Intimidad. Lo ignorado en uno alimenta el deseo de conocer al otro
Por Laura De La Torre
La intimidad suele confundirse con la privacidad y percibirse como antítesis de lo público. Sin embargo, la intimidad es una experiencia que se comparte con otro en un ambiente de seguridad, complicidad y confianza; no hay receta para calcular cómo hacerla o a los cuantos días se genera. Es una experiencia compleja en la que una persona se pone en una situación que la deja en un estado de vulnerabilidad a la espera de que el otro pueda acompañarle. Para entender este concepto es importante resaltar la naturaleza gregaria del ser humano. La necesidad que tiene de estar con otros para terminar de constituirse subjetivamente también abre el espacio a la dependencia y a la confusión de quién es quién y, una vez resuelta esa vicisitud, hasta dónde se puede llegar con el otro. O, mejor dicho, ¿cómo puede conocerse al otro y cómo el otro puede conocer a uno?
Dicho lo anterior, podemos plantear el caso de una mujer joven recién casada, que constantemente relata la relación excepcional que tiene con su esposo e incluso llega a jugar con que es su “twinkie” por la complementariedad y gemelaridad que se juega en su relación. La mujer llega bastante conmovida a la sesión, pues ha tenido una horrible pesadilla:
Estaba en mi casa, volteaba y veía que Andrés[1] estaba en su cel… platicando con alguien. Me asomaba, veía que era una videollamada. Él, de manera muy natural, me decía que estaba hablando con ella[2]. Yo le decía: ‘¿cómo es que hablas con ella?’, ‘¿qué le cuentas?’, ‘¿para qué quieres hablar con ella si me tienes a mí?’ Además, ¡me daba a entender que le pagaba por hablar con ella! Le empezaba a cuestionar… y lloraba también… pero ‘¡¿Cómo?!’ ‘¡¿Le mandas fotos?!’ Él, muy tranquilo, me decía: ‘sí, mira’. Yo le preguntaba qué tipo de fotos, mientras él seguía contándome muy suelto: ‘pues de lo que estoy haciendo, así, de lo que soy, de quien soy’. Mi cabeza daba vueltas, recuerdo llorar mucho… él no se daba cuenta de lo mucho que me dolía y no eran nudes, creo que eso es lo peor, ¿para qué le paga a ella si yo aquí estoy?
Ella pensaba que se compartían todo, que no tenían secretos, pero al irse adentrando en el tratamiento terapéutico, al notar aquello que pasaba en su mente, se dio cuenta de las cosas que ignoraba de ella misma y comenzó a sentir gran curiosidad por los intereses que él tenía. Comenzó a darse cuenta de que eran dos y no “uno mismo” y al tiempo se dio cuenta de que lo que hablaba conmigo no lo hablaba con cualquiera. Es así como, mediante el sueño, ella lanza la pregunta: ¿cómo es que te cuento a ti estás cosas? Si bien, en el sueño es el esposo quien le habla a la mujer de quién es él, en sesión, la paciente habla de cómo, en realidad, la que le cuenta a otra mujer (su terapeuta) quién es, es ella. Así, al ir hilvanando las ideas, se da cuenta del espacio de intimidad que se ha armado. Zabalza (2014) menciona que se homologa lo íntimo con el espacio de la enunciación, ese vacío que cava un lugar en el Otro, más allá de la efectiva y contingente publicación de un escrito. Por ello, la falta y el desconocimiento son elementos fundamentales para la intimidad. Es una experiencia donde se encuentra al otro sin la intensidad intrusiva o de sometimiento. Está libre de tensión y se asumen las carencias y vulnerabilidades.
Bibliografía:
Zabalza, S. (2014). Íntimo, público y privado. En Intimidados de internet Versiones de lo íntimo, público y privado en la era del ciberespacio. Letra Viva.
[1] Su esposo
[2] Una influencer