La agresividad en la infancia

Por Marta Bernat

El niño es feliz, porque tiene unos padres que lo cuidan, lo protegen y no tiene que enfrentarse a los conflictos que se presentan en la vida adulta. A muchos padres les cuesta trabajo concebir que un niño llegue a sufrir, a manifestar hostilidad, e incluso les disgusta o reprueban cualquier acto agresivo de su parte.

La vida emocional es profunda y compleja, inicia desde el momento en que nacemos con emociones muy intensas de amor y odio en todos sus matices y manifestaciones. Éstas van a depender de los aspectos internos que predominen en el niño y del tipo de ambiente en el cual se desarrolle. Por lo tanto, se da una combinación entre lo interno y lo ambiental, Freud llamaba a esto las series complementarias. Entre los autores que explican la agresión esta Melanie Klein, quien privilegia los aspectos internos del sujeto, por ejemplo, el odio y la envidia, a pesar de las frustraciones del ambiente. Winnicott, por su parte, considera que la agresión en el niño se debe a una falla en la función de los padres y del ambiente en general.

La agresión es un concepto amplio y profundo que se puede pensar de varias maneras. Uno de ellos está ligado a la motricidad: todo proceso biológico o psicológico constituye alguna forma de actividad y se necesita cierta agresividad en el niño para llevarla a cabo. Por ejemplo, comer, jugar, estudiar, competir en alguna actividad o correr cuando hay un elemento de peligro, esta es la fuerza que nos permite sobrevivir. Asimismo, la agresión puede ser referida como una actividad que se dirige a dañar, destruir o humillar a otro. Este concepto contempla ambos vértices, por un lado, la energía o fuerza que se requiere para “moverse hacia” o ejecutar una actividad y poder librar los obstáculos que se presentan, y por otro, para atacar o destruir aquello que frustra, molesta e incomoda.

Freud mencionaba que, desde el nacimiento, toda persona vive expuesta a una infinidad de situaciones que producen conflictos, emociones e impulsos contradictorios. El niño vive en un mundo donde siente que es un ser único y especial, que sus padres lo trajeron al mundo para ser felices. Por esta razón, espera que los padres lo atiendan en exclusividad, que su amor solamente sea para él.

Posteriormente entre los 3 y los 5 años, ama y desea ser pareja de alguno de los padres, odia y quiere eliminar al progenitor que considera su rival. Al mismo tiempo, quiere ser un superhéroe o una reina toda poderosa, odia y le duele saber que es pequeño, que no puede y no sabe todo, y que es “uno más” del montón. Si el niño, por ejemplo, es muy exigente consigo mismo y no cumple con sus expectativas, puede enojarse o llenarse de rabia, dependiendo de su temperamento. Asimismo, busca ser gratificado en forma inmediata, y cuando esto no sucede, también puede enojarse o encolerizarse y desear eliminar o destruir todo aquello que lo frustra. Desea vivir en un mundo sin reglas y que se cumplan todos sus deseos. Este es el mundo de la sexualidad infantil que Freud describió.

Eventos como el embarazo de la madre, nacimiento de un hermano, ver la pareja de los padres que se aman y están unidos, y que atienden a otros, o un divorcio, la muerte de alguien muy cercano, problemas en la familia, abuso sexual, violencia en la familia, sentimientos como impotencia, o la dependencia a otros para su crecimiento, etcétera, despiertan emociones como el odio, celos, envidia, rivalidad, inseguridad, desconfianza, miedo a perder el amor de los padres, deseo de destruir, lo cual puede llevar al niño a manifestar su agresión. La tolerancia a la frustración es un elemento muy importante para poder lidiar con estas situaciones. En forma simultánea, el niño también siente amor, miedo, tristeza, seguridad, confianza, gratitud, remordimiento y todas estas emociones contradictorias que se le dificulta comprender.

El niño puede sentir ansiedad por sus deseos, impulsos, fantasías hostiles y destructivas, como cuando en un berrinche le grita a la madre que ojalá se muera. Después, teme que su deseo se vuelva realidad o que su madre se convierta en una persona peligrosa y vengativa. Esta es la mente infantil omnipotente de todo infante que cree que lo que se piensa o fantasea se hace realidad, lo cual puede producirle un gran sufrimiento y ansiedad. También puede sentir culpa al saber que ha provocado un daño al otro, entonces, surgen deseos de reparación y esto le da confianza para arreglar la relación con el otro.

En lo concreto, el impulso agresivo se puede expresar de muchas maneras: irritación, aversión, berrinches, gritar, llorar en forma incontrolable, golpear, escupir, pelear, destruir, romper, agredir verbalmente, rebeldía, insomnio, no comer, enuresis, encopresis, autolesionarse y llegar al extremo, por un intenso sadismo en el niño de cortar todo contacto con la realidad. En este caso es como si el mundo externo no existiera, apenas se relaciona con las personas que lo rodean y es difícil que responda a estímulos externos, de ocurrir esto, estaríamos hablando de patologías más graves, como la psicosis. Si el niño no es capaz de soportar el nivel de angustia provocada por sus impulsos hostiles y sádicos, se puede generar una detención en su desarrollo, en sus fantasías, en el juego, en las relaciones con la realidad y con las personas con las que se rodea.

Resulta muy útil que los padres comprendan la complejidad de las emociones del niño e identifiquen la situación por la que está pasando. Cuando un niño se muestra agresivo, hay que ayudarle a entender lo que le pasa y nombrar sus emociones: “ahora te sientes muy celoso, porque estoy atendiendo a tu hermanito”. Que el niño comprenda que no es malo expresar su agresión, pero que hay formas más constructivas de hacerlo, no permitirle que se exceda, pues podría ser contraproducente y el niño terminaría sintiendo que es muy malo, y que merece un castigo muy severo, o bien, se podría deprimir. Además, es importante valorar cuando el niño intente reparar el daño causado y explicarle que su agresión no es tan potente como para destruirlos, por ejemplo, mencionarle que, a pesar de sus deseos asesinos, mamá no se ha muerto y que lo quiere, pues también es un niño muy amoroso.

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