y la sumisión que permite de otros niños hacia ella. Al mismo tiempo, ese bebé demandante, exigente y voraz, que se queda con todo el amor de mamá, representa a la misma Alexa, quien siente que tiene que ser castigada y torturada por no querer compartirla con nadie más.

Ella toma el papel de quien ejerce el sadismo y el maltrato hacia el bebé. Por supuesto, hay muchos otros elementos a comprender en este juego, como el vínculo transferencial conmigo, el cual, a su vez, representa la relación con la madre. Sin embargo, lo que me interesa transmitir es que, a partir de la interpretación de los aspectos más agresivos de su mente, Alexa ha podido integrar, paulatinamente y con menos culpa, estos aspectos de sí misma y, por ende, expresarlos hacia el exterior, pues ya no le es tan amenazante mostrarse abiertamente enojada o celosa, tanto en casa, como en la escuela o el consultorio.

 

Referencias

Klein, M. (1929). La personificación en el juego de los niños. [Texto en línea]. https://psicovalero.files.wordpress.com/2014/11/klein-melanie-la-personificacion-del-juego-en-los-nic3b1os.pdf

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